ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (86)

Las lenguas muertas
             A lo mejor, lo que está Vd. pensando es  que voy a escribir sobre la lengua en salsa, o sobre la lengua escarlata, incluso sobre el mal de la lengua azul. La lengua, la sin hueso, que dicen --aunque hay otros miembros o partes del cuerpo que tampoco tienen hueso, ni cartílagos--, se ha enseñado, desde siempre, al médico. Había, en mis años infantiles unos muñequitos que al presionarlos sacaban la lengua: “Toribio, saca la lengua”. Sacar la lengua, en señal de mofa, ha sido de mala educación y de principios viles. Ir con la lengua fuera o a carajo sacado es cosa de gente aturrullada, baja y soez.  Sin embargo, el conocimiento del mundo clásico y de las lenguas muertas ha  sido de buen tono y de gente culta y de altas miras. Pero, por desgracia, la enseñanza de las lenguas muertas ha decaído tanto que ni los curas saben latín, ni griego, ni hebreo, ni mucho menos el arameo. 
Los curas, las beatas, y hasta los niños en edad de hacer la Primera Comunión sabían, en otro tiempo, expresarse con Dios en latín, que es la lengua  que, al parecer, Dios, la Virgen y los Santos entienden. Sin embargo, deshecho el maleficio de la confusión de lenguas de la Torre de Babel, con el Pentecostés, el Espíritu Santo dotó a los Apóstoles del don de lenguas. Y así San Pablo que, aunque no estaba en el cenáculo, estaba entonces conspirando contra los que en él estaban, pudo hablarles y escribirle cartas a los de Corinto, a los de Éfeso, a los de Filipo, a los de Tesalónica... en sus lenguas vernáculas y ser entendido por todos los que recibieron sus correos. Sin embargo Santiago, Apóstol y Patrono de España, se expresó a los hispano-romanos en latín, según se ha podido saber de buena tinta. Y es que los Apóstoles sabían latín y griego sin haber pasado por ningún seminario, ni ser del Plan del 53.
            Viene todo esto a cuento por el ejemplar y precioso discurso de Emilio Flor, en su ya antiguo ingreso como Académico de número en la de Santa Cecilia. Emilio hace méritos de la necesidad de saber latín y griego; de cómo el conocimiento de estas lenguas  amplía la cultura, hace razonar, nos pone en situación de conocer mejor las palabras españolas. Y tiene más razón que un santo.  Antes, todos estábamos obligados a un bachillerato con latín y griego y a un preuniversitario en el que traducíamos a Tito Livio y a Heródoto, a César y a Plutarco, a Virgilio y a Homero... Y no hemos quedado traumatizados. A mí me encanta leer, e incluso traducir, los ingredientes que figuran en las etiquetas de las galletas en caracteres griegos. Pero es que yo soy del Plan de Enseñanza del 53. Hoy, por desgracia, el griego solamente está en esas etiquetas y ha quedado para los anuncios por palabras que ponen las putas en las secciones de relax. ¡Si Don Miguel Zea levantara la cabeza!
Luis Suárez Ávila
Académico de Santa Cecilia 

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