Paseando con un poeta: Miguel de Unamuno
Llevaba un buen rato paseando por la playa,
era temprano, no más de las 8, el sol aún daba muchas sombras en la arena, la
marea baja dejaba ver piedras en la orilla; poca gente, algunos pescadores de
caña y unos pocos paseantes madrugadores. Me crucé con aquel hombre que me miró
con cierta insistencia, en realidad venía fijando su mirada en mí desde
bastante distancia. Pensé que sería un cura de descanso veraniego de la Casa de
Ejercicios que estaba arriba, encima de la escarpadura. De barba blanca con
vetas, bigote nutrido ─caído y oscuro─, enjuto, más bien de poca
estatura y mirada profunda. Caminaba con soltura y las manos entrelazadas a la
espalda. Creo que aún no había caminado
doscientos pasos y me di la vuelta para tratar de encontrarme otra vez con él.
Y cierto, también se ha había girado y venía otra vez a mi encuentro; cuando
llegó a mi altura paró y exclamó con sonora voz:
─¡Sólo tú me ves!
Me quedé un poco aturdido del asombro y sin
hacerle caso, como si no se hubiese dirigido a mí, di unos pasos hacia adelante,
de pronto paré; me golpeé la frente con el dorso de la mano derecha y dije en
voz alta:
─¡Dios mío, un poeta!
Giré y me quedé frente al personaje,
mirándole con mucha atención. Plantado delante, esperó que le reconociera.
Ahora el sol le iluminaba la cara y tuve una rápida intuición preguntándole:
─¿Don Miguel? ¿Miguel de Unamuno? ─dije balbuceante.
Sonrió de manera muy agradable y dirigió su
mirada al horizonte marino recitando:
El cuerpo canta;
la sangre aúlla;
la tierra charla;
la mar murmura;
el cielo calla
y el hombre
escucha.
A continuación añadió:
─Una vez dije, o escribí, algo así: «Yo apenas escribí versos hasta pasar de
los treinta años, y la mayoría de ellos, la casi totalidad, después de los
traspuestos los cuarenta… son poesías de otoño, no de primavera». El primer
libro de poemas, que titulé «Poesías», lo publiqué, en 1907, con más de
cuarenta años cumplidos, y por aquellos entonces ya había escrito bastante
prosa.
Comenzamos a pasear y me di cuenta que su
cuerpo no arrojaba sombra alguna sobre la orilla; le comenté que no lo había
incluido en la lista inicial de poetas y que lo inserte después, a instancias
de una amiga que me lo sugirió y que ya tenía algún material recopilado sobre
él. Le dije que a él le tenía más como al influyente guía intelectual de la
Generación del 98 que como poeta.
En ese momento se cruzó con nosotros una
pareja que miró con cara extraña, imagino que pensarían que yo era un pobre orate
de cháchara matinal y solitaria.
─De ese material que has reunido,
¿qué te ha llamado más la atención? ─me preguntó tuteándome y con tono
muy afable.
Dudé unos instantes antes de responderle:
─No sé... quizás su carácter de
apasionado polemista, sus contradicciones. También sus distintos misticismos:
el sentimental, el religioso y el patriótico.
─¿Acaso es posible vivir sin estar
sumido, navegando como aquella barca ─señaló a la mar─, en un
océano de contradicciones? Ya lo dije muchas veces, y lo volveré a repetir: los
humanos somos hijos de la contradicción, somos una perpetua discordia. La
contradicción nos provoca las necesarias sacudidas mentales para resolver
nuestros problemas, exigiéndonos sinceridad y hondura.
Asentí al escuchar estas palabras con su
estilo inconfundible, agresivo, punzante, siempre directo al centro de la
cuestión, inquietando, agitando.
Cruzó sus manos por la espalda, se paró al
borde justo del agua y mirando a lo lejos recitó con cansina voz:
La
mar ciñe a la noche en su regazo
y la noche a la mar; la luna, ausente;
se besan en los ojos y en la frente;
los besos dejan
misterioso trazo.
Derrítense después en un
abrazo,
tiritan las estrellas con ardiente
pasión de mero amor y el alma siente
que noche y mar se
enredan en su lazo.
Y se baña en la obscura
lejanía
de su germen eterno, de su origen,
cuando con ella
Dios amanecía,
y aunque los necios sabios
leyes fijen,
ve la piedad del alma la anarquía
y que leyes no son
las que nos rigen.
Sus
preocupaciones vitales se hallan como invariantes en su poesía. Dios y la
naturaleza humana, la trascendencia, la eternidad y la muerte son temas
recurrentes en su obra. Canta todo cuanto inquieta a su espíritu desde el amor
a su esposa, Teresa, hasta los dilemas de sus propias contradicciones
espirituales.
Te recitaba Bécquer... Golondrinas
refrescaban tus
sienes al volar;
las mismas que,
piadosas, hoy, Teresa,
sobre tu tierra
vuelan sin cesar.
Las mismas que al Señor, de la corona
espinas le
quitaron al azar;
las mismas que me
arrancan las espinas
del corazón, que
se me va a parar.
Golondrinas que vienen de tu campo
trayéndome
recuerdos al pasar
y cuya sombra
acarició la yerba
bajo que has ido al fin a
descansar.
Intenté hurgar en
mi memoria para recordar unas palabras que había leído unos días antes y en las
que el propio Unamuno describía cómo era su poesía.
Creo que me leyó
el pensamiento, giró hacia mí y pronunció justo aquellas palabras que yo
buscaba:
─“El verso es más liso, más
llano y más corriente que la prosa, y si me tengo que valer de él es por
sentirme a ello empujado por un poder íntimo, entrañado y arraigado en el
cogollo de mi ánimo. (…) Y lo que crea es la palabra y no la idea. Que si la
idea es idea, la palabra es espíritu.” ─Con una sutil sonrisa
añadió─: ¿No?
Notaba que se estaba terminando mi tiempo con el poeta y deseaba hablar
con él algo sobre su extensa y célebre obra el "El Cristo de Velázquez" que tardó en escribirla casi
siete años y en ella se encuentran las más importantes claves del pensamiento
de Unamuno. Pero ya no hubo tiempo de más, se dio la vuelta, se detuvo a mi
lado mirando al frente y recito despacio:
Vendrá de noche, sí, vendrá de noche,
su negro sello servirá de broche
que cierra el alma;
vendrá de noche sin hacer ruido,
se apagará a lo lejos el ladrido,
vendrá la calma...
vendrá la
noche....
Ignacio Pérez Blanquer
Insuperable nuestro académico.
ResponderEliminartengo la piel de gallina ! FABULOSO !..aunque repitas "orilla "..es que no me suena....al principio....
Eliminar¡Qué maravilla de paseo playero matutino!
ResponderEliminarUn retrato magnífico: físico, espiritual y artístico. Muchas gracias!
¡Maravilloso! Hoy me he dado cuenta lo mucho que echaba de menos estos paseos poéticos. Por tanto, muchas gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias por continuar esta bonita serie que me recuerda mis años de instituto.
ResponderEliminarCuánto echaba de menos tus magníficos paseos con un poeta, y que gran suerte haberte encontrado esta vez con tan insigne autor.
ResponderEliminarFelicidades Amigo Ignacio, te superas en cada nuevo relato, paseamos a vuestro lado, y recordamos tantas cosas que nunca deberíamos olvidar.
Gracias y sigue así.
Realmente magnífico, por favor, sigan esta serie.
ResponderEliminarSaludos
Genial como siempre,aprendiendo contigo semana a semana.Don Miguel estará encantado porque el detestaba la avaricia espiritual del que sabiendo algo,no procura la trasmision de esos conocimientos.
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