Paseando con un poeta: Ramón de Campoamor
No puedo precisar el tiempo, sí los
recuerdos. El dormitorio de mis padres era muy grande, de esos de las casas
antiguas con balcón y cierro, techos muy altos con vigas negras con algún
adorno que al cruzarse con otras más pequeñas pegadas al techo formaban
recuadros blancos, cama de abultado colchón de lana y mesillas de noche de
imitación caoba. La lámpara no me gustaba, tanto es así que casi la he
olvidado. Cuando me atrapaba cualquier padecimiento infantil, por la mañana me
pasaban desde mi habitación ─que estaba al lado─ al dormitorio grande y
allí transcurría todo mi día hasta que por la noche me devolvían al cuarto de
al lado. Mi padre me doblaba la almohada
para estuviese un poco incorporado y así poder leer mejor el TBO o cualquier
otra cosa. Desde ese promontorio divisaba el mueble que se llamaba 'peinadora'
que jamás vi utilizar para tal fin, al fondo un enorme ropero y a mi derecha
una cómoda entre las dos puertas que conducían al resto de casa. Esa cómoda ─imagino
que como todas─
tenía ese cajón misterioso que siempre me atraía y que llamaban gaveta. También
había un par de butacas descalzadoras tapizadas de azul algo oscuro. A la caída
de la noche, cuando se aproximaba la hora de volver a mi cama, mi madre abría
la, por mí ansiada, gaveta y sacaba un libro pequeño y rojo de poesías. Se
sentaba a mi lado, a la luz amarilla y tenue de la lámpara de la mesilla, y me
leía algún poema con su cálida dicción mediterránea. Siempre empezaba con Campoamor, con aquellos
versos: "Habiéndome robado el albedrío / un amor tan infausto como mío, /
ya recobrados la quietud y el seso, / volvía de Paris en tren expreso;".
Mi fragmento favorito del poema
era:
Luego, a una voz de
mando
por algún héroe de las artes dada,
empezó el tren a trepidar, andando
con un trajín de fiera encadenada.
Al dejar la estación, lanzó un gemido
la máquina, que libre se veía,
y corriendo al principio solapada
cual la sierpe que sale de su nido,
ya al claro resplandor de las estrellas,
por los campos, rugiendo, parecía
un león con melena de centellas.
por algún héroe de las artes dada,
empezó el tren a trepidar, andando
con un trajín de fiera encadenada.
Al dejar la estación, lanzó un gemido
la máquina, que libre se veía,
y corriendo al principio solapada
cual la sierpe que sale de su nido,
ya al claro resplandor de las estrellas,
por los campos, rugiendo, parecía
un león con melena de centellas.
Solía
cansarme pronto del "Tren Expreso" y entonces le pedía otra.
Invariablemente mi madre pasaba a recitarme
"Quién
supiera escribir...", haciéndome una pequeña interpretación jugando, incluso,
con un cambio de voces:
«Escribidme
una carta, señor cura.»
─Ya sé para quien es.
«¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
nos visteis juntos?»
─Pues...
Perdonad; mas... . No extraño ese tropiezo.
La noche... la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:
Mi querido Ramón :
«¿Querido...? Pero, en fin, ya lo habéis puesto...»
─Si no queréis...
«¡Sí, sí!»
─Ya sé para quien es.
«¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
nos visteis juntos?»
─Pues...
Perdonad; mas... . No extraño ese tropiezo.
La noche... la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:
Mi querido Ramón :
«¿Querido...? Pero, en fin, ya lo habéis puesto...»
─Si no queréis...
«¡Sí, sí!»
...
Era muy frecuente que
rematase la lectura poética con alguna breve explicación sobre algún poeta. De
Campoamor también le gustaba repetir frases que fueron muy populares como: "En
este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el color del
cristal con que se mira". También me contaba cosas sobre la continuas
polémicas entre los defensores y detractores del poeta. Para unos era uno de
los más grandes genios de la poesía y la filosofía que habían alumbrado los
tiempos y para los otros era un perfecto
inútil, un poeta ripioso y sin sustancia, o incluso los había que lo
consideraban un peligro social por su escéptica concepción del mundo. Entre sus
defensores ─comentaba─ que
se encontraban Manuel Machado, Mariano de Cavia y Miguel de Unamuno.
Campoamor en la faceta de
filósofo también alcanzó gran prestigio, escribió un libro titulado Lo
absoluto (1865) no solo fue muy reseñado ─y criticado─ en la prensa, sino
que tuvo una gran presencia en los medios académicos y se utilizó como manual
en algunas universidades. Cuando publicó en 1871 la primera serie de pequeños
poemas, formada por «El tren expreso»
y otros, la fama a que llegó «El tren expreso» fue asombrosa y rápida, y ahí
comenzó otro de los firmes puntales de su fama y popularidad.
...
Como el tren no corría, que volaba,
era tan vivo el viento, era tan frío,
que el aire parecía que cortaba:
así el lector no extrañará que, tierno,
cuidase de su bien más que del mío,
pues hacía un gran frío, tan gran frío,
que echó al lobo del bosque aquel invierno.
era tan vivo el viento, era tan frío,
que el aire parecía que cortaba:
así el lector no extrañará que, tierno,
cuidase de su bien más que del mío,
pues hacía un gran frío, tan gran frío,
que echó al lobo del bosque aquel invierno.
...
Mi madre cerró el libro con suavidad.
Me miró; tocó mi frente con el dorso de su mano, y apagó la luz de la mesilla.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico electo de Santa Cecilia
Marzo de 2012
Post scriptum:
Aunque parezca no haber apariencia de ello, detrás de cada uno de unos de estos escritos ─que salen a la luz cada semana─ no está únicamente quien los escribe y firma sino que hay un grupo de queridas personas que le impulsan y le dotan del necesario aliento para proseguir en la tarea. Una de ellas, a la que dedico especialmente este artículo, es Nena Pizarro Navarrete que con su extraordinaria simpatía y cariño me impele a no flaquear en el empeño de conversar y pasear con mis poetas.
Gracias querido Ignacio,me siento muy honrada con tu dedicatoria,y te sigo animando,faltaria mas,para que sigas deleitandonos con esos paseos tan amenos y que tan sabiamente tu nos cuentas.
ResponderEliminarYa sabes como te admiro.Un fuerte abrazo.
Ignacio, una semana más tengo q decirte, me encanta y mi enhorabuena y gracias mil por compartirlo, y la dedicatoria genial q bien has descrito a Nena.
ResponderEliminarUn abrazo y mi admiración
Impresionante! Gracias ignacio!
ResponderEliminarComo siempre, Ignacio, has tejido tu prosa de forma delicada; has sido equilibrado y sutil. No soy nadie para juzgar tu prosa, pero me atrevo en mi albedrío expresar lo que siento cuando leo tus textos.
EliminarDe tu mano vamos ya a la alcoba, ya a la calle, ya al paseo bajo palmeras... y siempre aprendiendo literatura.
La dedicatoria a Nena encierra tu amor a la poesía y a la belleza. Es que Nena es eso: poesía y belleza.
Un abrazo
Ignacio Amigo:
ResponderEliminarcon tus pensamientos, de lo que tu madre te leía, del gran poeta Ramón de Campoamor, cuántos recuerdos vuelven a mi mente, de todo lo que a mí, la mía, me decía ¡¡que gran sabiduría!! Gracias por espantar por lo menos todos los viernes a "nuestro primo el alemán".
Despues de tan gratos paseos y recuerdos, solo me resta repetir hasta la saciedad ¡¡¡Felicidades, te superas con cada paseo, sigue que me haces muy felíz!! Gracias. Un gran abrazo.
PD.: La dedicatoria a Nena, "IM PRESIONANTE" y merecida.
Preciosisimo Ignacio!!!! Que entrañable todo lo q recordabas de tu madre....con tu paseos de Campoamor!!!!! La dedicatoria de Nena preciosa y como bien dice Ana muy MERECIDA!!!! Abrazos a los dos!!!!!
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