LOS DOS CHINOS
Me sorprendió un poco el sonido
del timbre de la puerta; no esperaba a nadie a esa hora. Pensé que se trataría
de alguna equivocación o que sería personal de la compañía de ascensores que no
suele ser demasiado oportuno en su horario.
Caminé el trozo del largo
pasillo con la desidia propia de una tarde de calor con algo de viento,
contenido, de Levante.
Al abrir y ver a las dos
personas que la puerta enmarcaba me brotaron ideas sobre nuestra era de
globalización, posiblemente una de las características más acentuadas de este
siglo XXI, en la que la avenencia con otros pueblos, la aproximación entre
culturas y lenguas diferentes no es solo una disyuntiva deseable sino que se va
convirtiendo en una necesidad real y perentoria.
Los jóvenes, él y ella, de
inequívocos rasgos orientales, muy correctos en su atuendo y maneras, me
rogaron con exquisita cortesía que les concediera unos minutos de mi valioso ─dijeron─
tiempo. Sorprendido les contesté que aceptaba y les invité a pasar al
salón-recibidor; no tenía ganas de resistir cualquier tipo de agresiva venta de
pie y en la entrada.
Les ofrecí asiento y café.
Varias veces repitieron esa
educada reverencia inclinando hacia adelante la cabeza y ligeramente el cuerpo,
que suelen hacer al saludar a personas mayores, profesores universitarios o a
personas de poder y poder y prestigio, en señal de respeto. Después del primer
sorbo entraron en materia.
─En cierta manera somos unos
minúsculos, e indignos, embajadores de nuestro país, China. Y queremos hablarle
de nuestro idioma.
No pude evitar poner cara de
expectación y levanté las manos unos centímetros con las palmas hacia el frente
en señal de espera y aceptación. Intervino la chica diciendo con un español de
tono suave y fluido:
─Seguro que usted sabe que desde
hace unos veinte años existe una demanda incesante de cursos de chino en
Occidente. Se puede comprobar que desde la integración de nuestro país en la Organización Mundial del Comercio (OMC)
en 2001 esta demanda ha crecido exponencialmente y cada día son más los
habitantes del planeta que apuestan por aprender nuestra lengua.
El joven chino aprovechó la
pausa de su compañera y pidió permiso para enchufar un diminuto proyector de
trasparencias; también extrajo de su maletín una pantalla muy doblada que
colocó encima de la mesa frente a mis asombrados ojos.
Introdujo un cartucho minúsculo
en el proyector y de inmediato aparecieron en pantalla atractivos y dinámicos
colores. Se desplegaron ante mí un sinnúmero de incontestables argumentos. Me
enteré que en ese idioma la gramática es casi inexistente, los verbos no
presentan ninguna complicación, no hay diferencia entre los géneros y que el
plural es muy sencillo, pero que a pesar de ello, es una lengua muy rica en el
sentido lingüístico, en el cultural y, por supuesto, en el histórico.
Me hablaron del
"putonghua" (lengua corriente) y del "pinyin" como sistema
oficial de escritura fácil para favorecer la alfabetización de toda la
población china y acercarla a los extranjeros que quieran aprenderla. Lo de los
"cuatro tonos" me interesó muchísimo.
Compré el curso, sí.
Ya se decir «Nǐ hǎo».
Ignacio
Pérez Blanquer
Académico
de Santa Cecilia
Al margen de que sea realidad o ficción, francamente delicioso.
ResponderEliminarPara mí que se trata de un ejercicio creativo en donde el autor se atiene con maestría a las tres partes de la construcción de un cuento: presentación, desarrollo y conclusión.
ResponderEliminarLa palabra es delicioso; es la sensación que se te queda cuando acabas de leer este relato o cuento. Sonríes al final del mismo. Es alegre, ameno, suave y parece que tiene música. Tan delicioso que casi te entran ganas de aprender chino.
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