ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (267)

MEDITACIÓN DE LA NIEBLA

Sentado en un banco de la plaza, contemplo la lenta y escarlata caída de la tarde sobre las cúpulas de la Iglesia Mayor. Difuminados los ángulos de vieja piedra arenisca por una envolvente bruma, le susurro a Sr. Lobo apuntes de una meditación de la niebla. Algún transeúnte se sorprende, más por ver a un hombre serio y con bigote hablándole a un atento ratonero andaluz que por el siniestro fenómeno meteorológico. ¿Por qué no extrañarse más ante el hecho extraordinario de la niebla vespertina? Este perro es listo, aunque aún añoro las conversaciones con Platón, el noble fox-terrier que acompañó mis paseos durante trece años. El joven Sr. Lobo ya conoce las charlas que Gala mantuvo con el teckel Troylo. También sabe de Cipión y Berganza, canes a los que Cervantes otorgó el divino don de la lengua y para los cuales “este nuestro hablar tan de improviso cae debajo del número de aquellas cosas que llamamos portentos”. Asociando ideas rememoro a Orfeo, personaje de “Niebla” al que en el epílogo de su inmortal nivola Unamuno concede la facilidad del lógos. La oración fúnebre de Orfeo se funde con la “única niebla”, real intermundo de fantasía y razón, gris abrazo de realidad y ficción. Al igual que ante mis ojos esta acuosa opacidad permite que se confunda el cansado cuerpo de la Prioral con la oscuridad a espaldas de la Puerta del Sol. Las últimas gastadas gárgolas levantan su vuelo, como la lechuza de Minerva al anochecer, mientras que las cigüeñas se acurrucan con la esperanza de otra aurora. Dos diversos mundos enlazados bajo una misma caliginosa naturaleza.


            Ha caído la noche y mi acompañante me apremia para que termine las etéreas meditaciones. Con un ladrido me devuelve de mi imaginario al suyo. Mientras yo me ocupaba de tan simple discurrir, él me ha soñado viviendo dentro de una gran tinaja, semidesnudo y rodeado de mendrugos de pan. Como aquel sabio de Sinope, que transitaba entre tinieblas alumbrado por un candil a la busca de hombres honestos. Hoy igual que ayer, buscando hombres íntegros bajo una mínima luz. A semejanza de ese Diógenes, autoapodado “el perro” (‘kýon’) y conocido como el filósofo cínico (‘kynikós’), el Sr. Lobo me ha imaginado filósofo perruno. Soy para él su real ficción; su Augusto Pérez, protagonista literario que simula un héroe trágico para existir como un hombre. En su platónica busca de un ser que sea más ser, Augusto, como la criatura de Frankenstein o el replicante Roy Batti, se presenta ante su creador exigiendo señorío sobre su propio destino. Brillante lección de la novela unamuniana para disipar la neblina de una existencia fragmentada. Si el exceso de luz ciega por ínclita blancura, la completa oscuridad deja a los ojos ciegos en el disolvente negro. El héroe trágico camina en la niebla, moviéndose por el ‘limes’ entre lo que es y lo que no. De este modo, a la vida que es vivida y a la que es pensada, distinguidas por Pessoa, se une el tercer vértice de la vida deseada pero irrealizada. De pronto me percato de que el Sr. Lobo me ha guiado hasta la Puerta del Perdón, quizás para arrepentirnos de “la vida que no hemos vivido” (H. James). Como una única niebla con la vivida. Cuánto me enseña este perro con sus silencios.
JOSÉ M. SEVILLA FERNÁNDEZ
ACADÉMICO DE SANTA CECILIA

Comentarios

  1. Delicioso artículo, José Manuel, porque es reconfortante saber que el filósofo siempre puede platicar con quien sea y sobre lo que sea y en este inquietante pandemónium político, en que nos hallamos sumergidos, sería deseable que Diógenes nos prestase su lámpara, para que el próximo 26 nos alumbrase a nuestros representantes más dignos.

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  2. Magnífico escrito, una hermosa lección, una profunda reflexión. Casi sin querer, el texto se desliza por nuestra mente proporcionándonos la sensación haber leído algo verdaderamente importante y bello. No es habitual poder disfrutar de un escrito así. Me gustaría animarte a que nos brindes con más frecuencia narraciones de este colorido, de este lirismo y de este arte.
    Un fuerte abrazo.

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  3. Me uno a la petición de Ignacio P-B. para que nos ilustre con más frecuencia. Es un texto de los que tienes que releer, nunca te sacias de su encanto.

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