03. "FENICIOS, TARTESIOS Y GRIEGOS EN OCCIDENTE"
Va
a comenzar una nueva campaña de excavación…
Diego Ruiz Mata /Catedrático de Prehistoria y Académico de Sta. Cecilia.
Diego Ruiz Mata /Catedrático de Prehistoria y Académico de Sta. Cecilia.
(El Puerto, 5 de octubre
de 2015) “ La mer,
la mer, toujours recommencé“
( Paul Valery, Le cimitiére marin, 1920 )
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Se filtra un sol de fines de abril
por la ventana de mi despacho, la temperatura es de casi 20 grados y me siento
bien, con ganas de trabajar, de conversar y de vivir. Y me deshago de las
confortables ropas de invierno que me alivian del frío, pero ahora me atosigan.
Se percibe la primavera soleada, la época en la que comienza el año para el
arqueólogo y no el día uno de enero como figura oficialmente en el calendario.
Hay muchos comienzos de año según lo que hacemos, o según en lo que creemos, o
según nuestro estado de ánimo. Muchos enamorados comienzan el suyo en el día que se conocieron.
Y los arqueólogos fijamos nuestro propio tiempo entre los meses de marzo y
abril. En estos días estamos enfrascados resolviendo, o ultimando, los
fastidiosos y numerosos papeles administrativos que nos permita comenzar las
tareas arqueológicas de verano. Falta muy poco, apenas dos meses, para volver a
los poblados o necrópolis que investigamos, y que dejamos solitarios y en
reposo durante un largo tiempo. Mientras tanto, contamos los días, como hacen
los niños pequeños cuando esperan ansiosos los regalos de Navidad. Tacho un día
en el calendario, que para mí significa recomenzar pronto, como las olas
tranquilas mediterráneas del poeta, en el Castillo de Doña Blanca (CDB), del
que no puedo ni quiero desprenderme y al que siempre regreso curioso y
expectante.
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Pero antes hay que disponer de un
buen equipo e ilusionarlo. Convoco a los
que trabajan habitualmente conmigo y a los nuevos alumnos que he elegido o me
han elegido durante el curso, ansiosos por iniciar sus primeros pasos por el
pasado de los muros, suelos, estratos y materiales del yacimiento, para
fijarles las tareas que van a cumplir con rigor y entusiasmo bajo un sol de más
de 40 grados, todos los días, mañana y tarde, incluido el sábado. Pero no
importa, la satisfacción que proporciona
la curiosidad por el hallazgo hace que
se olviden el calor y el cansancio. No
es el trabajo al que fuimos condenados
por siempre tras el pecado original, es el del placer de la resurrección
y de la imaginación, del descubrimiento inesperado, además de una experiencia
única en una tarea muy peculiar y
colectiva. Pero antes les informo de la
vida y de la historia de este magnífico y hablador lugar fenicio, que ya ocupa
un lugar importante.
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Más o menos es esto lo que les
digo de la historia que nos narra el yacimiento. De su emplazamiento les he
hablado en otra ocasión. Ahora les comento que la primera ocupación sucedió
durante la Edad del Cobre, en el milenio tercero a.C., en La Dehesa y debajo de los estratos semitas del
CDB, sobre la roca desnuda. Se han
hallado aquí cimientos de cabañas circulares, con zócalos de mampostería y paredes
de barro y paja, junto a trozos de vasos esparcidos. Un pequeño espacio, de 12
a 16 m cuadrados, para dormir y refugio de la lluvia y la tormenta. La vida se
desarrollaba fuera, al aire libre. Y un lugar sagrado y ritual se enclava en el
punto más alto de la Sierra de San Cristóbal, consistente en un altar amplio de
pequeñas cazoletas al que se accede mediante unos pocos escalones. Es
probablemente una mesa para sacrificios orientado al sol que nace, mostrando su
cara redonda descarada y enrojecida.
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Más tarde, a mediados del segundo
milenio, el lugar continuó habitado por otras gentes, conocedoras de las artes
metalúrgicas. No sabemos nada de sus viviendas, pero sí de sus enterramientos,
reflejados en tumbas colectivas de inhumación, en hipogeos excavados en la
roca, con pasillo de entrada hacia una
estancia funeraria amplia en la que se depositaron dos decenas de muertos, con
sus ajuares cerámicos y metálicos, cuchillos con remaches de plata, pendientes
de oro y otras finezas que le acompañaban. A fines de ese milenio, hallamos en
la cima de la sierra la ocupación de otra sociedad del Bronce final, de la que
conocemos alguna cabaña y restos de su vajilla cerámica. Habitaban este lugar
poco antes de la llegada de los primeros fenicios fundadores de la ciudad
fortificada del CBD. Y con ellos establecieron sus primeros contactos.
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A fines del siglo IX, o en los
comienzos VIII a.C., se ocupó el CDB, a los pies de la Sierra de San Cristóbal,
junto a una acogedora y recoleta ensenada en la desembocadura del rio Guadalete, que les
servía como puerto o fondeadero. Lugar idóneo para un establecimiento fenicio.
En pocos años construyeron sus primeras viviendas de varias habitaciones –de 50
a 60 m2-, con muros de mampostería revestidos de barro, encalados y
suelos rojos, y techumbres vegetales o azoteas que descansaban en vigas de
madera, hornos de pan ácimo, y calles estrechas que delimitan pequeñas ínsulas,
según su costumbre en sus ciudades de origen. Blancas eran sus viviendas, como
las de los pueblos blancos gaditanos. Y
para su protección, el poblado se rodeó de una muralla ancha de mampuestos, revestida
también de barro, y precedida por un foso muy amplio, de casi 18 metros de
ancho y casi 2 de profundo. Alcanzaba 16
ó 18 m de altura, pantalla imponente para el visitante o el guerrero. Una zona
amplia se excavó en un extremo de la ciudad, cercana al puerto. Se han exhumado
aquí varios cientos de miles de fragmentos autóctonos y fenicios, que ha
proporcionado un elenco muy rico de la vajilla de esta época, junto a numerosas
ánforas de diversas procedencias mediterráneas, que sugieren un comercio activo
e internacional. Decenas de miles de horas, cientos de días, han empleado estos
alumnos y profesores en lavarlas, clasificarlas y dibujarlas. Hay que decirlo.
Es un trabajo escondido que no se percibe ni se vocea.
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En los últimos años del siglo VIII
y durante todo el VII a.C., se advierte una gran actividad en el poblado, al
menos con tres fases constructivas en las zonas excavadas, con viviendas bien
construidas con muros de zócalos de grandes mampuestos y paredes de piedras más
pequeñas o de ladrillos de adobe y tapial, junto un rico repertorio cerámico.
Es una época de esplendor económico de la ciudad, en plena época tartésica u
orientalizante.
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Durante el siglo VI, y desde su
mitad, se percibe cierto declive constructivo y menor potencia estratigráfica.
Sin embargo, recogemos los primeros restos de intercambio con los griegos
orientales. Todo sugiere decadencia, causada por el desplome de la metrópolis
de Tiro, y relacionada con una crisis económica y geoestratégica mediterránea y
tartésica. Se preludian, a su vez, cambios sustanciales en los lugares fenicios
occidentales y el comienzo de una fase que se conoce como turdetana, mientras
Cartago surge con ansias de imperio y comienza con éxito imparable su expansión
mediterránea y occidental.
Tras ello, el siglo V se anuncia
vigoroso, como delatan las nuevas viviendas y la nueva muralla de casernas o
casamatas, junto a tipos cerámicos distintivos del momento, del mundo
turdetano. Se reanuda el comercio, orientado más hacia el ámbito de los
mercados griegos y norteafricanos. Y esta prosperidad renovada también se
observa en el siglo IV a.C., en cuyo final se construyó una tercera muralla de
casamatas de influjo cartaginés y helenístico, consecuencia de esta época de
esplendor económico y comercial. A fines del siglo III a.C., la ciudad se
abandonó. Hay quienes culpan de ello a un maremoto, o a la guerra, lo más
probable. La guerra, sin dudas. Son claros los signos de violencia, como
destrucciones de tramos de la muralla, zonas incendiadas, más de una decena de
cadáveres esparcidos en la zona cerca del puerto o tras la muralla, caballos
muertos, ánforas que rodaron por las calles, bolas de catapultas dispuestas, y
un sinfín de detalles que anuncian la tragedia. Todo sucedió cuando el ejército
romano desembarcó en la isla de Cádiz. El caso es que el CDB, aliada fiel de Cartago, fue abatida y abandonada, condenada a la damnatio memoriae, es decir, al olvido
absoluto, mientras Cádiz florecía al elegir al bando vencedor, al futuro, a la
gloria y a la riqueza. Vidas paralelas
durante siglos y rotas en la hora crucial en la que había que escoger entre la
antigua Cartago, perdedora, y la joven Roma, vencedora. El CDB prefirió Cartago
y Cádiz abrió sus puertas de par en par y con júbilo a Roma. El CDB a partir de
aquí terminó su historia. Estaba en juego el dominio del mundo: o Roma o la
ancestral y fenicia Cartago. Fue Roma quien gobernó, en los mares y en los
continentes. Y creó su imperio.
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Después de esta exposición breve,
que se alarga con infinitas preguntas sobre el CDB, los nuevos integrantes del equipo quedan
impactados, sorprendidos y deseosos de que comiencen las excavaciones a
primeros de julio y entrar en acción con los restos arqueológicos que nos aguardan
a más de 600 km. No importa el calor ni las muchas horas de trabajo. La
curiosidad lo supera todo. Sin curiosidad no hay vida, no hay nada, sólo el
discurrir de un tiempo absurdo. Apelo a la curiosidad
que se esfuma, a mantenerla siempre viva, a escudriñar los recovecos más
recónditos, a que nadie piense por
nosotros. A vivir, simplemente, a ser libres, a gozar cada instante
curioseando. A esto les incito.
El próximo viernes
16 de octubre se publica el artículo 4:
¿Fundaron los fenicios Gadir en 1100 a.C.?
Con el entusiasmo que describe la ciudad tartésica deja ver la pasión que siente por lo que hace. Seguro que nos va a enseñar mucho. Gracias.
ResponderEliminar¡Qué afortunados los que se inicien a la arqueología de campo de esta manera! Maravilloso artículo.
ResponderEliminarComo siempre nos deslumbra el Dr. en arqueología, y sobre todo de la cultura Fenicia, D. Diego Ruiz Mata. Infatigable en lo que sin duda ha sido toda su vida, la investigación de esta cultura y el Poblado Fenicio de Dª Blanca. Sin duda seguiré todos tus artículos. Mi más sincera enhorabuena.
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