ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (135)

EL AGUA PARA LA VIDA Y PARA LA MUERTE

El gaditano Lucio Junio Moderato Columela, que además de filósofo y poeta fue un gran tratadista de agricultura, allá por los inicios del siglo I escribió su gran obra “De Re Rústica”, para muchos especialistas el tratado sobre agricultura y ganadería más completo de la antigüedad. En el prólogo, escrito por Publio Silvino, se dice que “el hombre ha de ser muy sagaz investigador de la naturaleza de las cosas y que ha de estar bien instruido en los diferentes climas”, “ha de tener presente en su memoria los tiempos precisos del orto y del ocaso de los astros para no comenzar las labores cuando amenacen las lluvias y los vientos”, “ha de examinar con cuidado la temperatura habitual del aire y la del año pues no siempre siguen las mismas reglas, ni todos los años viene el estío o el invierno de la misma forma, ni la primavera es siempre lluviosa, ni el otoño húmedo”. Ya en el texto de Columela aparecen infinidad de alusiones al agua relacionadas con el quehacer diario del mundo rural, reflejando así la gran importancia que en aquella época ya se le otorgaba al agua y a los múltiples usos que el hombre hacía de ella; así, al hablar de “la situación y disposición que ha de tener la casa de campo y la heredad”, puntualiza que “será del caso un nacimiento de agua, de donde se saquen acequias que rieguen los prados, los huertos y los saucedales”

Pero el agua, fuente de vida, la podemos encontrar en la literatura acompañada de infinidad de calificativos que responden bien a la forma en que la misma se presenta en la naturaleza o a las múltiples disoluciones que pueden formarse a partir de ella; así, a vuelapluma, el agua está referenciada como adhesiva, artesiana, capilar, colgada, congénita, connata, fósil, fuerte, juvenil, pesada, oxigenada, tónica y hasta agua embotellada, que en algunos casos suele alcanzar precios superiores al de los combustibles; esta competencia de precios trae a la memoria aquel célebre “motor de agua” del que tanto se habló allá por los años sesenta y setenta del siglo pasado.   

Una de las aguas más famosas es la llamada “agua Tofana”, disolución de arsénico preparada a principios del siglo XVII por Teofanía d´Adamo, conocida en Sicilia como la bruja Anastasia. Se decía que quien bebía el agua Tofana quedaba en un estado como de sopor, quedaba sencillamente “como un pajarito”; en la bibliografía, esta disolución de arsénico aparece también con los nombres de “agua de Nápoles” y “agua de San Nicolás”. Algunos historiadores defienden la teoría de que una víctima de esta pócima pudo ser el músico Amadeus Mozart.

Agua para la vida, elemento fundamental para la agricultura y la ganadería, y agua capaz de matar, bien por el efecto desolador de las inundaciones o por los “polvitos” que la bruja disolvía en ella.  
Vicente Flores Luque
Académico de Santa Cecilia

Comentarios

  1. Su columna me ha resultado muy interesante e instructiva, además de " fresca" y dinámica de lectura como el agua del mar y de los ríos. Enhorabuena. CARMEN GARRIDO. Académica.

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