30.FENICIOS, TARTESIOS Y GRIEGOS EN OCCIDENTE
Mare
Nostrun (4)
Las
ideas que modelaron al hombre mediterráneo. La muerte.
Diego
Ruiz Mata / Catedrático de Prehistoria y Académico de Sta. Cecilia
La muerte es la consecuencia biológica y natural de la vida. Todo
lo que vive, muere. Vida y muerte van unidas, siempre juntas, asidas de la mano.
Así se plasmó, por ejemplo, en la creación de algunas diosas, que lo fueron de
la fecundidad, del amor y de la muerte.Muere todo lo que tiene vida, el ser
humano, animal o vegetal, de modo muy perceptible, pero también los ríos, los
mares, montañas y las rocas, e incluso las estrellas del cielo lo hacen con más
recato. Dicen los expertos que hubo un
tiempo, hace trescientos millones de años, que el planeta Tierra estaba formado
por un supercontinente, al que Alfred Wegner, en 1912, denominó Pangea, y cien
millones de años más tarde se disgregó
para configurar los continentes actuales. En este ejemplo hubo muerte y
vida, o transformación. Es el paradigma de lo que nace y muere, se transforma y
revive en otras vidas. Mueren la Historia, los sentimientos y las ideas, en
apariencia, que después los vemos brotar con nuevos bríos y ganas de vida en
otros tiempos. Es la dinámica natural de la historia de la cultura humana. O la
concepción estoica del tiempo, un postulado filosófico occidental de la
construcción y reconstrucción del mundo, una suerte de continuo retorno.
La
muerte, que es de todos, vive en el hombre, y sólo en él, de modo distinta. No
se resiste a la muerte total y al olvido, y siempre ha pretendido trascenderla
mediante la idea de la perduración y la resurrección. Es lo que yace en la vida
individual, social y religiosa. Es propio del hombre mantener vivos los
recuerdos y la existencia simbólica de la muerte en los enterramientos, en los
lugares donde habitan por siempre los muertos para no morir nunca del todo,
para quedarse en espíritu con los vivos. Ni el hombre ni la Historia pueden
vivir sin ellos. Los muertos son ya su sustancia, la razón del presente, su
justificación, la recurrencia al origen y a la genealogía que está construida
de muertos. ¿No es esto lo que exponemos en estos artículos?. Cuando hablamos
de las ideas que modelaron al hombre mediterráneo ¿no recurrimos a lo que no
existe, pero pervive y nos reflejamos en tiempos de hace más de tres mil años?.Es
esa precisamente la materia de trabajo, el objetivo.
Hay
muchos modos de permanecer, de trascender el tiempo y su historia, en las
distintas culturas del mundo. Pero todas tienen elementos comunes, desde que
tenemos noticias del comportamiento del hombre, que no ha vivido solo, sino en
familia y sociedad. Justo que lo promueve el recuerdo. De aquí surge el abuelo,
el ancestro, la referencia mitificada que origina nuestro árbol genealógico, ya
sea familiar, tribal o de más amplias magnitudes, como la nación o el imperio.
Y siempre fue un ser admirable, creador y triunfante, porque al serlo él, sus
virtudes y éxitos nos alcanzan, se reflejan en nosotros, vivos. Y cuando la
fortuna no fue tan propicia, se debió a la envidia, a circunstancias innobles e
injustas que hay que reparar para salvar al ancestro, el origen de lo que somos
y hay que mantener. De aquí surge la geneaología mitológica a la que estamos
acostumbrados y pacientemente sufrimos. Porque no siempre el origen es perfecto
ni digno de oraciones ni de evocaciones.
Y
la muerte y los recuerdos perviven a través de la palabra, o la memoria, que
casi siempre responde muy poco a la realidad –por ser subjetiva y frágil-,
mediante lo escrito, con el mismo riesgo de llevarnos a la literatura y al
mito, a la magnificación o a la humillación, y los restos mudos de las tumbas
de los cementerios, de los ajuares y de los restos que han quedado sepultos
bajo la tierra, y otras expresiones públicas y religiosas que recuerdan la
vida, o las vidas, de los muertos ilustres. Son vestigios que no mienten, que
muestran lo que ha quedado de lo que fue. No tratan de engañar. Se ofrecen
objetivos, a la espera de que sepamos interpretarlos. Y existen las preguntas
de siempre, las de nuestro origen, las del porqué, el motivo razonado de la
muerte y las del destino tras ella, que son los temas de los ámbitos religiosos,
de lo suprahumano, que es el mundo donde sólo viven y deciden los dioses y las
creencias.
La
arqueología, que va directa a la tierra y al subsuelo, a los ámbitos y objetos
silenciosos, es la más eficiente ayuda para responder con más objetividad a las
preguntas. Pero ¿qué sentido tenía y tiene conservar a los muertos,
enterrándolos o exponiendo sus tumbas?. En principio, sentido práctico,
ninguno, y en el religioso habría que discutirlo.La arqueología, con sus
métodos extractivos, ofrecen datos objetivos del muerto, sus tipos de tumbas,
los ajuares, si los hay, posibilidades analíticas antropológicas, definición
del sexo, de la edad y de los padecimientos y, a veces, los orígenes biológicos
o físicos de la muerte. Los huesos son los elementos parlantes, delatadores, de
la vida física. Mas en la tumba, o en su ámbito, se advierten más datos, de
rituales sobre todo, en forma de banquetes colectivos, donde es posible que
participase toda la comunidad. Y así durante un tiempo indeterminado. No se
puede precisar las fechas en que sucedía. De todos modos, con este rito y otros
ignotos, se manifestaba el recuerdo, en modo de homenaje, de vinculación y
presencia. El muerto es, en estos momentos históricos, de todos, como
referencia familiar del grupo, su guardián y protector. Y posiblemente se le vea
necesario su recuerdo, con mucho respeto y miedo. Es el espíritu invisible que
siempre está presente en el mundo de los vivos, que los protege y aconseja. La
referencia necesaria que permite la vida individual y social.
Pero
una tumba no es sólo una referencia genética y protectora. Lo es también
social, y nos refleja, como un espejo, lo que se ha sido, con la objetividad
que muchas veces no posee la palabra. Su tipo, situación, características de
los ajuares y otros elementos nos informan del estatus social, del prestigio y
privilegio si los hubiera. No se muestra igual al ciudadano común, con
privilegio y derecho de entierro, que al héroe, al sacerdote del dios o al rey.
El estatus, y el poder, se manifiestan abiertamente. Aquí no hay recato de
ocultar lo que se ha sido en la vida.
La
necrópolis es el lugar donde se depositan los muertos. Es el concepto genérico.
Y se ha de considerar el lugar donde se establece, como espacio sacro en un
medio profano, su relación con los poblados y ciudades activas, su constitución
en cuanto a ciudad de los muertos, la expresión social a través de la ubicación
en este ámbito conformado y su expresión formal mediante el propio
enterramiento, donde se depositan y se exponen los muertos. Y los lugares de
los ritos, muy importante, donde formalmente se realizaban los actos de
encuentro, de recuerdos y veneración entre los vivos y sus ancestros. Mencionar
la tipología de los lugares de las necrópolis sería demasiado prolijo y
añadiría muy poco al objetivo de este artículo. Las vemos en lugares cercanos
de la ciudad, a la vista, separadas a veces por un rio, como una barrera
diferenciadora y protectora del muerto que infunde miedo y respeto; otras
veces, en el interior del mismo poblado, e incluso en el interior de las
viviendas, de forma íntima y protectora con el vivo, pero sin que se sepa su
verdadero sentido; a veces, en el entorno de santuarios y templos, o junto a un
santón, un sacerdote o personaje importante y muy considerado; y es frecuente
ver, en lugares de la ciudad la erección de tumbas de personajes importantes,
como expresiones de poder y de respeto, ejemplares, y susceptibles de culto. Las
ciudades, campos y caminos están salpicados de ellos.
El
poder se manifiesta, requiere exponerse a la vista de todos, como ostentación.
También con voluntad de perduración. Podríamos hablar de la muerte y el muerto
que traspasa el silencio y aspira a la inmortalidad a través del enterramiento.
Es la vanidad del personaje y la necesidad individual y social de admiración al
jefe, que siempre debe permanecer vivo en el recuerdo. A veces, es más forzado,
y son razones ideológicas, impuestas por el poder para el dominio de las mentes
y del orden y la coerción social, para la perduración de las ideas aunque sean
execrables. Otras veces son ejemplos dignos de exposición. El muerto y su expresión tienen muchos usos.
Me vienen a la mente algunos ejemplos explícitos, de entre los miles y miles
que han existido y permanecen. Son conocidos, y sirven de modelo de la
exaltación y permanencia de las ideas, sean políticas y religiosas –en algunos
casos es lo mismo- mediante los símbolos bien situados y sus rituales
continuos.
Me
refiero, como el más conocido a las primeras pirámides egipcias del conjunto de
Giza, cerca del Cairo, y considerada la Gran Pirámide como una de las Siete
Maravillas del Mundo. Alcanza 146 m de altura, lados de 230 m de longitud, una
superficie piramidal de 52.000 m2 y un peso de 5. 750.000 toneladas,
con un peso promedio de los bloques de 2.5 toneladas. Levantar esta mole de
piedras es todo un esfuerzo de organización en el trabajo y de conocimientos
muy complejos. Y su interior es un entramado de espacios, de pasadizos, de
salas, de multitud de recovecos, para imposibilitar los saqueos. Se requería
muchos años, mucha dedicación y empeño, y miles de trabajadores bajo un equipo
muy especializado. Muy separado en el espacio y en tiempo, se halló, en 1974,
parte de complejo del mausoleo de QinShiHuang, el primer emperador de la
dinastía Qin, datado entre 210 y 209 a.C. Dedicó 38 años en la construcción del
mausoleo, que reproducía el plan urbanístico de la ciudad de Xianyang, en una
extensión de 2.13 kilómetros cuadrados. Y este conjunto incluía 181 tumbas, en
un espacio de 60 kilómetros cuadrados. Se empleó para esta obra, de carácter
simbólico, más de 700.000 obreros. Hay
que añadir la talla de un ejército de 8000 guerreros, en terracota, a tamaño
natural, e individualizados, como un retrato personal de cada uno de ellos. No
es preciso preguntar. Los datos, y todavía incompletos, son la expresión más
explícita de la importancia del poder, del significado de muerte y su perduración.
Otro ejemplo, más modesto, es el Mausoleo de Halicarnaso –en Bodrum, Turquia-,
considerado una de las siete maravillas del mundo, donde se enterró el sátrapa
persa Mausolo, a mediados del siglo IV a.C. Tenía una altura de 45 m en cuatro
plantas, decorada con relieves de los mejores escultores de la época –Leocares,
Briaxis, Escopas y Timoteo. Y en esta línea, y un siglo antes, Ciro el Grande,
fundador del imperio persa levantó su tumba en Pasagarda, en las estribaciones
de los montes Zagros. Pese a la
modestia, es un edificio de 11 m de altura sobre un potente basamento coronado
de la habitación funeraria. Pero tumbas y muertos pueden estar presentes en las
ciudades, como vemos en el círculo funerario de Micenas. Las hay que aprovechan
una larga tradición y están inmersas en otros conjuntos. Sucede con frecuencia en edificios religiosos.
Es el caso de la Tumba de San Pedro, discípulo y el sucesor de Cristo en la
tierra, el primer para para algunos y sobre el que edificó la Iglesia. Se
halla, según los indicios, en las grutas del Vaticano, debajo del altar de la
Basílica de SanPedro, en un conjunto funerario sobre el que se edificó la
primera Basílica, hacia el 330 aC., en época de Constantino. Se hallaron huesos
de un anciano de setenta años, con restos de púrpura e hilos de oro, y al que
faltaban los pies, lo que se ha interpretado como la muerte de Pedro
crucificado boca abajo. Es una hipótesis, que Guarducci sustenta con la lectura
de un grafito que dice “Pedro, ruega por
los cristianos que estamos sepultados junto a ti”. Lo importante es la
perduración del lugar religioso, su origen funerario, donde se cree que está
enterrado San Pedro, el inicio de la Iglesia. Así es la creencia y así son sus
efectos. Una de las tumbas más deseada es la de Alejandro Magno, uno de los
generales más grande que ha dado la historia, conquistador de Asia Menor, el
Levante mediterráneo, Egipto, Persia, Mesopotamia, Asia Central e invadió la
India. Murio a la edad de 33 años en el palacio de Babilonia de Nabucodonosor
II. Se desconoce el lugar de su tumba. Y su hallazgo, por la magnitud del
personaje, constituirá el más importante de los antiguos reyes griegos y de
Oriente. Si se logra, el lugar donde se hallé, será deificado y venerado como
el más notable de toda la historia de los grandes personajes, constituyendo
otro hito en torno a la muerte y al héroe. La de su padre , Filipo II, parece
que se halla en Vergina, identificada con Egas, la primera capital del reino
macedonio. Y, en este contexto griego, y dado que hablamosde Alejandro, la
prensa anuncia que se ha hallado la tumba de Aristóteles, en Estagira –Grecia.
Fue maestro de Alejandro. Y nos resulta notable que la tumba de un filósofo constituya
un hallazgo noticioso, en una época en que las Humanidades y la filosofía
sufren el desprecio del silencio y del olvido. No creo que constituya el
centro, la referencia del pensamiento, sino de la curiosidad del ciudadano
normal de las rutas turísticas culturales.
Por
último, voy a referirme a dos monumentos funerarios más modernos. Todos poseen
un carácter ideológico, político y religioso, además de ritual. El Mausoleo de
Lenin, en las afueras del Kremlin de Moscú, construido en 1924, incorpora
elementos antiguos, como la pirámide de Zoser y la del Ciro el Grande, continuando
la línea de los grandes monarcas de la antigüedad. Al margen de los rituales
específicos que conlleva, el Mausoleo es visitable cuatro días a la semana de
10 a 13 h. Y el de Mao Zedong se alza en el centro de la Plaza de Tian´anmen de
Pekin, en el que intervinieron para su construcción 700.000 personas de distintas provincias, regiones y
nacionalidades como expresión simbólica de participación en la tumba de tan
importante personaje comunista. Otros más se hallan en estos ámbitos políticos
e ideológicos, como la tumba de Ho Chi Minh, en Vietnam, o la de GiorgiDimitrov
en Bulgaria. El poder y la ideología se manifiestan, de modo abrumador, en la
exaltación del héroe, del líder, del jefe político y religioso. El poder, para
su supervivencia, acude a la exposición de los símbolos visibles y sus
continuos rituales. A lo que se une el “culto a la personalidad”, promovido por
Krushov en 1956, pero existente antes, que es la adulación y adoración excesiva
al caudillo vivo, desde una visión también religiosa y sagrada, similar a la
divinización de los jefes, reyes y emperadores de todos los tiempos antiguos. Y
contra la exaltación del muerto y de su historia no conveniente, es obligada la
destrucción total, la aniquilación de lo que existió, hasta borrar por completo
cualquier vestigio de la memoria, sustituida por otra más apropiada al interés
del grupo actualmente dominante. Y en todo ello, el muerto y la muerte siempre
presente, como pretexto. Lo que denota con claridad cegadora la importancia de
este tema en la historia del hombre, y en la esencia de la cultura occidental,
o mediterránea.Como dije, la Historia necesita a los muertos.Los jefes
necesitan la muerte y a los muertos.
Tan
importante es la muerte en la historia del hombre, que la delatan de modo explícito
y notable las tumbas y los textos. De las tumbas hemos hablado. Son los
elementos visibles. Vayamos, pues, a las preguntas de la razón del hombre
mortal, que en modo alguno puede contar la tumba y su contexto. Hay que acudir,
en este caso, al mito, a lo que se ha escrito sobre las inquietudes y temores
del hombre ante la muerte, no como hecho social, sino escatológico. Aquí si hablan los textos. El
mito proporciona la repuesta y el origen de todo, junto con el ritual.
Proporciona seguridad ante la incertidumbre y el miedo. Da igual que la
respuesta sea la verdadera. Lo que importa es la referencia a la pregunta que
atosiga, que inquieta ante lo que no se
comprende, lo que constituye un penetrante enigma. Por ello el mito proporciona
la explicación, el relato y el ritual, que satisfacen y ofrecen seguridades
ante el misterio incomprendido. Vamos a ver la muerte desde otro ángulo, desde
el mito, y no desde la objetividad de las plasmaciones materiales y simbólicas.
El
poema de Gilgamesh, compuesto en el siglo XVIII a.C., basándose en mitos
tradicionales quizás del milenio tercero, constituye la fuente más estimada
para conocer el concepto de la condición del hombre, la muerte y la
inmortalidad de los dioses. Aunque nos han llegado sólo dos terceras partes del
poema, las lagunas existentes no nos
impiden seguir el relato con
extraordinaria coherencia desde su origen al resultado final.De Gilgamesh, se
conoce muy poco, que fue rey de Uruk y que fue el protagonista del relato, sin
que se sepa la razón de porqué se eligió como eje central de estas historias
míticas. Esta historia interesa por sus raíces antiguas y sus mitos que
permanecieron hasta época neoasiria, en un momento de estrechos contactos con
las ciudades-estados fenicias. Corría, pues, esta historias, muy vivas, entre
los siglos IX y VII a.C. No es arriesgado creer que, además del valor esencial
del poema, se transmitiese la historia en su ideología básica y rituales en los
barcos mercantes fenicios y reviviese en sus ciudades y templos en Occidente.
Merece, pues, dedicarle unos párrafos.
Gilgamesh
aparece como un rey de Uruk, un superhombre y semidiós, “cuyos dos tercios de él son dios, un tercio de él es humano”, pues
fue creado por el dios Sol y el de la Tempestad. Y se exaltan en el poema sus
cualidades físicas y militares. Y a continuación comienzan los problemas: el
pueblo protesta por los actos de tiranía, la perturbación del orden social y la
injusticia, que no son propias de la realeza ni de lo divino. El pueblo se
queja a los dioses, a Anu, dios supremo, quien ordena a la diosa Aruru, la que
creó a Gilgamesh, que solucione el problema social mediante la creación de su
doble, un alter ego, para que
luchen, y haya paz en Uruk. Y se crea a
Enkidu, como subterfugio psicológico, para privar a Gilgamesh de su
singularidad y se cree el antagonismo, propio de las sociedades arcaicas, del
ciudadano civilizado y del primitivo inculto, en el sentido de no conocer la
vida urbana. La diosa crea a Enkidu como
un ser salvaje e incivilizado, tosco en su aspecto y maneras, cazador, como rasgo de actividad arcaica, y protector de los
animales, y vive en soledad, alimentándose de hierba “como las bestias salvajes”. No conoce al país ni a la vida en
sociedad.
Un
cazador informa a Gilgamesh de la existencia de Enkidu y se queja de que le
destruye las trampas y le impide que cace en la estepa. El rey le dice que
lleve consigo una ramera del templo y que cuando Enkidu llegue a dar de beber a
los animales la mujer se quitará el vestido y “deberá…mostrar su espléndida belleza”. Y así se hizo. El poema
expresa de modo muy vivo el descubrimiento de la mujer, del sexo y de la
lujuria. Enkidu queda obnubilado y cohabita con la ramera “durante seis días y siete noches” y, después de saciado, fue a por
sus animales que huyeron corriendo de él. Advierte que su cuerpo está rígido,
petrificado, que no sabe correr como antes, pero que su “espíritu es ahora sabio”. Este acto de amor lo civiliza, porque es
el privilegio de la avanzada civilización urbana. Se siente cambiado y la
ramera le ilumina al incitarle que vaya a la ciudad, donde moran los dioses,
donde habita el rey Gilgamesh. Y siente el deseo irresistible de ir a la ciudad
y retarle a la lucha. Enkidu ha quedado prendado por el amor y el deseo de vivir
en la ciudad como un ser civilizado.El amor ha hecho su efecto y Enkidu arde en
deseos de conocer a Gilgamesh, el protegido de los dioses. La ramera se ofrece
a llevarlo a la ciudad y le incita al disfrute de la vida urbana, donde
conocerá al rey, donde conocerá a la gente y gozará de la vida.
En
tanto, Gilgamesh tiene sueños, relacionados con el cielo, las estrellas y los
dioses, que su madre, una mujer sabia, como la llegada de un amigo y compañero.
Le dice que es como él, que nació en la estepa y que se alegrará de verlo.
Leemos a continuación unos versos en los que se relata la entrada de Enkidu en
la ciudad de Uruk, de la que advirtió la actividad en sus mercados y calles, y
oyó a la gente que decía “¡Cómo se parece
a Gilgamesh¡. Y como estaba previsto, se vieron y lucharon con denudo, “enlazados con fuerza, como toros”. De
aquí, surgió una amistad, y tras el combate comieron y bebieron.
Sigue
un pasaje al que le faltan versos, pero los que se conservan son de gran
interés. Y lo son porque se advierte a un Enkidu muy humanizado. Lo muestra
lloroso, suspirando con tristeza, golpeándose el pecho, y confesándole a
Gilgamesh que la mujer a la que amaba, quizás a la ramera que conoció en su
vida de salvaje, se había despedido de él, y ahora se siente sin fuerzas y
débil. Tras esta confesión tan humana, comienzan los preparativos de la
aventura hacia el Bosque de los Cedros, en los montesdel Líbano fenicio, guardado
por Huwawa, ” cuyo rugido…es el bramido de la tormenta”, un ser terrorífico muy
difícil de vencer. Este bosque es sagrado, pero también una fuente muy
importante de riqueza, cuya madera se transportaba a numerosos lugares, como
muestran los relieves asirios. El dios Enlil, para protección de este ligar
sacro, había creado a Huwawa, el guardián, el poderoso guerrero, el que inspira
miedo al que se interna en el Bosque.Gilgamesh es consciente del peligro que
acecha, de la muerte posible en la batalla inminente. Y reflexiona sobre la
vida efímera del hombre que tiene los días contados, pues sólo los dioses viven
eternamente. Mas , en este proyecto de tanto riesgo, vislumbra el secreto de
trascender a la muerte, con la celebridad y la gloria, si consigue la victoria.
Pero si perezco, dice Gilgamesh, habré al menos ganado renombre, la celebridad
imperecedera. Y con estas ideas, se decide a entrar en el temido Bosque de los
Cedros, convencido de capturar al guardián, para la conquista de la fama
duradera. Y solicita a Shamash, el dios del Sol, regresar con vida, mientras
que los ancianos le aconsejan que, al adentrarse en el bosque extenso, le
preceda Enkidu, quien conoce la ruta y que ha recorrido antes el camino, que es
más versado en batallas. Entrar en el Bosque no es fácil para ambos amigos. No
quieren ser cobardes, pero tienen miedo a la muerte, pero aspiran a que estas
hazañas les proporcionen un nombre inmortal. Antes de entrar, Gilgamesh tuvo
varios sueños, que Enkidu interpretó como signos favorables. Lo difícil y el
miedo se sueñan, se interpretan y se actúa. Y, confortados, penetran el bosque
y admiran los cedros, que profanan talándolos, con el beneplácito desde el
cielo del dios Sol, quien los ayudó en la lucha y muerte de Huwawa, levantando
poderosas tempestades. Tras la lucha, con la ayuda de los dioses, cortaron la
cabeza de Huwawa, el gigante sobrenatural guardián del Bosque Sagrado. Han
ganado la batalla, han evitado la muerte, han alcanzado la fama, pero no han
logrado la inmortalidad. Y llevan su trofeo a Uruk, donde les ofrecen un
recibimiento triunfal.
La
gloria tiene su precio si no se asume con modestia y dignidad. Es lo que narra
la tablilla VI, que canta los hechos ocurridos tras la batalla. Gilgamesh se
engalanó de tal manera que la diosa Ishtar “puso
sus ojos en la gran hermosura” y le requirió que fuese su amante y su
esposo, ofreciéndole toda clase de lujos y consideraciones. El héroe la rechaza
porque no ha sido fiel con ninguno de sus amantes y ha tenido muchos. Se va
originando la tragedia. E Ishtar, enfurecida, reclama venganza de su padre Anu,
dios del Cielo, y le dice que el héroe, vencedor de Huwawa, “ha enumerado mis vilezas, mi fetidez y mi
impureza”. Y solicita al Dios que cree el Toro Celeste para “que castigue a Gilgamesh y…sepa así lo que es el miedo”. Aunque faltan
versos, están los suficientes para conocer que se produjo una lucha feroz en la
que Enkidu, concernido con el amigo, agarra al Toro Celeste por los cuernos y “entre la cerviz y las astas hincó su espada”.
De nuevo se exceden ante la victoria, Y Enkidu arroja con escarnio una pata del
toro a la diosa, con la amenaza de hacerle un chal con sus tripas. Gilgamesh,
sin sospechar las terribles consecuencias del desastre que se estaba creando, celebra
el triunfo, aclamado por el pueblo, y organiza una fiesta en su palacio,
jactándose de ser “el más hermoso…el más
glorioso de los hombres”. Es, en este punto, cuando todos los actos, los
del Bosque Sagrado y la muerte del Toro Celeste y escarnio de Ishtar, tienen
sus efectos, cuando los dioses se enfurecen y reaccionan. La muerte es el tema.
No es la muerte temida en el bosque de Huwawa, que engrandece la hazaña, sino
la muerte que conduce a no existir como un mortal más, frente a la inmortalidad
de los dioses.
En
efecto, como sucede en todo gran acontecimiento, Enkidu tiene un sueño, que es
como se muestra la realidad venidera. Le comunica a Gilgamesh que los dioses se
han reunido en consejo y que Enlil ha dictaminado: “Enkidu debe morir, pero Gilgamesh que no muera”. Y Enkidu cae
enfermo, temeroso de sentarse “ante los
espiritus de los muertos” y lamentando no ver más a su hermano querido
Gilgamesh. El pasaje, perdido, tiene un gran interés, por su referencia directa
al mundo infraterreno donde habitan la muerte y los muertos. Y, como se suele,
recuerdan la vida pasada, maldiciendo Enkidu, ante el hecho irremediable, a la
ramera que lo elevó a una vida superior y que fue el comienzo de su infortunio.
Una confesión de lo que se ha hecho mal, de la vida lujuriosa, del desafío
temerario, del orgullo no justificado, de la impiedad hacia los dioses. Pero la
muerte va aparejada al sufrimiento de la enfermedad. Y Enkidu pasa muchos días
“abatido en el lecho del dolor”,
junto al amigo, recordando las hazañas del pasado, llorando Gilgamesh “amargamente como una plañidera”. Enkidu
muere, al fin, y el amigo le cubrió “como
si se tratara de una novia, y su voz resonó como un rugido pavoroso”…”arrancándose el pelo y esparciéndolo,
rasgando y diseminando sus vestidos y adornos, como si estuviera impuro”.
Le prepara un lecho, hace que el pueblo lo lamente, esparció sobre una mesa
magníficos manjares, “y cuando por elhorizonte
el dios Shamash apareció, Gilgamesh derramó su libación”.
Es
el fin de una historia. Ahora comienza el relato esencial y verdadero, la
percepción y el conocimiento de la muerte, vivida ante el espanto de su amigo
Enkidu. Y vagando el héroe Gilgameshpor la estepa, llorando al compañero, se
pregunta “cuando muera, ¿no seré
como Enkidu?. El miedo a la muerte
se inserta en sus entrañas, no se resigna a ser un rey mortal. Hay que hacer
algo. Y sabe que en un lugar lejano viveUtnapistim –el Noé de la Biblia-, que
conoce del secreto que confiere inmortalidad, por ser el único mortal al que
los dioses se la concedieron, tras el terrible castigo de la destrucción del
hombre y de todas las regiones del mundo en el llamado Diluvio Universal. Él
encierra el secreto. Y hacia allí se encamina Gilgamesh, a las montañas de
Mashu, donde habitan los guardianes del sol, el que nace y el que muere. Se
inicia otra aventura, otro tránsito. Esta vez no es una hazaña de juventud,
sino la búsqueda en solitario de la solución al problema de la muerte, a hallar
el secreto de la inmortalidad. No es prestigio lo que se pretende, ni
ostentarlo, no son los honores ante el pueblo de Urulk enardecido lo que se
busca. Es más serio, la solución del eterno dilema del hombre: la muerte o la
inmortalidad que sólo es propio de los dioses, y cuyo secreto lo posee un
mortal inmortalizado por su fidelidad a los dioses. La mujer del
hombre-escorpión, guardián de la puerta del Sol, le pregunta que cuán es el
propósito de su viaje. Gilgamesh le contesta que quiere ver a Utnapistim. Y el
guardián le responde que ningún mortal lo ha conseguido, que nadie ha viajado
nunca por estos senderos oscuros. No obstante, el guardián, que reconoce su
tenacidad y valentía por haber alcanzado esas montañas, le abre la puerta y le
deja pasar. Recorre leguas y leguas, sin ver ninguna luz y envuelto en una espesa
oscuridad, hasta llegar a la claridad donde se halla el árbol de los dioses, y
a él se dirige. Tras versos que faltan, en los que posiblemente habla con algún
dios, lo vemos llegar al mar, en la presencia de Siduri, la tabernera –para
algunos eruditos, la diosa de la Sabiduría-, “sentada en un trono y tiene una cuba de malta fabricada de oro”.
Las palabras de la diosa son de extraordinaria importancia, sitúan a Gilgamesh
en la más iluminadora realidad y le aconseja como corresponde a un mortal.
Merece desmenuzar sus razonamientos y consejos. Le pregunta que por qué vaga de
un lugar a otro. Y le asegura que su empeño es inútil, pues cuando los dioses
crearon la humanidad, decretaron a la vez su muerte, reservando la vida eterna
para sí mismos. Y puesto que la inmortalidad no es para el hombre, le aconseja:
”llénate el vientre, goza de día y de
noche. Cada día celebra una alegre fiesta. ¡Día y noche danza y juega¡. Ponte
vestidos flamantes, lava tu cabeza, báñate”. Y poco después, “deléitate con tu mujer, abrazándola. ¡Esa es
la tarea de la humanidad¡. Es decir, lo que se hace lo que reclama el
hombre mediterráneo actual. Es un reclamo a vivir, siendo imposible la
consecución de la inmortalidad que, para la diosa sabia, es lo que cree más
importante del hombre urbano y civilizado. Gilgamesh le cuenta la historia
heroica de su vida, de sus hazañas con el amigo, de las que siente orgulloso.
Pero Siduri le pregunta que si tan heroica y alegre ha sido su vida, por qué
están sus mejillas tan demacradas, tan
hundida la cabeza, tan triste su corazón y tan cansando su rostro, qué cuál es
el motivo. Y le deja otra vez pensativo y absorto. Le contesta Gilgamesh que ha
descubierto la muerte, que ha esperado el despertar de su amigo “hasta que un gusano cayó de su nariz”, y
“que ha vuelto a ser tierra”. No se
puede describir mejor, con más realidad,
la vida yla muerte, a través de la diosa sabia Siduri, que ya conoce
todo, y de Gilgamesh que descubre la vida y con toda crueldad la muerte, a la
que quiere vencer. Y no desiste.
Se
dispone a reanudar el viaje y pregunta a Siduri por el camino que conduce hasta
el país en que habita Utnapishtim, cuál es la señal por la que lo pueda
reconocer y si ha de cruzar el mar o la tierra. Le contesta que ningún mortal
ha podido atravesar el mar desde los antiguos tiempos, salvo el dios Shamash,
el dios Sol. Faltan textos de interés en este pasaje. Aún así, aparecen los
nombres de Sursunabu, el hombre de Utnapishtim el Lejano, como él se nombra y
Urshanabi, que pregunta a Gilgamesh lo mismo que Siduri. El caso es que los dos
se embarcan, llegando en poco más de un mes a las Aguas de la Muerte, que deben
ser las de un río que conduce al reino infernal. A partir de aquí faltan versos
que narraban con seguridad los detalles del desembarco en el lugar donde habita
Utnapishtim. Y le narra sus andanzas, como es costumbre en el poema, repetir
las hazañas y las penas y desgracias, De nuevo, faltan versos en los que
Utnapishtim parece hablar de la futilidad de la vida y que los dioses deciden
sobre la muerte y la vida, pero nunca manifiestan el día de la muerte de cada
uno. Es un misterio, privativo de los dioses.
En
la tablilla siguiente, la XI, en un texto muy bien conservado, Utnapishtim le
cuenta a rey Gilgamesh su historia, la del castigo, la del diluvio, la
construcción del barco y su carga. Y todo con mucho detalle. La narración del
diluvio, del castigo divino, es de una gran belleza plástica y poética, de un
dramatismo que no se alcanza en el Génesis bíblico. Utnapishtim, que tan sólo
fue humano, tras el diluvio, fue considerado junto a su esposa como dioses. Y
les llevaron a vivir muy lejos, en la desembocadura de los ríos, donde ahora se
halla con el héroe Gilgamesh. Éste le pide que le lleve ante la asamblea de los
dioses para solicitar la vida inmortal que busca. Pero antes ha de pasar con éxito una prueba física, que
delate su condición sobrehumana, y que consiste en no dormir durante seis días
y siete noches. Una prueba difícil. Al punto que “cuando Gilgamesh se hubo sentado, el suelo lo envolvió como un huracán”.
Utnapishtim y su esposa se dan cuenta de su debilidad, que no es propia de un
héroe que busca la vida inmortal. Al séptimo día despertó, sin percibir el
tiempo que había transcurrido. No había pasado la prueba y es consciente de
ello, pues al dormirse, todo este tiempo había estado en un profundo sueño como
muerto, bajo el mandato del genio de la muerte. Y percibe que adonde vaya,
estará el reino de la muerte y que se apoderará de su cuerpo. Y comienza a
iniciar el regreso. Pero Utnapishtim, apenado por el esfuerzo, la desesperación y fracaso de Gilgamesh, le
revela el secreto de los dioses: “en el
fondo del agua hay una planta”, como un zarzal y con espinas que hieren.
Pero si la coges, le dice, “tu hallarás
nueva Vida”.Gilgameshobtuvo la planta, “una
planta excepcional que, graciasa ella, el hombre puede reconquistar el aliento
de su vida. La llevaré a la amurallada Uruk, haré que coman de la planta. Su
nombre será “el hombre se hace joven en la vejez”. Yo mismo la comeré y así
volveré al estado de mi juventud”. Pobre ilusión. Todo tan cerca y tan
lejos. Gilgamesh, en el camino, se dispone a descansar. Descubre una fuente de
agua muy fresca, descendió hasta ellay se bañó. Entra tanto, “una serpiente olfateó la fragancia de la
planta, salió del agua y la cogió…”. Gilgamesh, por su imprudencia, propia
de su condición mortal, había perdido para siempre conseguir su inmortalidad y
la del género humano, presente en su reino de Uruk. Al advertirlo, se sienta y
llora y, cogiendo las manos de Urshanabi, el batelero, le dice: “¿Para quién trabajaron mis manos?, ¿por quién se gasta
la sangre de mi corazón?. No he obtenido ningún beneficio”. El poema
termina, o lo que queda de él, con la llegada del rey Gilgamesha la ciudad de
Uruk y recorre sus murallas, de las que se siente orgulloso. Es el premio a la
búsqueda de lo imposible, a su satisfacción como rey mortal, a vivir los
consejos de Siduri, la tabernera, la diosa de la sabiduría, que le reclama a
gozar de lo que tiene a su alrededor.
Así
termina la historia de la búsqueda de la inmortalidad, la misma de todos los
tiempos, aunque cambien las formas y las hazañas. La muerte es la consecuencia
natural de la vida. Este poema es un paradigma. Y por ello me he detenido en la
descripción de sus rasgos principales. Su secuencia es una historia perfecta,
paradigma estructurado, de la historia de Gilgamesh, el rey de la ciudad de
Uruk, que quiso trascender su condición moral y asimilarse a la inmortalidad de
los dioses, tras toda clase de hazañas y penalidades, para comprender y aceptar
lo que es propio del hombre: su incapacidad y la muerte. Gilgamesh personifica
la realidad existencial humana: el poder, la amistad, deseos de hazañas para la
vanidad, satisfacción del orgullo y permanecer en la inmortalidad de la
memoria, el miedo, el desprecio a lo establecido, el deseo de trascender su
naturaleza humana, suplicar por el llanto, obtener por misericordia las
respuestas y llegar a la realidad misma, que es el goce de la vida y la
aceptación de la muerte.
Otra
cuestión, de la que conocemos menos, y también preocupa, es la de la vida
después de la muerte, si acaso existe ese lugar donde residen los muertos. El
tema es complejo. Aquí sólo expongo, como compendio de la muerte, vista de modo
somero en la realidad objetiva y material de la tumba y del texto más explícito
del antiguo Próximo Oriente, que alcanzo el Mediterráneo, unos pocos destellos
de los documentos más significados. El primero se halla en el texto de
Gilgamesh, al que faltan muchos versos. En la tablilla XII se menciona a
Lilith, quizás Ishtar, pero reinando en la muerte. Y en otros versos, Gilgamesh
da consejos a Enkidu antes de entrar en los “infiernos”.
Se da por hecho que existe, pero para entrar en él hay que guardar ciertas
normas. Por ejemplo, llevar ropas viejas para no ser reconocido como
forastero,, ni usar aceites perfumados, ni llevar bastón en las manos, para no
atraer a los espíritus, ni llevar sandalias que puedan emitir ruidos. Y
continua diciéndole, en el caso de que viese a seres amados –se supone que no
han perdido su aspecto físico-: “no beses
a la esposa a quien amas, no azotes a la esposa que odias; si tu no amas a tu
hijo, no lo beses, si estás furioso contra él, no lo golpees, porque los
gemidos del mundo de las sombres pueden sobrecogerte”. Habla también de la
madre de Ninazu, la esposa de Ereshkigal, que es diosa de la muerte, “cuyos hombros sagrados no cubren ningún
vestido, cuyos senos en forma de redoma no envuelven ningún tejido”. Enkidu
hizo todo lo contrario, se vistió, perfumó, ató las sandalias a sus pies y
cogió el bastón. Al bajar al inframundo, hubo un gran revuelo, y la madre de
Ninazu no le permitió “que subiera del
mundo de las sombras”. Y este mundo de las sombras lo apresó. Enkidu, “no cayó en el campo de batalla con los
hombres; el mundo inferior lo ha apresado”.En cierto modo, no es sólo el
desprecio al consejo sabio, sino a la necesidad de que todo ser humano tiene su
destino final en la muerte, en el reino y la vida con los muertos. Y por ello,
mostrar la ostentación de la vida, sirviéndose de sus elementos usuales, en la
ciudad de la muerte, donde la belleza se pierde, la alegría se oscurece, y
reina el silencio, es un acto de soberbia que no perdonan los muertos. Es lo
que hizo Enkidu.
Por
las mismas fechas, Homero, en el canto XI de la Odisea, relata el descenso del
héroe de Troya Odiseo a los infiernos, aconsejado por la hechicera Circe, Le
dice que allí Tiresias, el ciego adivino, le puede contar los motivos que le
impiden llegar a su casa en Itaca. Y narra su experiencia en el palacio de
Alcinoo, quien, tras escucharlas, se ofrecen él y su corte
a llevarlo a su querida patria. El texto es largo, los muertos con los
que habla son muchos, y conviene resumirlo. Al llegar al lugar, Odiseo realiza
los rituales de ofrendas y libaciones a los muertos, que comienzan a aparecer.
Sus allegados y conocidos le cuentan sus pesares, sus desgracias, siempre a
cierta distancia, pues muertos y vivos no pueden tocarse hasta hallar a
Tiresias, quien les puede indicar el modo de un regreso seguro a Itaca.
El
lugar donde habitan los muertos de época homérica, se halla en un lugar, seguramente
occidental, en un punto concreto y tangible, alejado de las tierras de los
vivos y del mundo civilizado. En este texto, Odiseo llega a este lugar abriendo
un agujero, como le había dicho Circe, la hechicera, de donde, tras la libación
“surgieron las almas privadas de vida”.
Tras el ritual, aparecen los muertos, seres inmateriales o espectros,
conservando su conciencia y raciocinio y deambulando sin rumbo por las oscuras
regiones. Pero parece, se deduce del texto,
que al beber la sangre de los animales, cobran más bríos, y recuperan
sus recuerdos y conciencia anteriores. Puede ser este el efecto de los rituales
de libaciones en las tumbas de los muertos. Puede ser este el sentido. En este
relato, un pasaje se refiere a una especie de juicio, someramente descrito: “Y vi entonces a Minos, el hijo brillante de
Zeus, que con cetro de oro, sentado, juzgaba a los muertos, mientras ellos en
torno del rey aguardaban su fallo”. Con más amplitud y detalle se lee en el
Libro de los Muertos, en Egipto, y los motivos iconográficos pintados lo
muestran minuciosamente. En este lugar, lúgubre, los muertos ofrecen una
existencia, por así decirlo, anodina, un vagar si rumbo y sentido, un conjunto
de formas que han perdido su intelecto y su sentido. Aquí habló Ulises con su
madre, con Tiresias, con amigos y con los héroes muertos de la batalla de Troya.
Pero las palabras de Aquiles son de un gran significado, por el pesimismo y
desprecio con el que ve su muerte: “No
pretendas Ulises buscarme consuelo de la muerte, que yo más querría ser siervo
en el campo de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa que reinar
sobre los muertos que allá fenecieron”. Palabras muy diferentes a las que
pronunció en la Iliada, en el fragor de la acción de la batalla: “…Mi parca yo la acogeré con gusto cuando
Zeus quiera traérmela y también los dioses inmortales”. La muerte es más
dura. Y en la vida se desea por la creencia de la inmortalidad de las hazañas.
Con la muerte todo se olvida, nada se desea.
No
es fácil contestar a las preguntas de qué es esa vida de ultratumba, dónde se
halla, y si todo muerto puede habitar en esa vida eterna. Las respuestas son
diversas en las distintas culturas.
Conocemos mucho de la expresión del muerto y su relación con los hombres en los
medios de la vida, pero muy poco en la vida y el reino de los muertos. Poco o
nada se sabe si todos los que mueren tienen residencia en ese reino, si tienen
derechos o méritos. El libro de los muertos, egipcio, proporciona mucha
información de una cultura donde la muerte es un hecho tan importante. E igual
sucede en el cristianismo, una religión basada en la vida y, sobre todo, en la
vida tras la muerte, en la resurrección y en la vida inmortal de quienes han
entendido que la vida sólo es tránsito de la muerte.
En
este punto son precisas unas líneas sobre lo que conocemos en el Libro de los
Muertos como el Juicio de Osiris, como
reflejo de aquellos que desconocemos del todo o con pocos detalles. Supone el
acto trascendental del difunto, el que decide su eternidad. El muerto,
conducido por Anubis, llega ante el tribunal de Osiris. Anubis le extraía su
corazón, que es la representación de la conciencia la moralidad, depositándolo
en un platillo de la balanza, contrapesado con la pluma de Maat, símbolo de la
Verdad y de la Justicia Universal. Y un jurado, compuesto de dioses, de
pregunta acerca de la conducta pasada, ante Thot como escriba. Dependiendo de
las respuestas, y después de que Osiris con estos datos dictara la sentencia,
el muerto podía vivir eternamente con su KA, la fuerza vital, y su BA, la
fuerza cósmica, pudiendo vivir eternamente en los campos de Aaru, el Paraáiso
de la mitología egipcia. Si lo que pesaba era el mal, era arrojado a la
devoradora de los muertos Ammit, un monstruo híbrido, dejando de existir para
la Historia de Egipto. Esto es un simple esquema de una estructura compleja,
donde se juzga la vida pasada, el bien y el mal, lo justicia y la injusticia,
para vivir eternamente en el Paraíso o ser borrado de la Historia.
En
un sentido similar, pero en tiempos posteriores, hemos de ver el Juicio Final
del Nuevo Testamento –Mateo 25: 31-46-, que tanta trascendencia ha tenido en la
historia occidental y que aún perdura. Mateo habla del Juicio Final, el momento
más importante de la vida del creyente, en el que el Hijo del Hombre, sentado
en su trono de gloria, “separará a unos
de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos; y pondrá a las
ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. El que vivió justamente,
según los preceptos, alcanzarán la vida eterna, y los que no lo hicieron irán
al castigo eterno. No hace falta representar este lugar. El arte ha dado cuenta
de ello. Y Dante, que bajo con Virgilio al Infierno, escribió la Divina Comedia
que es la expresión poética más bellas de un lugar tétrico como el Infierno. No
se requiere insistir más.
El
mediterráneo va unido a la luz de sus cielos, a la alegría y al azul de sus
aguas, a la vida. Pero también a la muerte. Un tema presente desde lo más
recóndito de su historia. La vida y la muerte unidas. Así lo indican los
hechos. El Mediterráneo es un espacio de contrastes. La inmensa alegría da paso
también al más profundo llanto y desdicha. La vida y todas las religiones han
conformado este aspecto sustancial del hombre mediterráneo. Este mundo circular
se ha movido en la vida y la muerte. Así son los rituales. El mar, que es vida
alegre y azul, es también la llamada insistente de la muerte. Tema que requiere
más espacio y razonamientos.Vemos en la Historia, pues, al Mediterráneo, como
máxima expresión de Occidente, de la máxima alegría desbordada y de la muerte,
siempre presente. Los ritos, las religiones, todo el arte y su filosofía son
expresiones muy vivas de esta dicotomía de la vida y de la muerte. Y la música,
el lenguaje de los dioses y el clamor ardiente de la muerte. No ha habido, ni
habrá, una lengua más bella para hablar con el cielo y con
los muertos.
GALERÍA DE IMÁGENES
Quizás los muertos "revivan" con la sangre de las víctimas porque la sangre es la fuerza vital, esa que consume el no muerto o vampiro de las tradiciones centro-europeas. Por otra parte, conozco una curiosa interpretación del ritual del peso del corazón del difunto egipcio: cuando el corazón es más ligero que la pluma de Maat, la justicia, el difunto entra en el Amenti; pero cuando es más pesado y lo devora Ammit, significa que el Ego humano necesita reencarnar de nuevo y esa necesidad lo hace retornar a la materia. Podemos decir que es de nuevo condenado a reencarnar hasta que logre la perfección.
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