ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (59)


Calidad con calidez en sanidad
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como un “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de afecciones o enfermedades”. Si bien utópica, no deja de ser una definición encomiable y que debe guiar a los responsables sociales de este bien, que es, no lo olvidemos, el universalmente más apreciado de todos. La salud, depende mucho más de la carga genética, del estilo de vida y de las condiciones ambientales que de la atención sanitaria. Sin embargo, me centraré en esta última y, más concretamente, en la responsabilidad de los profesionales sanitarios. 
Nuestra Constitución, en su artículo 43, sobre el derecho a la protección de la salud, establece como principios básicos la Universalidad, la Gratuidad y la Equidad de los Sistemas Sanitarios. En tiempos de crisis económica, como el actual, los responsables políticos, más que nunca, deben velar por el cumplimiento de este derecho que nos hemos otorgado. Pero también los profesionales sanitarios tenemos el deber ético de proteger, además de a nuestros pacientes, a los valores sociales frágiles, como lo es actualmente la Sanidad Pública. 
El profesionalismo sanitario no es solo científico-técnico; implica un compromiso ético individual y colectivo. No solo tenemos que hacer “lo que hay que hacer”, sino hacerlo bien y al menor coste. Además, debemos ejercer una función estabilizadora entre los intereses sanitarios de la ciudadanía y el poder gubernamental.
Nuestro compromiso ético con el paciente tampoco debe descansar exclusivamente en su dimensión científico-técnica, cada vez más hipertrofiada e instrumentalizada. Es nuestra obligación ética enfocarnos con el mayor ahínco en su dimensión humana y no dejar que el concepto “mercado” gane más terreno. ¡Por favor, dejemos de llamar “cliente” al paciente (término documentado con el significado de “enfermo” desde Hipócrates, en el siglo V a.C)! 
Evitemos la prisa, la falta de contacto visual, la ausencia de una escucha “atenta y profunda”, la falta de empatía y de contacto físico respetuoso. No debemos quedarnos exclusivamente con la ética de los “derechos y deberes”, de los “principios y reglas”, sino avanzar y añadirle la ética de la virtud, de la vocación, ofreciendo a nuestro pacientes confianza y confidencia. Demos, pues, calidad con calidez. Seguro que así, además de cumplir con nuestro deber ético, incrementaremos la satisfacción del paciente y la nuestra, mejoraremos el grado de “salud percibida” por los ciudadanos, incrementaremos la apreciación de nuestro sistema sanitario y disminuiremos el gasto ligado a una medicina defensiva.

La protección de los valores sociales vulnerables y nuestra obligación ética de ejercer de equilibradores entre la ciudadanía y el gobierno en la materia que nos compete, así como dar calidad con calidez  de la forma más eficiente posible son, a mi modesto juicio, las contribuciones fundamentales que como sanitarios podemos y debemos ofrecer para hacer sostenible el Sistema Sanitario Público.
Ángel Salvatierra Velázquez
Académico de Santa Cecilia



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