28.FENICIOS, TARTESIOS Y GRIEGOS EN OCCIDENTE
Mare Nostrum (2)
Haber sido es una
condición de ser…
Diego
Ruiz Mata / Catedrático de Prehistoria y Académico de Sta. Cecilia
Mis
incipientes conocimientos del Mediterráneo, y de la cultura occidental,
provienen de los años de bachiller en un instituto sevillano, apenas sin darme
cuenta. Fue a través de los rudimentos de geografía, de historia, de la
literatura y de las lenguas muertas del griego y del latín –así se conocían por
entonces a lenguas tan locuaces. Ahora están más muertas y mejor enterradas,
sin lápidas que las recuerden, sin nadie que las reclamen. Sólo alguna vez se
oye a un político o tertuliano diciendo, solemnemente, “in vigilando” o “curriculum”,
con más frecuencia curriculumsen
lugar de “curricula” o cualquier otro
latinajo que casi siempre dicen abogados y personas de las cosas públicaso
quienes quieren quedar bien en lugares selectos y cultivados, como “in eligendo”, para decir que no se ha
sabido elegir a la persona con el currículo adecuado y que no ha habido
vigilancia por una actividad muchas veces reprobable. Más tarde, en mis años de
universitarios, aumentaron estos saberes humanísticos. Tuve que señalar con
precisión en los mapas mudos países, ríos, afluentes, mares y montañas, recitar
nombres de reyes, fechas de reinados y de batallas, nombres de poetas, de
escritores y de filósofos, y los títulos de sus obras, y un listado
interminable de obras de arte sin haberlas visto ni siquiera en fotografías. Fue
entonces cuando comencé a leer a los autores prohibidos, que casi todos conocíamos,
teníamos en nuestras pequeñas bibliotecas, y comprábamos con fruición en
librerías pequeñas regentadas por dueños lectores que nos aconsejaban. F.
García Lorca, Luís Cernuda, Miguel Hernández y otros, formaban parte de
nuestras secretas conversaciones, como poetas malditos y exquisitos, que
recitábamos, además de los más permitidos, Antonio Machado, Juan Ramón. Y R.
Alberti, a quien también leíamos, junto a otros extranjeros. Los profesores de
griego y de latín, de los más distinguidos por entonces, nos hablaban de Grecia
y de Roma, de sus poetas famosos, de sus historiadores y sus historias
intocables y de sus filósofos, que mostraban un mundo racional y muy moderno,
al hablarnos de polis y ciudad, ciudadano, de política y democracia, justicia y
rectitud moral. Más tarde, de Roma, de su imperio inmenso y del cristianismo,
extendido en este espacio como un abierto abanico. Y en los cines de arte y
ensayo, siempre los sábados y siempre llenos, nos proyectaban películas
difíciles de comprender, muy de vanguardia francesa, muy conceptuales, que al
final se discutían. Y el arte grecorromano nos mostraba formas y elementos
arquitectónicos que, en su distancia, veíamos muy cercanos. Lo mismo nos
parecían los cuadros y los mitos recurrentes y las formas escultóricas.
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Empezábamos
a ver, desde la lejanía de la historia, el reflejo de un tiempo pasado cercano
y familiar. Ahora entiendo, en la distancia, lo que significaban nuestras
curiosidades y preguntas por eso que llamábamos historia antigua. La moderna,
que también es Europa, se explicaba rápido y mal, o se omitía por cercana, por
sus nefastas consecuencias. No las consideré peligrosas, sino sueños imposibles, como la Atlántida de
Platón, pero causantes de muchas muertes y lágrimas, que aún recordamos en la
historia de Occidente. Si en esos tiempos, la curiosidad, lo oficialmente prohibido,
constituía un aliciente para la vida, de comprenderla, ahora, con toda la
información en nuestras manos, se nos despoja de ella, del trabajo de
construir, para entregarla toda ya construida. Ni se lee, ni se escribe, ni se
habla ni se discute. Todo se refleja en una pequeña y brillante pantalla que
nuestros dedos manipulan con mucha habilidad y escasas ideas. Esto es también
la Europa de estos tiempos, sin las sabidurías del Próximo Oriente, de Grecia o
las del imperio de Roma. Precisamente las que han conformado el Mediterráneo
como cultura occidental.Justo a lo que se ha renunciado, a lo que ha quedado en
el museo de las ideas muertas. Todo en nombre de un progreso, que suena bien, y
que nadie explica, del que todos hablamos y del que nada se sabe o se proponen
inutilidades. A veces, retrocesos. Una palabra que atrae como el sonido suave y
cautivador del flautista de Hamelín, del conocido cuento de hadas de los
hermanos Grimm. Nada. Sólo palabras. No cuestan nada y a veces cuelan.
Pero de todas las lecturas de los tiempos universitarios, una me
llamó especialmente la atención. La recomendó un profesor joven en clase. Y por
vez primera oí hablar del erudito francés F. Braudel y su magnífica obra sobre
el Mediterráneo en tiempos de Felipe II. La leí con mucho agrado y me
entusiasmó la introducción, tan llena de contenido, tan expresiva y vivaz que
la viví intensamente en toda su extensión y tiempos históricos. Más tarde, tuve ocasión de disfrutar de la
lectura de Memorias del Mediterráneo,
sobre su antigüedad, y de otro posterior que incidía en el espacio y en la
Historia, que también es tiempo y una suma de procesos. En realidad, no es la
acumulación de información pormenorizada el motivo por el que nos acercamos a
estas obras, sino por la amplia visión que ofrece de su ámbito geográfico para
comprender el mar y las culturas que se originaron y desarrollaron en sus
orillas, es decir, los espacios que determinan el desarrollo de las
civilizaciones que se van forjando con lentitud, pero con ancladas raíces, y en
escenario difícil que se fue haciendo cada vez más habitable. Lo que llevó
durante cientos de años al desarrollo de una cultura unitaria, o cosmopolita,
como la definió Braudel, expandida desde el II milenio a.C. desde el próximo
Oriente hasta el lejano Occidente, el farwest
por entonces. En cierto modo, un espacio globalizado, o mercado común muy
arcaico extendido en las tierras cercanas y las que se relacionaban con este
Mar Internum y que alcanzaban hasta las aguas más abiertas e inmensas del
Atlántico, traspasando la puerta legendaria y geográfica de las Columnas de
Hércules, un hito siempre presente en la navegación, en el espacio y en los
mitos.
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En su libro de Memorias, Braudel tiene como idea central, y de
gran importancia, la de que este mar, en su amplio espacio, ofrece una historia
única. Y lo expresa de este modo: “ En
realidad el rasgo principal del destino de este Mar Internumes estar inmerso en el más lato conjunto de
las tierras emergidas que pueda haber en el mundo: el grandioso y “gigantesco
continente” unitario euroafroasiatico, como un planeta en el que todo circuló
precozmente. Los hombres han encontrado en estos tres continentes soldados el
gran escenario de su historia universal–la
negrita es mía- en el que desarrollaron
sus intercambios decisivos”. Un escenario en el que continuamente
circularon durante milenios barcos con hombres, con sus tecnologías,
mercancías, ideas y creencias, lenguas diversas, con sus patrias en sus
corazones y manifiestas en sus relaciones sociales, que germinaron en lugares
vacíos o se intercambiaron con otros pueblos existentes. En este sentido, a la
pregunta de qué es este mar, el resultado de sus dinámicas y constantes
historias, Braudel responde en sus libros, y la arqueología y la historia total
lo confirma, que son muchos paisajes, muchos mares y civilizaciones unas sobre
otras y entrelazadas, imbricadas, y desde luego una antiquísima encrucijada, un
nudo de caminos en la que han confluido muchos hombres y muchas cosas –barcos
con sus amplias entrañas repletas de mercancías bien ordenadas, hombres con sus
prácticas tecnológicas, intereses, ideas, religiones y muchos modos de vida,
que han ido conformando un mundo en el que nos reconocemos o deberíamos hacerlo.
E incluso plantas, como la vid, el trigo y el olivo, que han propiciado tanta
riqueza, es la expresión económica y simbólica de este mar y de sus gentes. Lo
que conocemos como Tríada Mediterránea, concepto económico y traspasado adonde
reside lo simbólico.
Pero este mar navegado no ha sido un trabajo fácil. El
Mediterráneo no es un lago de aguas azules oscuras y tranquilas. Los peligros
son continuos. Y el conocimiento del
marinero es su seguro de vida y el del crecimiento de este espacio.Visto desde
nuestra perspectiva, de la facilidad tecnológica que impregna nuestra cultura,
esta aventura podría parecer más fácil y asequible. Sin embargo, como la
navegación fue costera a lo largo de muchas millas, los vientos eran más
inconstantes e inestables, con olas cortas y molestas y mar de fondo cada día.
No fue una tarea fácil la navegación durante gran parte de año, el tráfico
entre los cientos de ciudades, puertos y embarcaderos que los restos
arqueológicos reflejan en este ámbito marino. Por ello, la creación y
dispersión de estas culturas, de Oriente a Occidente, tuvo varios protagonistas
que propiciaron la gestación y el crecimiento de este racimo de sociedades, y
su vida continua. El hombre, como su portador, fue un combativo y constante
guerrero en lucha contra las corrientes, los vientos y las visualizaciones
costeras, difícil a veces, y además un pertinaz estudioso de los tipos de
barcos convenientes y posibles, de los aparejos que les hicieran avanzar contra
las olas y el viento furiosos, y de los
sistemas de orientación que les facilitasen alcanzar los puertos, los objetivos
deseados. No se puede hablar, pues, del Mediterráneo, de sus pueblos y de estas
culturas, sin referirnos y apreciar los inconvenientes físicos, técnicos para
navegar por las rutas posibles que les condujesen a sus destinos fijados. Aun
así, el mar, que no entiende de proyectos ni de objetivos, desvía a las
embarcaciones hacia otros derroteros, como le sucedió a Odiseo con frecuencia
en su navegar a la anhelada Ítaca, o los hunde en sus profundidades, con se
advierte en los miles de pecios que duermen aposentados y despanzurrados en sus
apacibles fondos marinos, o aliada con el viento los empujan suaves a los puertos
de destino, que siempre aguardan.
Vayamos a un importante protagonista de este mar: el barco
mercante fenicio. Se poseen escasos datos historiográficos, pero los relieves
asirios los reflejan en los puertos o en las aguas de los ríos transportando
las codiciadas maderas del Líbano, y los barcos hundidos en las aguas costeras
ofrecen una dimensión más real de sus tamaños y construcciones. Es el barco
mercante el que nos interesa, el que ha sido protagonista del trasiego de
hombres y sus culturas. Los de guerras han servido para otra cosa, para la
lucha y el sometimiento. A ese barco mercante fenicio lo llamaron “gôlah”,
equivalente al “gaulós” griego, y bañera es su significado, debido a su
apariencia de barco recio y ancho. Y, en su aspecto bonachón, se emplearon para
el comercio, el transporte de los hombres y de su cultura material, social y
espiritual que iba con ellos. Eso es también un barco: el pequeño receptáculo
flotante en el que navegan y circulan las ideas. Por eso es tan importante. En
nuestra jerga fenicia le llamamos “hippos”,
por sus proas desafiantes con hermosas
cabezas de caballos. Son, en la mente del marino, amplias carrozas acuáticas que
corren por las olas.
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Según describen los eruditos de los barcos, del mar, de las
estrellas del cielo, de los vientos y los puertos, el barco orondo que hemos de
imaginarnos tendría una eslora aproximada de 25 m, y de 7 a 8 m su manga, una
altura que no sobrepasaba los 4 m y un calado no superior a 2. Su peso, o
desplazamiento, estaría en torno a 150 toneladas, que le permitiría una carga
de 100. Pero el barco tiene que navegar y requiere de más elementos. Armaban un
palo entre 9 y 11 m de altura, rematado por una cofa para el vigía y la
vigilancia del mar y de las costas. Y como medio de propulsión, izaban la
famosa vela cuadra que impulsaban los vientos, complementada de remos
posiblemente muy largos que requerían de cuatro brazos para su manejo, según
las necesidades. Para los cambios de rumbo dispone de un gobierno consistente
en dos poderosos remos situados a ambas bandas de la popa. De este modo, y con
favorable viento, podría alcanzar cuatro nudos en una hora, 7 km traspasados a
tierra. Y para su permanencia en el puerto, disponía de anclas pesadas de
piedra, con dos perforaciones para el paso del cordaje.
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Ya tenemos al barco cargado y dispuestoen un puerto fenicio, por
ejemplo el de Tiro, a la espera de navegar hacia Tartesos. Una distancia
considerable, de poco más de 4.500 km -en línea recta son menos-, siguiendo los
rumbos que marcan el viento y el mar, y según la destreza y saberes de la
orientación astronómica, muy pobre en aquella época. Según las conveniencias,
se navegaba a la vista de la costa de día y fondeando de noche en abrigos
conocidos. O en altura, en etapas de varios días sin ver tierra y con los
riesgos de pérdida de la orientación, por los rudimentarios conocimientos de
las estrellas, las referencias. A lo que se une que no se puede navegar en todo
tiempo del año. Lo normal, y más seguro, era hacerlo entre mayo y septiembre,
que Hesíodo limita a menos de tres meses. Mucho tiempo el barco varado en el
puerto o en la playa, demasiado tiempo sin actividad. Quizás no se requería más
para el ritmo de los trabajos y de los negocios. Pero, en esta ocasión, es
junio y el barco, ya cargado con gran variedad de productos y objetos exóticos,
va a iniciar su navegación a Occidente. Pone rumbo hacia isla cercana de
Chipre, que está distanciada de Tiro 145 millas y se tardan dos días, para
partir de aquí a Creta, adonde hay cinco días de navegación y 360 millas. Desde aquí a la isla Malta en dos días, y
sólo se requiere un día y medio para alcanzar Panteleria –unas 120 millas-,
para llegar a Cartago, en el mismo tiempo, y navegar otras 100 millas. Ya
estamos en Cartago. Se ha navegado 1.370 millas
en 19 ó 20 días, con corrientes y vientos normales. Ahora, hay que
descargar una pequeña parte de la mercancía y cargar productos de Cartago. Se
tarda muy poco y el barco se dirige a la isla de Cerdeña, a sus puertos del
sur. Navega 135 millas en dos días. De aquí hasta Ibiza, con más lentitud, pues
se necesitan ocho días en navegar sólo 230 millas. Lo mismo sucede entre el
espacio de Ibiza y el Cabo de Gata. Y más dificultades encuentra este barco
entre este lugar y el Estrecho de Gibraltar, la gran referencia final de este
mar interior, tardando diez días en las aguas mezcladas de ambos mares y
recorriendo tan sólo 180 millas. Superado esta puerta, el Estrecho, y
aprovechando los vientos costeros, se llega al puerto gaditano en sólo dos días
y otros dos desde aquí al puerto de Tartesos en Huelva, entre los ríos Tinto y
Odiel. En suma, casi 900 millas entre Cartago y Cádiz y en una navegación de un
mes, si todo ha ido bien, las condiciones han sido normales y sin grandes
riesgos. El regreso hacia Tiro, tal vez, sea un poco más largo y tiene varias
posibilidades de ruta. En cualquier caso, Oriente y el extremo Occidente podría
navegarse en 45 ó 50 singladuras a una velocidad media de 2,1 nudos. Este
tráfico marino que se inició con intensidad hacia el 1000-900 a.C. no ha cesado
nunca, siempre al compás de las olas, siempre empezando y recomenzado,
acompañado de hombres, de culturas y de ideas. Un mar hirviente en continua
ebullición. Al menos lo era antes, durante muchos siglos.Ahora, todo es más
veloz en la distancia y en el tiempo y más lento en las ideas, cuando las hay.Ya
no se mira tanto al mar, a lo que se otea a lo lejos, y a los cielos, sino a
las pantallas que todo lo reflejan con frialdad y exactitud, apenas sin riegos.
Se ha perdido la emoción de la aventura del viaje.
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Ahora es preciso volver a la contemplación de los mapas, con sus
nombres que señalan ríos, montes, colinas, llanuras, ciudades y aldeas, lugares
sacros y territorios y estados. Y sobre todo, lo que ello significa en la
construcción del hombre mediterráneo y la cultura que lo define y vincula.Pero
este mapa ya lo miramos de otro modo, con las del esfuerzo y la lucha continúa
del hombre con el mar y los vientos, en su pequeño cascarón de madera.En
realidad, este fue el sistema de transmisión, más lento pero eficaz. No se
conocían aún los medios modernos que transportaban prestos a los hombres, a sus
ideas y a los hechos y acontecimientos, y que perduran menos tiempo. Un mar,
mirado desde las dificultades, hacen las hazañas del hombre más grandes, más
dignas de admiración. Lo que era natural, ahora resulta asombroso, pues se han
perdido la constancia, la valoración de los objetivos difíciles y del esfuerzo.
Sobre todo, se ha perdido la curiosidad,
el motor y razón de la vida.
En este mapa se destacan unos topónimos, situados en puntos
concretos de este mar y que también son culturas diferenciadas, pero
contemporáneas. Todas están situadas en varios siglos del milenio primero a. de
C. Representan, pues, una parte de esta larga
historia, que viene de muchos milenios atrás. Pero fueron en esos siglos cuando
se fueron ensamblando los saberes de varios núcleos, recogiendo otros saberes
más antiguos, que denominamos cultura mediterránea. F. Braudel, en unos años en
que no se conocían con tanto dato esta época, planteó con clarividencia y
convencimiento que uno de los caminos a través de los cuales se construyó el
Mediterráneo partió de las pequeñas ciudades-estados fenicias, y poco después
desde Cartago. Es evidente que en este empeño no podía faltar Grecia la de
Oriente y la continental. Ya tenemos aquí a los protagonistas, los autores.En
la actualidad, la arqueología, y sus creíbles y novedosos resultados, es ahí a
donde nos conduce. Fueron fenicios, griegos, y después cartagineses y romanos
los que modelaron el Mediterráneo durante mucho tiempo, y más tarde fragmentado
por la expansión islámica y su establecimiento en el norte africano. Pero esto
es ya un Mediterráneo desgajado, que poco tiene que ver con el Mediterráneo
cristiano, romano y prerromano, semita y griego. Al que nos referimos es al
primero, en el que nos reconocemos. El actual es otra cosa, en parte
Mediterráneo antiguo y de otra el Oriente profundo y tardío.
En el artículo anterior, nos fijamos en Troya y en su asedio y
destrucción, como referencia originaria de ciudades ilustres mediterráneas y
atlánticas, y de los héroes que navegaron por ambos mares y fundaron ciudades.
Ahora, vamos a ampliar la mirada y detenernos en zonas más amplias y ciudades concretas – y no en los generales
aqueos vencedores-, como los centros activos y de expansión cultural. Ahora son
los pueblos, las sociedades, y sus gentes con ideas, las que interesan en estas
páginas. Por ejemplo, sirios, fenicios, griegos
orientales o continentales, chipriotas, cartagineses, sardos, hebreos o
tartesios, son los que navegaron en esos barcos por las costas mediterráneas,
portando sus culturas.
Centrémonos en el mapa y en los nombres que significan historia.
En la costa levantina, no muy amplia, leemos Siria, Fenicia y hebreos,
relacionados en la edificación mediterránea. En Siria, actualmente en lucha
contra sí misma, contra la historia y su cultura, se halla gran parte de lo que
los fenicios transportaron en su barcos mercantes desde la mitad del siglo IX
a.C. Con ellos vinieron avanzadas tecnologías, conceptos urbanos, modelos de
ciudad y de templos, navegaron con ellos divinidades y creencias, recogidas
gran parte de Ugarit y de otras zonas del próximo Oriente y egipcias, la
escritura, como una de las invenciones de mayor parte importante de la
civilización, mitos que han permanecido en el imaginario de los pueblos
autóctonos y, desde luego ideas avanzadas y nuevas en los temas del comercio y
de sus sistemas en estos mares y en el océano atlántico, conformando un
sistema-mundo, el más antiguo conocido en estos ámbitos. De Siria, del reino de
Ugarit en suma, y del imperio asirio vinieron grandes cargamentos de objetos y
de ideas en las bodegas de sus barcos. Lo que se expresó en el número de
fundaciones fenicias por estas costas marinas, mezcladas con sus habitantes
originarios. Y esto fue lo asombroso: la llegada, el arraigo, la mezcla y el
cambio. Y no hay que olvidar a los hebreos y la sabiduría de la Biblia, su
libro sacro, que tanto dato ha proporcionado en la configuración de esta
cultura. Y se fundaron ciudades importantes, en Chipre, y en África, donde
Cartago fue su principal exponente y el núcleo expansivo por esta costa
africana y el lejano Occidente. Más tarde, Cartago fue el centro de un imperio
que disputó con Roma el control de todo Occidente. Si importante fue Fenicia,
también fueron los griegos, los asentados en el Este, en las islas de Anatolia,
y los continentales, donde siglos atrás florecieron los que asolaron Troya. Varias
islas orientales se disputan el lugar de nacimiento de Homero, el poeta griego
más importante de todos los tiempos. Y desde aquí, y desde Eubea, emprendieron
los griegos, a la par que los fenicios, sus viajes coloniales y culturales.
Muchos de sus productos llegaron en barcos fenicios a los puertos de Tartesos,
o en sus propios barcos. Y en sus propios barcos comerciaron con Argantonio,
uno de los mencionados reyes tartésicos. Fundaron colonias en el sur de Italia,
casi toda Sicilia y Masalia, en el sur de Francia, y Emporión en las costas
hispanas de Cataluña, las más importantes, hacia el 600 a.C. Durante los siglos
siguientes, las ciudades griegas se multiplicaron, e igual el comercio y su
cultura en todos los aspectos. Es el caso de Etruria, orientalizada y griega. O
el de Tartesos, la expresión diáfana de un proceso de integración, como diría
Ortega para la política romana, que conocemos como “período o fase
orientalizante”. Muchos de los aspectos
fenicios –Oriente en suma-, púnicos y griegos se advertirán durante los siglos
ibéricos, que Roma respetó en parte, en lo religioso sobre todo. Pero no he
mencionado a Cerdeña, la autóctona nurágica y la fenicia, y debo hacerlo. En
los primeros siglos fue un punto importante mediterráneo, y también relacionado
con el comercio y el mito con el ámbito de Tartesos. En fin, todo el
Mediterráneo relacionado y en continúa actividad material e ideológica,
traspasando las Puertas de Hércules, y seguir navegando por las costas
africanas hasta Mauritania y las españolas hasta más más arriba de Lisboa y
Galicia. Se creó así una red cultural –comercial y política- que elaboró la
lengua simbólica en la que nos reconocemos y podemos hablar de Mediterráneo. Este
mar y sus costas son más siglos y acontecimientos, pero en estos mil años se tejió
lo sustancial, a lo que hay que unir de modo indeleble el cristianismo, todavía
unificador de Oriente, Europa y África. El islamismo lo partió en dos. Los
barcos mercantes contenían en sus entrañas de madera otras ideas.
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El Mediterráneo por el que navegaron los héroes de Homero, o los
fenicios y griegos, y los marinos y guerreros de Cartago, no es el que hoy se
contempla. El aspecto puede parecer el
mismo, si nos referimos a los rasgos físicos, salvo los cambios que han
propiciado el hombre y la naturaleza. El estuario del río Guadalquivir es un
ejemplo. Y muchos más. Las ciudades se mantienen en sus sitios, agrandadas o
abandonadas hace tiempo, yaciendo ocultas para la arqueología. Es otra la luz y
el ajetreo de los hombres en los puertos. En fin, son los cambios precisos en
la historia del hombre y el medio, de la historia en suma. No son los cambios a
los que me refiero. El ritmo de la Historia ha sido dinámico y poderoso desde
las épocas en que Oriente, mediante los fenicios, y Grecia fueron sociedades activas en los progresos de este
ámbito, que después fue cartaginés y del Imperio romano. Aún así, fue un
espacio unificado, tanto Oriente, Europa y el norte africano, roto dos siglos
más tarde a causa de la expansión y conquista del Islam. ¿Qué pretendemos decir
en el título de este artículo: “haber sido es una condición de ser? Sencillamente,
el código genético de nuestra cultura, que muere un poco cada día, lentamente.
Pero no lo hace en la oscuridad ni en el aislamiento, sino a la vista de todos.
El problema es que este abandono no significa sólo la renuncia al conocimiento
de unos datos, de unas ideas, de un modo de percibir lo que nos rodea y asedia,
sino el desapego, porque molesta, o se teme, a conocer lo que somos porque
hemos sido y a conocer a lo que se demanda desde el discurso vacío, al Otro. Es
lo que se pretendía con las llamadas Humanidades, tan activas para el progreso,
y que han quedado como las cenizas inertes después de un fuego intenso.
Y acabo este escueto trabajillo y sus escasas ideas recordando una
conferencia dictada por Romano Prodi, en noviembre de 2002, como Presidente de
la Comisión Europea, en la Universidad Católica de Lovaina, que lleva por título “Europa y el Mediterráneo: pasemos a los hechos”. Como es natural,
comienza aclarando qué entendemos por Mediterráneo y acudiendo a F. Braudel.
Siempre la historia y los historiadores en los preámbulos de los discursos,
como un bello aditamento necesario que ilustra y da prestancia. Sobre todo si
son políticos. Creo que no es necesario analizarlo, sólo realzar algunas
cuestiones. Puesto que se está construyendo la nueva Europa, la continental
–dice en los comienzos-, hay que reforzar las estrategias hacia los países
cercanos, entre los que se halla el Mediterráneo, la “cuna de Europa”. Tarea difícil
por la diversidad de situaciones, por las fuertes diferencias y por la
división de los conflictos seculares. Sin embargo, deben alcanzar juntos el
futuro, que ha dependido siempre de factores foráneos. Y comienza a analizar la
situación actual, sin que yo haya entendido –y será mi culpa- qué es Europa y
qué es el Mediterráneo. Creía que tenían bastante relación histórica y
cultural. El Mediterráneo es Grecia, es Siria, es el Líbano, Israel, sur de
Italia, Sicilia, Cerdeña, Islas Baleares, sur de Francia y una alargada costa
española, además del norte africano, unido en época romana y dividido más
tarde, como ya he dicho. Y tras
preguntarse Prodi, si el Mediterráneo existe, concluye que está convencido que
la “cuestión mediterránea” es sobre todo “una cuestión cultural”, a la que hay
que atender con premura, para solucionar los problemas políticos y
religiosos. Es la razón del desarrollo
de programas de cooperación educativa y cultural euromediterránea. La “Fundación
Eurodemditerránea pare el Diálogo entre culturas y civilizaciones” tiene
como objetivo el conocimiento recíproco mediante intercambios intelectuales,
culturales e interpersonales. Y hay que crear, por supuesto, un “grupo de
sabios” para el diálogo entre las culturas, que debe comenzar a funcionar muy
pronto. Han pasado catorce años. Que yo sepa, no ha pasado nada de esto, sino
el agravamiento del Mediterráneo norte y el sur. Es posible que se haya llegado
tarde a esta llamada del conocimiento necesario intercultural. Lo que sé es que
los factores que lo posibilitaban, desde las instituciones existentes, miran
con descaro hacia otro lado, olvidando que haber sido es una condición de ser y
que ser es una condición para progresar y entendernos. Por eso son útiles las
Humanidades, las más afectadas en nuestra formación. No hace falta profundizar mucho para
advertirlo y que Europa ha renunciado a conocer su historia, que es también
mediterránea. Lo que hacía dudar a Prodi. Y lo que he aprendido desde mis años
de bachiller no es la acumulación de datos, sino llenarlos de contenido para
seguir preguntando. Sin curiosidad y sin preguntas no hay nada que merezca la
pena en el conocimiento. Y sobre todo tres preguntas: ¿que se ha hecho?, ¿qué
se está haciendo?, ¿qué se va a hacer?
Sabidas son las respuestas. Poco. Ni siquiera se protege lo suficiente
de la contaminación preocupante de sus aguas y muchas veces no se conservan la
belleza de sus orillas y paisajes. No preguntemos por los vestigios de ciudades,
que yacen enterradas y que cuentan su Historia.
Coda.
A punto de enviar este artículo, leo en El Mundo digital, de 8 de junio de
2016, que “El IS (Estado Islámico) destruye el templo asirio de Nabu en Irak y
amenaza con atacar las pirámides de Giza”. Y, para manifestar tal salvajismo,
difunden las imágenes de la voladura del templo, uno de los pocos de relieve, y
de conocimiento internacional, que aún se erigía en pié en la maltratada ciudad
asiria de Nimrud. Gracias a las excavaciones inglesas de los siglos XIX y XX,
gran parte de sus manifestaciones iconográficas en relieve, y otras piezas de
gran valor artístico y cultural pueden verse en los salones arqueológicos del
Museo Británico. ¿Hacen falta las Humanidades?
Al contrario de lo indicado al comienzo del artículo, su lectura ha sido apasionante, tanto que he debido contener las lágrimas. Esas humanidades arrinconadas son el resultado de un proceso de ingeniería social cuyo objetivo es la pérdida de identidad de la gente y a cuyo son baila también la destrucción de la familia tradicional, la homofilia y otras aberraciones tendentes al aborregamiento general, para sacar rédito, claro. Porque cuando perdemos la identidad somos tablas en blanco donde pueden escribir a placer quienes viven de nuestro control.
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