LA PROPULSIÓN: PRIMEROS PASOS Y SU EVOLUCIÓN (VII)
Hasta
aquí, todo el ingenio y esfuerzo se empleó en la evolución y perfeccionamiento
del sistema de propulsión, pero poco o nada se había hecho por el propulsor
propiamente dicho, hasta entonces: el viento y la vela, los remos y la rueda de
paletas.
La
historia de la hélice es la historia de las ocasiones perdidas, pues aunque la “Rosca de Arquímedes” tiene más de dos
mil años, y mucho más tarde, en 1752, el matemático Daniel Bernouilli, había
propuesto la hélice como elemento propulsor para los buques, no fue hasta 1794,
cuando un comerciante londinense, William Lyttleton, obtuvo la patente de un
propulsor helicoidal de triple rosca y de longitud igual a una espira completa.
En 1802,
fue botada la primera nave propulsada por una hélice. El coronel John Stevens
montó en su bote de remos, una hélice con palas de molino, y recorrió el río
Hudson hasta 1806. Stevens observó que una hélice dextrógira desvía el rumbo
gradualmente hacia la izquierda, a babor, y una hélice levógira hace el efecto
contrario.
La aplicación práctica de la hélice a la navegación se debe a Francis Pettit Smith a quién, en 1836, se le otorga la patente de un propulsor de dos espiras completas que monta en una pequeña lancha de seis toneladas, accionada por una máquina alternativa de vapor. La patente de Smith fue adquirida, en 1838, por
Simultáneamente
a la hélice de Smith, en el mismo año que éste presentó su patente, hacía lo
propio John Ericsson, ingeniero sueco, quién convenció al armador Brunel para
que parase la construcción del S/S “Great Britain” hasta finalizar el nuevo
proyecto de propulsor, para cambiar la rueda de paletas a popa, inicialmente
prevista, por una hélice.
El “Great
Britain” fué, en 1843, el primer buque transoceánico que cruzó el Atlántico.
A partir
de aquí, solo fue cuestión de tiempo que la hélice desplazara a la rueda de paletas como principal medio de propulsión. No obstante, surgió un nuevo
problema que, de no haberse solucionado, la reversión a la rueda hubiese sido
inevitable.
En los
primeros tiempos de la propulsión por hélice, no había cojinetes metálicos que
pudieran soportar el desgaste producido por el giro, el empuje y peso de la
hélice.
Por
fortuna, en 1840, un tal Mr. Penn, descubrió que la madera extremadamente dura
del guayacán, lubricada con el agua de mar, era el apoyo idóneo para el eje de
cola, pues no mostraba signos apreciables de desgaste y además, al esponjarse y
expansionarse, conseguía mantener la estanqueidad de la bocina.
Con el
desarrollo y evolución de la máquina alternativa de triple expansión, también
se desarrolló el diseño de las calderas, incrementando la presión de vapor y
disminuyendo, por tanto, el consumo de combustible.
La
introducción de la caldera escocesa, caldera cilíndrica de llama en retorno,
llamada así porque las primeras unidades se instalaron en los astilleros de
Clyde (Escocia), y la adición de la circulación forzada, se llegaron a
conseguir presiones de vapor hasta 150£ p.s.i. (libras por pulgada cuadrada). Con la
combinación de las máquinas de triple expansión y las calderas cilíndricas, en
el periodo comprendido entre 1820 y 1900, el consumo de carbón se redujo de las
10£ a 1,5£ L/C.V.h. (libras por caballo y hora).
Ignacio Pantojo Vázquez
Socio colaborador de la Academia
Comentarios
Publicar un comentario