LA “SIXTINA” EXTREMEÑA
No estábamos acostumbrados a
aquellas carreteras, de poca anchura y de curvas, cercada de olivos y encinas.
A uno u otro lado siempre había un barranco. Íbamos, quizás, a más velocidad de
la aconsejada y a veces el corazón nos daba brincos. Al llegar al cruce en donde
estaba la estatuilla de un lobo negro debíamos girar a la derecha y seguir una
vía, aún más estrecha, que se ajustaba al monte. En realidad no eran muchos
kilómetros y el paisaje muy hermoso, el de las primeras irregularidades de Sierra
Morena.
Muchos olivos estaban
entrelazados, por las copas, con mangueras negras que les proporcionan, gota a
gota, agua. Era como una tela de araña entre árbol y árbol. Estamos en la
provincia de Badajoz, al sur, en Fuente del Arco y lindando con la Sierra Norte
de Sevilla, cerca de Guadalcanal y Alanís.
Pronto llegamos a una amplia explanada
en la que podíamos aparcar; la ermita estaba allí, al lado: Nuestra Señora del Ara. Deliciosos
contrastes entre la fresca arquitectura mudéjar, con los añadidos posteriores
de un austero barroco, y la escarpada serranía. El asombro nos sobrecoge cuando
nos hallamos en el interior de la ermita.
El cielo vestía de azul rabioso
con alguna nube lejana. Sólo bajar unos pocos escalones y nos encontramos en la
entrada lateral. Existen pruebas documentales, sobre el pequeño santuario, que
datan de la Edad Media, de la primera mitad del siglo XIV, pero algunos
testimonios arqueológicos conducen a pensar en un anterior asentamiento
religioso precristiano.
Dentro ya, en la bóveda de
cañón ─que constituye la nave de la capilla de más de quince metros de largo─
nos sorprende la visión de un espacio repleto de pinturas murales, razón por la
cual alguien la denominó ─salvando respetuosamente todas las distancias─ «La capilla ‘Sixtina’ extremeña».
Sin preparación ninguna, y no
ausente de emociones, voy disparando mi cámara de un sitio para otro intentando
fijar los infinitos detalles que se presentan a la vista. Los maestros pintores
que realizaron aquella obra, compartimentaron el espacio de la bóveda en grandes
recuadros reticulados con franjas con dibujos y festones. Múltiples escenas del
Génesis, figuras femeninas aladas, motivos florales, y alguna estación del Vía
Crucis conforman una panorámica excepcional.
En la bóveda que sostiene el coro
destacamos cuatro interesantes figuras femeninas, complementadas con una serie de
atributos, que representan los cuatro puntos cardinales y los signos del
Zodiaco. Esta zona ha sido la última restaurada hasta el momento.
El santuario
fue declarado ‘Bien de Interés Cultural’ con la subcategoría de Monumento de
Interés Cultural en 1993. Actualmente se muestra como una de las construcciones
más simbólicas del mudéjar bajoextremeño. Una importante fuente documental de esta ermita
son los libros confeccionados por los llamados ‘visitadores’, que se encargaban
periódicamente de inspeccionar los bienes y propiedades de la Orden de
Santiago. Tenían el papel de velar por el buen
funcionamiento de la Orden. Cuando realizaban una visita, debían presentar, en
el Capítulo General, un libro en el que se examinase el estado material de las
distintas propiedades (iglesias, hospitales, ermitas, casas, bastimentos, mesas
maestrales...) y el espiritual de sus súbditos. Entre 1494 y 1604 la
ermita fue visitada una decena de veces existiendo,
por tanto, información fidedigna que describe edificios, relación de ornamentos
litúrgicos, ropas y joyas; inventario de las propiedades; revisión de los
libros de cuentas, etc.
En la sacristía, a la derecha del altar de la Virgen del
Ara, con todas sus paredes también cubiertas de cal que tapan figuras aún por
descubrir, encontramos una pintura sobre tabla de factura gótica ─muy retocada─
que representa una escena de aparición, al rey moro Jayón y a su hija Erminda,
de la Virgen apoyada sobre un ara entre las ramas de un árbol. En esta pintura
tienen gran interés dos cartelas que proporcionan datos cronológicos. Longitudinalmente
─y también en recuadros horizontales─ se hallan las estrofas de un romance que
relata la conversión de Jayón y Erminda tras la aparición.
Después subimos al camarín de
la Virgen que se añadió en el siglo XVIII y que, desgraciadamente, tiene
bastantes rastros de vandalismo.
Camino de vuelta, no podíamos
evitar llevar con nosotros un sabor agridulce; ese ligero malestar que persiste cuando hemos admirado una rica obra patrimonial en la que queda, aún, mucho por
hacer.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Como extremeño, con lo que me tira la tierra, elogiar tu artículo, además de merecerlo, me reconforta y me llena de satisfacción. Gracias tocayo.
ResponderEliminarGracias Ignacio. Como siempre, los viajes a tu tierra son muy gratificantes, me encanta pasar unos días por allí, cualquiera que sea la zona que visite..
EliminarAl autor se le ha pasado por alto decir que la ermita está muy cerca, también, de la ciudad de Llerena.
ResponderEliminarLamento la omisión, debería de haber aclarado la proximidad a la hermosa y monumental ciudad de Llerena. Gracias por su sugerencia. Un cordial abrazo.
EliminarTambién está cerca de Guadalcanal.
Eliminar¡Excelente crónica viajera, de la mano diestra de un artista del relato!
ResponderEliminarMagnífico relato tras escudriñar con los ojos con los que sueles recrear cualquier manifestación artística, y esta, con mayor razón porque provocas la necesidad de visitar esa joya extremeña. Muchas gracias por compartir.
ResponderEliminarPara comerte como siempre,eres el mejor maestro.
ResponderEliminarA los niños se nos solía contar este romance en Fuente del Arco:
ResponderEliminar«Habitaban en esta zona la princesa Erminda y su padre, el Rey moro Jayón, que era ciego (de este rey tomó nombre la sierra donde está enclavada la ermita: “sierra de la Jayona”)...
Bueno, pues un buen día la Princesa se encontraba jugando
junto a una fuente y se le apareció la Virgen María, en forma de una bella doncella, sobre la copa de una encina. Esta aparición se hizo más frecuente hasta que un día rió brillar sobre la cabeza de la jovencita una aureola destellante.
Erminda le preguntó:
—¿Quién eres?
—La Virgen María, le contestó a la jovencita.
—Pues entonces, si eres la Virgen ¿por qué; no le devuelves la vista a mi padre?
—Lo haré, pero cuando os convirtáis.
Al convertirse Erminda y Jayón, éste recobró la vista…»
Gracias por este artículo tan bonito que da a conocer esta maravilla de mi tierra.
Muchísimas gracias por su aporte que enriquece, y completa, mi relato.
EliminarReciba un cordial saludo.
¡¡Que paseo tan maravilloso, he disfrutado como si yo misma estuviera in situ!!
ResponderEliminarIgnacio P.B. Gracias como siempre por tus estupendas aportaciones. Saludos.