LA MUSICALIDAD DE LA PINTURA (Capítulo 5º de 11)
Dentro de una sinfonía, El
infierno del tríptico de El Jardín
de las Delicias, sería el cuarto movimiento. Vamos a
imaginarlo escuchando el Dies
irae del Réquiem de Mozart al final del texto, original de
nuestra académica Carmen Garrido.
La tabla con la
representación de El infierno del tríptico de El jardín de las
Delicias, pintado por Hieronymus van Aeken Bosch o “El Bosco” como
tradicionalmente se le conoce en España (Bois-le-Duc, h. 1450, +1516),
constituye el momento final del desarrollo de este tríptico en el que en la
puerta izquierda se muestra
Dies Irae (Día de la ira) es un famoso himno latino del siglo XIII atribuido al franciscano Tomás de Celano. Suele considerarse el mejor poema en latín medieval. El poema describe el día del juicio, con la última trompeta llamando a los muertos ante el trono divino, donde los elegidos se salvarán y los condenados serán arrojados a las llamas eternas. Este himno se usa como secuencia en la Misa de Réquiem del rito romano.
La tabla con la
representación de El infierno del tríptico de El jardín de las
Delicias, pintado por Hieronymus van Aeken Bosch o “El Bosco” como
tradicionalmente se le conoce en España (Bois-le-Duc, h. 1450, +1516),
constituye el momento final del desarrollo de este tríptico en el que en la
puerta izquierda se muestra la Creación de Adán y Eva en
el Paraíso, y en la tabla central, el llamado Jardín de las Delicias que
presumiblemente simboliza el mundo terrenal dominado por la carne y, por tanto,
por el pecado. Al cerrar las dos puertas aparece pintada en grisalla La
creación del Mundo, en el tercer día, y la imagen de Dios Padre en el
ángulo superior izquierdo.
Las grandes
obras maestras siempre han sido fruto de infinidad de interpretaciones, y ésta,
lo mismo que su autor, no es ajena a ello, dada la sugerente fantasía que
desborda la pintura de El Bosco. Cuando
el tríptico fue entregado al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, el
8 de julio de 1593, al ser adquirido por Felipe II, se le denominaba “una
pintura de la variedad del Mundo”. El Padre Sigüenza lo describe con un
carácter moralizante, el mismo con el que interpreta las otras obras de El
Bosco que pertenecieron al Rey, como: “La otra tabla de la gloria vana y breve
gusto de la fresa o madroño y su olorcillo que apenas se siente cuando ya ha
pasado, es la cosa mas ingeniosa y de mayor artificio que se puede imaginar”.
De hecho, durante mucho tiempo fue conocida como la pintura del madroño.
En la puerta
derecha, se representa El Infierno. Si en las otras
piezas del conjunto impera la calma y el sosiego, en ésta la imaginación y el
ritmo se desbordan sin límites. Los instrumentos musicales, pintados sobre todo
en la zona inferior, parecen aquí jugar un rol de máquinas de tortura sobre un
fondo de incendios y destrucciones, insinuando todo un repertorio de escenas
diabólicas, hasta el punto que es llamada por algunos “El infierno de los
músicos”, ya que los personajes quedan atrapados y torturados por los
instrumentos representados. Éstos, como los infinitos detalles de la escena,
forman parte del mundo onírico del pintor y son en gran medida irreales.
Fraenger la interpreta como un símbolo de la lucha por una armonía universal.
Sobre el primer término, que contiene escenas alusivas a otros pecados como el
juego o la avaricia, aparece toda una panoplia de elementos musicales: libro de
música, laúd, arpa gótica, zanfonías, triángulos, tambores, viola de rueda,
diferentes trompetas, flauta de pico y bombarda, que articulan las líneas
ascendentes, a través del lago central y la extraña calavera, hacia las dos
grandes orejas rodeadas de monstruos. Sobre las nalgas del condenado aplastado
por el laúd observamos impresa una partitura con una canción que interpretan
los compañeros junto a un monstruo vestido de rosa.
Dentro de una
sinfonía éste sería el cuarto movimiento, tras la Creación del
mundo, El Paraíso y El Jardín de las Delicias, interpretado en un
tiempo vivace en el que se sucederían cada vez más rápidas las corcheas y las
semicorcheas, para concluir con el estallido final e infernal lleno de fusas y
semifusas, e incluso de garrapateas. Podríamos estar escuchando el Dies irae, dies
illae del Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart, la Música para unos juegos de
artificio de Berliotz o ciertos pasajes del Carmina Burana de Carl Orff.
Las
agrupaciones de personajes van condicionando el ritmo de la composición que es
aún más compleja subyacentemente, como se puede comprobar al estudiar las
radiografías de la obra. Son a modo de escalas y arpegios, con una dinámica que
va increcendo, plena de formas asincopadas y disonancias. Estas disonancias
también se perciben en el color, con hombres azules, grises y rosas que no se
corresponden con la realidad sino con el surrealismo que impregna toda la
escena. El pintor, sin embargo, parece recrearse como si compusieran un macabro
y hermoso divertimento, lleno de variantes infinitas y melodías interrumpidas
que se dirigen hacia un mismo fin: el infierno.
lo que no se es como en esa época alguien dibujo algo así sin que le quemaran en la hoguera :)
ResponderEliminargracias por lo que has puesto aquí, es muy interesante.
Un saludo!
También me lo pregunto. ¿Cómo pudo pintar la representación del planeta tierra al cerrar las dos puertas, como una esfera?
EliminarGracias por el comentario.