ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (176)
Cartagena de
Indias 1.741: Más que una victoria.
Si bien su situación geográfica podría llevar a suponer una profunda
conciencia marítima en nuestra Nación, dos circunstancias, estimo, han
dificultado que esta cuajase: Física la una (dos altas y aisladas mesetas,
etc.), de carácter (forjada en un interminable guerrear en tierra) la otra.
Y sin embargo, desde siempre, en su estrecha faja litoral la gente de
mar supo que por la Mar llega el futuro, que en ella es donde el Hombre, a sus
únicas fuerzas librado, puede alcanzar… cuanto soñar sueñe. No, nunca faltaron
grandes navegantes y guerreros por mar en nuestra España; a ellos, y a la Mar,
debió España su grandeza, y la conciencia de que el Mundo estaba al alcance del
Hombre, la Humanidad.
Unos pantallazos, con óptica naval, a la historia europea, llevándonos
desde el siglo XIII a los umbrales del XVIII, intentan mostrarnos la verdad de
lo dicho, y si apuntan las causas remotas que a la guerra de 1.739 llevaron,
también señalan una de las que bien pudieron llevar a la derrota británica: el
menosprecio al enemigo.
Engolfados ya en el XVIII, y “reducida” España tras Utrech a Castilla y
Aragón, las Indias y las Filipinas, su hacienda reflota y su Marina de Guerra
comienza a ver sus escuadras nutridas y sus arsenales surtidos; a tiempo, pues
el siglo sería pródigo en conflictos en los que, como en el que nos ocupa, la
mar sería ámbito concluyente.
Latentes las causas remotas de conflicto, si para España era harto
difícil sostener el monopolio del comercio con sus posesiones en las Indias,
las concesiones que se había visto obligada a hacer lo dificultaban sobremanera,
y los incidentes proliferaban; uno de esos incidentes -que a esta guerra da
nombre- hábilmente aprovechado por la oposición al ministro Walpole, fue el
detonante que llevó a que el Reino Unido declarase la guerra a España en
octubre de 1.739.
La ambición del objetivo británico iba más allá de romper el monopolio
comercial en el Caribe; pretendía, cortando en dos la América hispana, sentar
las bases para apoderarse de toda ella y, naturalmente, privar a España de sus
caudales. Y para ello puso en pie la mayor expedición naval de la historia
hasta el siglo XX, al mando del que pasaba por su mejor hombre para la ocasión,
el Almirante Edward Vernon.
Y España, dispuesta a mantener su derecho, fiando más en hombres como
los que el Mundo habían completado (amén de que en flotas nutridas como las
británicas no podía) había enviado a su más notable Almirante de la época: Blas
de Lezo y Olabarrieta.
Tras los combates, si al uno le recomiendan “transportar carbón de
Irlanda a Londres”, del otro tan solo cabe repetir las palabras de Gaytán
referidas a Diego de Carvajal:
¡Señores, que capitán, el
capitán de aquel día!
Ángel Sande.
Almirante (R)
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