07.FENICIOS, TARTESIOS Y GRIEGOS EN OCCIDENTE

Vino y embriagueces famosas de la Antigüedad
Diego Ruiz Mata / Catedrático de Prehistoria y Académico de Sta. Cecilia.

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La domesticación de la vid silvestre y la transformación del zumo de la uva en vino ha sido uno de los logros más importantes y duraderos de las sociedades próximo-orientales y mediterráneas. Más de cuatro mil años de consumo. Ha sido la bebida dilecta de dioses, de reyes, sacerdotes, héroes, de amigos y de orgías desenfrenadas. Lo reflejan los textos de esas épocas  y una abundante iconografía oriental, griega y romana, donde su ingesta fue común en liturgias religiosas, funerarias y sociales. En las religiones sirvió de inductor de estados alterados de conciencia para la realización de algunos rituales. Pero su exceso ha sido motivo de juicios, de consejos, de debates éticos y de normas morales. ¿Quién no recuerda alguna borrachera que mencionamos como anécdota graciosa, que provoca la risa, o en otros casos desagradable y con resultados trágicos, que provoca el llanto?. En la antigüedad también se narraron sus consecuencias desgraciadas y poco dignas. Algunas han llegado a nosotros.

La bebida forma parte de rituales ancestrales, de los milenios IV y III a.C. en Mesopotamia, relacionados  con los religiosos y funerarios. En el Poema de la Creación, o Enuma Elis, precedente del Génesis bíblico, tras la creación del mundo y la del hombre, los dioses lo celebraron mediante un banquete donde se sentaron en amplios sillones y cogieron sus grandes copas de vinos Estas celebraciones terminaban fatalmente en una borrachera colectiva. Y así fue recogido en numerosos textos e iconografías.

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Un texto de la ciudad de Ugarit, del siglo XIII a.de C, nos cuenta lo que sucedió en un banquete de familias divinas  y la catalepsia etílica del  dios El –Ilû-, el padre de los dioses ugaríticos. Se trata, pues, de la ebriedad vergonzante del dios supremo de Ugarit, relacionado con las deidades fenicias y el dios bíblico. Es la historia de un dios embriagado durante un festín en su palacio –Ilû está sentado en su sala de fiestas / está Ilû bebiendo vino hasta hartarse”-, que pierde la razón por el consumo excesivo de vino y se ridiculiza ante los dioses invitados. El texto los describe entregados al consumo desenfrenado del vino que acaba con el dios supremo tirado por el suelo, sueltos sus esfínteres, y revolcándose entre sus propias heces, mientras que el dios Yarhu se presta a hacer de bufón. Sus ayudantes, compadecidos, lo llevan ante las diosas Anat, su mujer, y Ashtarté, su hija, que van en busca del remedio que le vuelva la razón perdida con el vino. Consistía en poner sobre la frente del beodo pelo de perro y en su cabeza, garganta y ombligo zumo de olivas tempranas. Una imagen muy humanizada del padre de los dioses que ha perdido la razón y la vergüenza por ese pecado humano de la desmesura. Pero lo que se cuestiona es el tema trascendente de la dignidad del dios supremo ugarítico, perdida por la ebriedad y el descontrol. Humano, demasiado humano, como dijo Nitzsche.

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Otro exceso de alcohol fue el de Noé –Génesis 9-, el elegido de Yahveh como salvador de la humanidad, a quien le encargó la construcción de un arca que albergara a él, a su familia y a una pareja de animales de cada especie para su salvación, tras el castigo de Dios para la destrucción de la humanidad corrompida, mediante un diluvio destructivo. Transcurrieron los días, terminó el castigo, y Noé y sus hijos salieron del arca, propagándose por la tierra, tras la alianza restablecida entre Dios y la humanidad para su reproducción. Relata la Biblia que “Noé, labrador, comenzó a plantar viña; y, bebiendo del vino, se embriagó y se quedó desnudo en medio de su tienda”. Al verlo de este modo su hijo Cam, llamó a sus hermanos Sem y Jafet, quienes de inmediato lo cubrieron con un manto y con sus rostros vueltos hacia atrás, para ocultar las vergüenzas paternas. Cuando despertó Noé de su embriaguez, y sabiendo lo ocurrido, maldijo a Cam, quien lo vio desnudo, destinándole a la esclavitud. El descubrimiento del vino por Noé es un acto civilizador, tras el castigo divino del diluvio y el renacer de la vida. Pero la bebida desmedida, su pérdida del sentido y de la conciencia y su desnudez contemplada por su hijo, como un acto impúdico y pecaminoso, es lo que conllevó la maldición del padre. Padre e hijo son culpables: Noé por la embriaguez y la pérdida de su conciencia como persona a causa del vino, y el hijo por la contemplación de su padre desnudo, una vergüenza sentida desde Adán y Eva y el Pecado Original.

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En el canto IX de la Odisea, Ulises llega, a la tierra de los cíclopes, los que viven sin leyes, no labran la tierra, ni tienen ágoras ni legisladores y habitan en profundas cuevas. Así los describió Homero: “…Desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando / hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes,/ unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, / nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo / viene allí a germinar sin labor ni siembra” (IX,105-115). Es decir, un mundo incivilizado, desconocedor de la ciudad, sus normas y su forma organizada de vida, del vino y su uso en las funciones religiosas y sociales civilizadas, como se deduce del mundo micénico complejo que describió Homero y la refinada ciudad de Troya. Allí, apartado de los demás, vivía Polifemo, un ser monstruoso, salvaje, solitario, quien retuvo en su cueva a Ulises y a doce de sus mejores compañeros. Homero narra
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que
“…Era dueño del antro, un varón monstruoso; pacía / sus ganados aparte, sin trato con otros cíclopes, y guardaba en su gran soledad una mente perversa / Aquel monstruo causaba estupor, porque no parecía / ser humano que vive de pan” (IX 187-191). Como la historia es conocida, abordo lo esencial. Ulises se sirve del vino rojo, regalo de Marón, hijo de un sacerdote de Apolo, después de mucho sufrimiento para salir de la cueva, cerrada con una gigantesca losa. Ulises sabe que el vino adormece y anula la razón. Y lo ofreció al cíclope que bebió sin medida, aprovechando ese momento para hincarle la punta aguzada de un tronco de árbol, ardiendo, en su único ojo y dejarlo ciego. El vino y la embriaguez empleados como artimaña y con astucia para domeñar al enemigo invencible, tosco y perverso. La historia de la civilización, la barbarie y el vino.

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Su exceso conduce también a muertes absurdas y a la pesadumbre. Fue el caso de Alejandro Magno. Nos cuentan Séneca, Plinio el Viejo y sobre todo Arriano, quien dispuso de fuentes muy directas, como la de Ptolomeo, general de Alejandro, y la de Nearco, de su círculo íntimo, la muerte de Clito, su amigo desde la niñez. Arriano narra que, tras el incendio de Persépolis, seguido de una fiesta “…el consumo del vino se prolongó más de lo acostumbrado, porque Alejandro había adoptado varias innovaciones en sus hábitos, incluso a lo que se refiere a la bebida, imitando a los extranjeros, y en medio del jolgorio  se planteó la discusión de los Dióscuros –Cástor y Polux- y algunos…por halagar a Alejandro sostenían…que no eran dignos de compararse con él.” Clito no  permitió la ofensa a los mellizos divinos, ni sus hazañas las consideraba tan maravillosas ni le parecía bien la imitación de los reyes extranjeros. Y para colmo, alabó las gestas de Filipo, colocándolo en un peldaño más alto que a Alejandro. Desaliñado, y con la cara roja por el vino, Alejandro se puso en pié tambaleándose, y empuñando una espada atravesó el pecho de  su amigo Clito, que le había salvado la vida en la cruenta batalla del río Gránico, junto al mar de Mármara. Sereno y consciente, lamentó su  muerte, lloró sin consuelo, se negó a comer y prometió dejar la bebida para siempre. Efímera promesa pues, tras los funerales, volvió a beber perdiendo el sentido. Paradójicamente, aunque no fuera la causa real de su muerte – ocurrida en el 323 a.C,, en Babilonia-, narra Aristóbulo que, días después de haber participado en un banquete, “le dio una fiebre ardiente con delirio, y que teniendo una gran sed bebió vino, de lo que le resultó ponerse frenético, y morir en el día 30 del mes de desio” –entre mayo y junio. Una historia fatídica que marcó negativamente la vida ejemplar del soldado y estratega más grande del mundo antiguo. Por ello es tan recordado este desgraciado banquete y sus consecuencias de muerte.

Son unos ejemplos de embriagueces pedagógicas, sobre las que filósofos y poetas comentaron y opinaron. Los textos bíblicos contienen numerosas citas que nos previenen de su exceso. Clemente de Alejandría vio en la de Noé la advertencia de que nos guardemos de ella por sus desagradables consecuencias familiares. Y Homero reclama de los jóvenes moderación para evitar la violencia. Como filósofo, Platón razona que el vino en exceso es negativo, pues resalta lo irracional del hombre y bloquea el intelecto, su esencialidad. De modo similar se expresa el poeta Horacio, exhortando a la bebida con moderación. Y como médico, Mnesíteo proclama que el vino no es malo en sí mismo, pero advierte de su exceso. Lo resume Apuleyo: “…la primera copa es para aplacar la sed; la segunda, para la alegría; la tercera, para el placer; la cuarta, para la locura”. En tanto, Ovidio se asombra de cómo algo saludable y civilizador, el vino, puede transformarse en barbarie y locura. Es el parecer del filósofo cordobés Seneca, quien afirma que los efectos de la embriaguez conducen al hombre a un estado lamentable y ridículo. Y recuerda en una de sus epístolas el caso de Alejandro de Macedonia, quien “cuando reconoció su crimen quiso morir y, sin duda, debió hacerlo”. Lo mismo opina Plinio el Viejo con estas palabras: “Antes de beber vino, rey, acuérdate de que tu bebes la sangre de la tierra; la cicuta es un veneno pare el hombre, el vino para la cicuta”. Quizás todo ello lo compendie, sucintamente, el Eclesiástico bíblico, cuando en el capítulo de los banquetes dice: “Con el vino no te hagas el valiente / pues el mosto ha perdido a muchos”.

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(El Puerto de Santa María, 2 de noviembre de 2015)

Artículo 8 (viernes 13 de noviembre):

“La ciudad que guarda los muertos del Castillo de Doña Blanca”


Comentarios

  1. Me ha parecido un artículo extraordinario... Muy interesante. Me ha encantado

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