ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (218)
Aquel cálido atardecer
Quizás
aún, en alguna tarde de la primavera; en aquella acera de enfrente al portalón
del castillo, alguien pueda oír sus pasos ─leves, paseantes─ con un libro entre
las manos o un diminuto tablero de ajedrez con agujeritos para fijar las
piezas.
Pensando
─es posible─ que la poesía es ese impulso continuado para expresar la esencia y
el alma de las cosas... que la poesía es ir más allá de lo material bruto y
buscar la vida y las causas de todo lo que existe.
«La
poesía es algo que anda en la calle»
que decía Federico.
A
veces paraba en uno de los bancos, se sentaba un rato, repitiendo el
gesto de ajustar bien sus gafas. Depositaba, cuidadosamente, el ajedrez sobre
la gran plancha de piedra y arrugaba un poco el ceño sin percibir el pequeño
mundo de gritos, de niños que jugaban con pelotas, cuerdas y palos, que corrían
bajo la atenta mirada del jardinero, al que José Luis siempre saludaba,
llamándole, con un punto de broma confiada y amable: señor Prats.
Concentrado;
otra vez en la partida contra sí mismo... O recordando la estrofa de Borges:
"Cuando
los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado
el rito."
El
señor Prats arrastraba una larga manguera chorreante y manoteaba lejanas
amenazas. Unos pequeñuelos habían osado pisar su arriate. José Luis sonreía;
siempre sonrisa limpia, de cordialidad y sosiego. Ajustaba, incesante, sus gafas
de casi invisible montura y aprovechaba su mano para tapar el agresivo sol en su declive vespertino.
Volvió la vista hacia la iluminada fachada de su casa; chirriante de cal.
Recogió
las piezas de la partida sin terminar, en voz baja, como recitando, comentó: "Sí,
este juego apasionante desarrolla la inteligencia...", hizo una pausa
considerable mientras se levantaba del banco y añadió ─ya de pie─ con un
pellizco de sorna: "... para jugar al ajedrez".
No
mucho más de treinta metros le separaban de la puerta; unos hombres cruzaban la
plaza en diagonal con unos cestos de mimbre negro repletos de trozos hielo y
peces de la Bahía. En la parte de arriba de la calle unos arrieros empujaban
con sus gritos a la fila de borriquillos con serones repletos de arena.
Miró
otra vez a la Plaza antes de entrar en la casa, como saboreando sonidos y
colores. Quizás, estos ─sus versos─ le pasaron por la cabeza:
Van nuestros tiempos paralelos dando
tumbos que los acercan, los distancian,
los emparejan a un celeste ritmo
en que nos vamos trascendiendo vivos.
Nuestro ayer era
idéntico y no era
el mismo, sin embargo.
Cada uno envejece
lo suyo a su manera
y hay tardes en
que acaban más lejos nuestras vidas.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Precioso artículo que se vive en la plaza.
ResponderEliminarEnhorabuena Academia.
maravilloso , que bien escribes Maestro !
ResponderEliminarEncantadora estampa rescatada de un pasado reciente magistralmente recreado por nuestro ilustre Ignacio.
ResponderEliminarPura poesía todo que deleitaría al propio J.L.Tejada. Me he acordado del jardinero siempre con su gorra echada a un lado y llevando las mangueras liadas al hombro. Gracias Ignacio por los maravillosos recuerdos, que Dios te conserve esa memoria muchos años y que escribas más recuerdos tan bonitos como este.
ResponderEliminarMagnífico post para recordar y mantener en nuestras vidas a un extraordinario poeta como José Luis Tejada. Este texto tiene cadencia, música que recuerda o asemeja a la poesía, es tan preciso y tan real que nos vemos en la plaza como un espectador más....y cuando menos te lo esperas te preguntas ¿ya se acabó?...tan pronto.
ResponderEliminarBonito recuerdo hacia un gran hombre. .. Tiny
ResponderEliminarIgnacio: yo no conocí ni viví esa estampa que tan bien describes, tanto que mi retina la ha encuadrado y la ha guardado en el disco duro para recrearla una y mil veces. Gracias por esta preciosa postal
ResponderEliminarMe encanta tu artículo.Es muy gráfico y me parece estar viendo al humilde "maestro" y su entorno.
ResponderEliminarMarisol