22.FENICIOS, TARTESIOS Y GRIEGOS EN OCCIDENTE
Pinceladas
historiográficas de una ciudad sin nombre
Diego Ruiz Mata / Catedrático de
Prehistoria y Académico de Santa Cecilia
Al anónimo, a la obra anónima, que nadie sabe quién la hizo
y perdura en la Historia como la expresión más bella.
Me
refiero al Castillo de Doña Blanca, de tanta importancia en época fenicia y
que, por fidelidad a Cartago, los romanos borraron su nombre de la Historia.
Parece que hay que ser infiel para sobrevivir, aunque sea sólo en letra pequeña
y en un lugar de la página que nadie nunca lee. Lo que importa es sólo estar y
no ser. Lo vemos de continuo en los programas y portadas de la nada, que nada
dicen y que viven de la nada. En realidad, la Historia está llena de anónimos,
en el arte, en los hechos, en las letras, en las ciudades sepultadas, y de
aquellos que mienten o difaman, o de los resentidos o impotentes que
transfiguran o entierran lo que debe ser recordado con su verdadero origen. El
CDB, cuyo nombre desconocemos, sobrevive con sus restos visibles, que es el
modo del vivir por siempre. Y unas personas, piadosas, se han afanado en
buscarle un nombre, aunque no sea el suyo, aunque no sea cierto y sea
inventado. Hay que suplir la vergüenza de no tener letras que, unidas, originen
la palabra, el nombre, que una al recuerdo. Que nadie se apene ni se
avergüence, la Historia está llena de anónimos, de nombres, de ciudades y de
gestos, que la han engrandecido desde la penumbra o la obscuridad absoluta.
Es
lo que debieron pensar algunos eruditos cuando pasearon por aquella colina
yerma y solitaria que dejaba entrever muros erguidos y desechos, restos de
vasos que creyeron de otro tiempo, y la torre con falso nombre y con historia
muy triste y mitificada, la de Blanca de Borbón, allí prisionera y después
envenenada, dejada a su suerte por su esposo D. Pedro el Cruel, o El
Justiciero, como le llaman algunos. Curiosa contradicción.Murió a la edad de 22
años, encerrada en la supuesta torre-cárcel que no existía. El poder del mito
que sostiene como cierto lo que nunca tuvo vida. Sin embargo, es necesario para el homo sapiens tener referencias
históricas, memorias, ciertas o inventadas.Lo importante es que encuentre un
hueco en el imaginario de la vida individual y colectiva.
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La
primera mención que conozco, de indudable valor informativo, es de Bartolomé
Gutiérrez (1701-1758), poeta e historiador jerezano que escribió la historia de
su ciudad, publicada mucho después, en 1886. Nos cuenta en el capítulo III, del
libro primero, que el CDB fue la prisión de Blanca de Borbón, del que aún se
ven restos de sus murallas y viviendas, y que en tiempos antiguos estuvo allí,
en las faldas del castillo, la ciudad de Asido. Y para justificarlo, menciona a
“los vecinos sepulcros que en este año se
han hallado en las excavaciones inmediatas para la Real obra del arrecife”. Lo
que sucedió en 1756. Y describe algunas de las sepulturas. Casi todas son como
una caja rectangular de losas de piedras hincadas y otras que las cubren, con
el cadáver recostado de lado, los pies al oriente y la cabeza a occidente, con
un hornillo de barro y cenizas. El
autor precisa que “en lugar de almohada
tenía una teja, debajo de cuyo hueco se encontró una moneda”. Para B.
Gutiérrez, que justifica su hipótesis de CDB-Asido con las pruebas
arqueológicas, al modo más moderno, escribe que “estos monumentos por su tosquedad y su falta de pulidez…y modo de
enterramientos, indican mucha antigüedad; la cual se justifica más, con la
conversión total en polvo de sus huesos”. Tal conversión le deja perplejo,
pues había visto en la Iglesia Mayor que muchas sepulturas conservaban intactos
sus huesos. Y en ese contraste, hallaba Gutiérrez la prueba de su antigüedad y
de la verificación de su teoría. Y fue a más en estos detalles, considerándolos
“anteriores á los Romanos, porque ya en
el tiempo de ellos havia más cultura y se usaban otros –sepulcros- más primorosos, y con inscripciones…y cuando
menos serían del tiempo de los Vándalos y Godos, que menos pulidos podrían así
ejecutarlos”. Es evidente que el autor no tenía muy claro el proceso
histórico de la Antigüedad.
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Hace
unos veinte años, los historiadores E. Pérez Fernández y M. Pacheco Albalate,
han identificado la autoría de un manuscrito, otorgado durante años a J. M.
Rubio, y que lo escribió Anselmo José Ruiz de Cortázar; está fechado en 1764.
En uno de sus capítulos nos informa de que en el lugar llamado de la Piedad, el
archivero D. Pedro A. de Castro, del Ilmo. Ayuntamiento, dice que en ese punto
debió estar la ciudad de Tartessos o Sidón, “que…
tomó el nombre de Sidonia, Asido Caesarina, Saduña y Sidueña, primitiva capital
de la provincia gaditana”. Allí se encontraba, continúa el informe, un gran
acueducto o depósito de agua posiblemente romano, al pié de la Sierra de San
Cristóbal. Y “a media legua del acueducto
romano, hay una mina de plata, que dejó de ser explotada…a causa de las grandes
cantidades de agua que la inundaban”. Y páginas más adelante, mencionala
colina artificial del CDB, en la que asienta un castillo y prisión de la reina
Blanca de Borbón. En estas fechas, y por las descripciones realizadas del
asentamiento fenicio, debían verse a cierta altura los restos de murallas y de
viviendas de época turdetana de los siglos IV y III a.C., que el tiempo y la
soledad del lugar habían conservado aceptablemente. Más tarde, llegó su
destrucción a mediados del siglo XX, cuando se podía acceder a los colegios y a
la enseñanza con cierta facilidad, a escribir y a leer, y quizás a no
comprender.
La
curiosidad por el lugar, sin ser constante, no cesaba. Y en 1821, José González
Montoya, siguiendo la tradición escrita de las impresiones de los viajes, nos
ha dejado una breve mención en su libro “Paseo
estadístico por las costas de Andalucía desde Sevilla a Granada, en el verano
de 1820: escrito de un amigo para otro, en rasgos ya pintorescos, ya
sentimentales, y leído en la Comisión de Agricultura”. Un título extenso
que nos informa de todo, extrovertido y que rezuma romanticismo. Viniendo desde
Jerez a El Puerto, y en el sentido romántico del texto, nos confía sus emociones
de “la soledad de sus campos, el
arruinado castillo, prisión de doña Blanca…y a la vista el río Guadalete, me
arrancaban suspiros y distracciones a cada instante: ¡qué tiempos aquellos!
¡qué comparaciones con estos! griegos, romanos, cartagineses, moros, todos
bullían a un tiempo en mi mente: allí me estremecía el recuerdo de la malhada
batalla que perdió España: allá se me figuraba ver la gran población de Mnesteo(sic): acullá miraba Las Cabezas de nuestra
idolatrada libertad: hacia aquella parte divisaba los mares de la Atlántida:
hacia esta otra la navegación interior propuesta por el Conde Duque; finalmente
la isla de Hércules y el puerto de nuestras Indias lo tenía al frente”. Toda
la Historia allí compendiada y la transmitía, pleno de pasión y orgullo, José
González Montoya, apenado y lloroso.
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Pasó
un siglo sin que hayamos encontrado noticias sobre el lugar y del Castillo de
D. Blanca. Pero, en 1920, Luís Coloma (1851-1914), nacido en Jerez de la
Frontera, conocido por su novela “Pequeñeces”
(1890), y también creador del “Ratoncito
Pérez”, describió en su cuento “Caín”
el CDB, desde Las Cruces, en el camino a Jerez. Cuenta que Miguel y
Joaquina, protagonistas de la historia, pasaron por entre los pilares de las
Cruces y tomaron por una vereda “que
trepa por un cerro árido, sin vegetación, cubierto de hierbas secas que dejan
asomar algún que otro murallón negro, escueto y pelado, como asomarían por una
sepultura excavada, los huesos de un enorme esqueleto. Aquella es la tumba que
el tiempo ha labrado al castillo de Sidueñas”. A continuación describe la
fortaleza que ve erguida “armada de ocho
torres, que fortificaban”. Y, como cabía esperar, dedica un recuerdo a la
Reina de Castilla, Doña Blanca de Borbón, y a su prisión y muerte en el lugar,
en la torre que da nombre a la colina y yacimiento arqueológico, Castillo de
Doña Blanca. Dice que, de las ocho torres que tuvo, sólo ésta se conserva
completa. La noticia tiene gran interés arqueológico, y se ha comprobado. En
suma, las torres que vio destruidas son las que pertenecen a la última fase de
la ciudad del siglo III a.C., todavía vistas por esa época y hasta los años
cincuenta del siglo XX. Y la que describió completa, como prisión de la reina,
no existía en ese momento y se construyó posiblemente en los siglos XV o XVI
d.C. Cuando conocimos el texto, exploramos la superficie, y hallamos huellas de
tales torres. En efecto, en la excavación arqueológica de 1989, hallamos siete
torres. Nos falta la octava y otras más que Luís Coloma no advirtió. Es la
pequeña historia de la pista de un cuento literario que describe con precisión
lo que ve, el arqueólogo lo cree, y la excavación lo confirma.
En
los años veinte, llega a estas tierras Adolfo Schulten, un profesor alemán en
busca de Tartessos, en compañía de un arqueólogo belga, G. Bonsor, que excavaba
en Los Alcores desde fines del siglo XIX, con notable éxito. Ninguno encuentra
la ciudad de Tartessos, que la creían situada en el Cerro del Trigo, en Doñana.
Pero reavivaron el interés y la pasión de los españoles por hallar la ciudad de
Tartessos, mencionadas en las fuentes griegas, y relacionada con la famosa
Tarsis bíblica, de época de Salomón e Hiram de Tiro. Surge, pues, una amplia
bibliografía, basada en los textos griegos y romanos, y no en los datos, que
aseguraban el hallazgo de la ciudad. Entre ellas figura el CDB como candidata a
Tartessos o a otra ciudad ilustre.
Y,
entre los eruditos, Ventura López, un presbítero jerezano que en 1923 escribió
una serie de artículos en el diario El Guadalete sobre Tartessos. El 7 de
diciembre dedicó uno a la descripción de los restos del CDB y sus alrededores.
Decía que “para encontrar la ciudad más
antigua de Occidente había que excavar en el castillo de Doña Blanca y hoy
decimos, después de visitar tan romántica mansión, que asombra cómo hasta hoy
no se ha descubierto en la plataforma en que asienta el anhelado Tarteso…”. Y
sugiere que “hay que excavar para
encontrar la ciudad griega; mas la romana que la sucedió está clara sin
excavar, que sólo no puede verla quien jamás haya visto ruinas romanas". Menciona
que ha descubierto vestigios de todas las épocas, tumbas fenicias “con lápidas de caracteres ibéricos y
tartesianos”, la muralla de más de tres metros de espesor, y “algo que recuerda los monolitos asirios,
sus típicos libros”. En cuanto a su extensión, creía que pudo tener “a lo largo una extensión de media legua y a
lo ancho terminar en la Sierra de San Cristóbal”. Y muchas cosas más descubrieron
de todas las épocas. Escribe al final de sus prolijos párrafos que “nos basta con haber descubierto el Tarteso”.
Es decir, creyó que el CDB y los vestigios a la vista, ya muy entrado el siglo
XX, correspondían a Tartesos, seguramente a la que se refiere el griego
Herodoto en el siglo V a.C. en un capítulo de su Historia. Es un poco
exagerada, aparentemente, la medida de la ciudad, media legua –en torno a 2.5
km. Pero no tan descabellado si se considera el área de dispersión de los
restos, incluyendo la necrópolis, la ciudad, el puerto y las laderas y cima de
la sierra. No es esa longitud, pero se le parece mucho. Observó bien Ventura
López la amplitud que alcanzan los testimonios arqueológicos en la sierra.
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Años
más tarde, en 1940, apareció por aquellos parajes, el investigador alemán A.
Schulten, que permaneció en Jerez una semana acompañado por César Pemán, con la
intención de localizar en aquella zona el Puerto de Menesteo, ubicado, según el
geógrafo Estrabón, al norte de Cádiz y al sur del Guadalquivir. Y en el CDB lo
creyó localizado. Efectuó unas catas en varios sitios y dejó el primer plano
arqueológico del yacimiento, situando el recorrido de la muralla que aún se
mantenía en pié. Pocos años después, el propietario por entonces del montículo,
creyó más práctico y beneficioso –económicamente, se entiende- desmontar sus
paramentos, cargar en camiones la piedra ya escuadrada y venderla para
construir vetustas tapias de chalés. Conducta muy conveniente y ejemplar para
tiempos y clases tan eruditas y amantes de su historia, económica, ¡claro!
En
estos últimos años, se ha investigado sobre el término “sidonio” y “sidueña”,
con resultados importantes para el conocimiento de la zona y del CDB, que
requiere un espacio más amplio que dedicaré en otro artículo más adelante.
Ambos términos se originan en las referencias a la colonización fenicia, si
fueron tirios o sidonios, o ambos, quienes llegaron a la Bahía y al CDB. El
caso es que actualmente existen el Pago de Sidueña y Medina Sidonia, que han
ocasionado dudas y posiciones sobre su situación y si se refieren a lo mismo. A
lo que se unen las dudas de dónde debe enclavarse la primera capital de lacora
andalusí de Sidonia que, muchos eruditos, desde Rodrigo Caro (1573-1647) sitúan
en la actual población de Medina Sidonia o en Jerez –es la teoría de Enrique
Florez (1702-1773). El hallazgo, en 1789,
de una lápida romana que alude a los “munícipes
Caesarini”, zanjó el tema de la ecuación Asido Caesarini, de Plinio, y Medina Sidonia. Pero aún permanecen
las dudas. Y, en síntesis, adelantaré que tras una lectura más objetiva de los
textos y con elementos tangibles arqueológicos, las hipótesis actuales son dos:
la que sostiene con sobrado acierto y razones M.A. Borrego sobre la ubicación
de la Sidonia-Sidueña islámica en el CDB, entre Jerez y El Puerto, y la
sustentada por A. Mederos y L. Ruiz Cabrero en torno a este topónimo y su
traslado a la época fenicia y a los sidonios y a la ciudad-estado de Sidón en
Fenicia. A lo que dedicaré más argumentos. De momento, baste señalar que M.A.
Borrego, en sus precisos e inteligentes estudios, concluye que el CDB es la Sidueña
islámica. De ahí proceden los materiales islámicos más antiguos gaditanos.
Volvamos
al comienzo. Recompensa después de un olvido: el CDB, sin desvelar su nombre,
ha estado en la mente durante siglos de muchos eruditos.Y desde 1979 su nombre
actual, no el antiguo, tiene ya un reconocimiento internacional importante, no
por su topónimo de una historia tan desgraciada, sino porque ha mostrado su
extraordinaria importancia en sus estratos de tierra, los restos de sus
viviendas y el enjambre de centenas de miles de restos cerámicos. Sabemos lo que
significó en los momentos de más plena actividad. Nos falta su nombre concreto fenicio.
Hoy sabemos que era el punto fenicio tirio más importante
de Gadir pluralizada. Esto es suficiente. Quizás el nombre no sea tan
necesario. El CDB se ha rescatado del olvido de más de dos mil años. No se ha
podido borrar de la Historia Universal. Roma lo intentó. No pudo. Su existencia
es palpable y reconocida. Es lo importante.
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