ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (211)

RECORDANDO A MIGUEL HERNÁNDEZ
(En el aniversario de su muerte, 28 marzo 1942)

No puedo evitar caer en egotismo, a mi pesar, al tratar de escribir sobre poesía; y lo argumento como un “debe” a mi cargo, del que nunca me arrepentiré lo suficiente, porque he rectificado cuando apenas queda tiempo para intentarlo y disfrutarlo. ¡Es tanto lo que se anhela hacer cuando ya se te agota el tiempo!  y me surgen preguntas a las que respondo con cierta aflicción. ¿Por qué no leí los clásicos cuando debía? Porque se limitaron a enseñármelos como una imposición, casi con crueldad, cuando se decía que: “La letra con sangre entra” y que mi admirado Goya deja constancia en un cuadro donde el alumno, con las nalgas al aire, recibe un castigo mientras es observado por los dos recién vareados.

Tal vez el causante de un cierto rechazo hacia la poesía fuera que, dentro de la literatura, se me imponía la obligación de una memorización tan absurda, como la relación de los reyes godos o los ríos más importantes del mundo y, claro, recuerdo los ”Cien cañones por banda…”  “A un panal de rica miel…”, “Vivo sin vivir en mí…” , “Volverán las oscuras golondrinas…”       y algunas más, cuyos contenidos no eran las idóneos ni para la edad ni estimulantes para despertar la  afición a la poesía. Como es natural, he de reconocer que, para una minoría, después fue posible estudiar una carrera de Humanidades a la que llegué tarde, como llegó tarde la inmensa mayoría de mi generación, abocada a la busca de la vida desprovista de poesía.

Después me he cultivado, pero me he formado más prosaica que intelectualmente. Y hoy, mi tiempo libre, me exige numerosas disciplinas a compartir con la poesía.
¡Qué pronto se me hizo tarde! ¡Cuántas horas dedicadas a la vida sin vivirla y qué pocas a soñarla!

Apresurado, distribuyo el tiempo entre prosa, poesía, filosofía, actualidad, política y a desahogar mi espíritu crítico contra la injusticia y la desigualdad. He terminado abusando del egotismo, es decir, hablar excesivamente de mí mismo, pero obligado, para justificar, que hoy, desee invitaros a la lectura de una poesía que me tiene subyugado: “Elegía a la muerte de Ramón Sijé” de mi admirado Miguel Hernández,  y ahora que nadie me lo exige, seducido, he logrado memorizar.  Deseo que la oigáis en esta genial  versión musicalizada por el grupo Jarcha con la esperanza de que, al oírla, llegue a aquellos que,  al descubrirla, no se le haga tan tarde como a mí disfrutar de este sublime arte.

Alberto Boutellier Caparrós
Socio colaborador de la Academia






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