POR QUÉ LOS ABUELOS NOS RENDIMOS ANTE LOS NIETOS
EL ABUELO
Me pregunto por qué los
abuelos nos rendimos ante los nietos. Tal vez, en mi caso, es porque no tuve la
suerte de conocerlos. Bueno, lejanos recuerdos de los maternos sí tuve, pero
desaparecieron cuando apenas tenía tres años; los paternos dejaron huérfano a
mi padre solo con doce años.
No sé lo que es
aferrarse a las piernas del abuelo cuando se huye de la reprimenda, ni sentir
el calor que irradian las arrugas de sus manos y la delicadeza con que su
manaza esconde la pequeña y confiada manita ni el sabor que tiene la golosina
prohibida por la madre y pasada de matute con sonrisa de complicidad ni sentir
su enorme corpulencia ni observar unos ojos ajados, brillantes, en intercambio
de miradas limpias y desinteresadas.
No sé apreciar el amor que el nieto puede percibir al sentirse acunado entre unos brazos sarmentosos, pero firmes, y unas piernas escleróticas, que adquieren la fortaleza extraída de su mente con extremo instinto de protección. No sé lo que es oír interpretar, con tanto realismo, un cuento cuando nunca fue actor, ni la infinita paciencia para darle de comer cuando apenas fue capaz de hacerlo con sus hijos. Tampoco he podido experimentar cuando, al limpiar las cacas, soporta estoicamente los efluvios fecales sin más aspavientos que gestos exagerados, para verlo reír. Ni sentir el dolor de su dolor al sufrir algún golpe inesperado ni oír a la abuela recriminarle esa ausencia de atenciones para con sus propios hijos. Tampoco llegué a saber por qué el abuelo hablaba con media lengua, intentando remedar su lenguaje para un mejor entendimiento, cuando quizá pensaría: ¿por qué el abuelo habla de esa forma?
Definitivamente en mi larga vida, una de mis frustraciones ha sido no poder ejercer de nieto, quizá de haberlo sido, el goce que ahora me produce ser abuelo, se complementaría con la experiencia de haber sido nieto y, tal vez, la suerte de intentar ser el mejor abuelo del mundo.
Alberto Boutellier Caparrós
Socio colaborador de la Academia
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