ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (217).

MONO” DE MAR


     Esta mañana, como tantas otras, he salido a pasear y me he detenido en la plataforma de madera que, recientemente y a modo de balcón-mirador, han instalado en el paseo de la urbanización “El Ancla”. Allí, apoyado en la baranda, como si de la tapa de regala de un barco se tratara, oteo la nítida línea del horizonte, sólo interrumpida por la mole gris de un B.A.M. -Buque de Aprovisionamiento Militar- que, después de zarpar de la base naval de Rota, cual dominguero, sale de excursión y rompe, con su enorme y fea silueta, la paz y el sosiego que transmite un mar en calma y un celaje azul celeste con guedejas de cirros blancos.
      Durante más de una hora me extasío contemplando la línea del cielo de Cádiz, sólo rota por “El Pirulí” y por los destellos dorados de la cúpula de la Catedral, y la coqueta silueta de  la Alameda Apodaca con el baluarte de La Candelaria que, cual hermosa figura de mascarón de proa, se estira para tratar de alcanzar al faro de San Sebastián.  

Sopla una brisa fresca, de poniente que, a medida que avanza la mañana, se va envalentonando para hacerle frente al viento de levante, seco y calentón, que sopla en el interior de la bahía y pronto hará sonar el arpa que forman los estayes del Puente de la “Pepa”.
    Si algo le faltaba a Cádiz, era un arpa. No pasará mucho tiempo para que un cantaor del barrio “La Viña” acompañe el cante por "Alegrías" con el rasgueo del “Levante” sobre los tirantes del puente.
      Inundo mis ojos de azul de mar, oreo mi rostro con la brisa salada para paliar mi adicción al mar, y me relajo escuchando la sinfonía inacabable, no inacabada, del melismático rodar de las olas, en un único movimiento: “Allegro moderato”.
 Una vez inyectado “el Chute” de mar y apaciguado y domeñado “el Mono”, toca la despedida:
                                    ¡Adiós, marino, adiós!
                                   Que envidia me das.
                                   Mientras tú sales a navegar,
                                  Yo me quedo mirando al mar.
 Ignacio Pantojo Vázquez
Social colaborador de la Academia

Comentarios

  1. alberto boutellier19 de mayo de 2015, 19:54

    Ignacio, ese “mono de mar” lo has superado sin dolor. Tu descripción de algo tan prosaico como un B.A.M. y, como gran marino que eres, has manipulado su máquina para dejarlo al garete, al tiempo que, invocando la compañía de la musa Euterpe, le has sugerido que arroje su lira y se quede a vivir en la Bahía, haciendo que con el arpa del Puente de la Pepa, que tan bien has definido, haga sonar para los gaditanos, esas melismas que el levante y el poniente dejarán sus arpegios al atravesar las cuerdas. Precioso artículo, querido amigo, ahora pones poesía a tu bagaje marino. Gracias por el regalo.

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  2. Eugenio Martínez20 de mayo de 2015, 13:06

    Para mi has conseguido expresar muy bellamente el tremendo peso de tu saco de pordioserillo nostálgico del mar y con qué ardor te siguen sonando, todavía, los melismas y los arpegios de sus blancas espumas. Me has recordado a Safo. Claro, que ella se arrojó al mar por sus amores imposibles, que Afrodita no pudo o no quiso complacer, mientras que los tuyos se sienten satisfechos en el reposo del recuerdo y la dulce tristeza de la añoranza.
    ¡Déjale el mar a los marineros, querido Ignacio! y tu disfruta de su tierna y amorosa memoria, que tan bien has sabido plasmar en esa lírica hermosa de tu onírico viaje. Un fuerte abrazo.

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