Por siempre Borges

Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de sombra haber mirado
esas luces dispersas,
 que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones […]

Jorge Luis Borges, “El Sur”

       Aún recuerdo el día que decidí leer, a partir de entonces, solo a Borges. El sol era fuerte, impactaba con bruteza, salí a dar un paseo buscando las escasas sombras de aquella mañana. Los restos de la primavera quedaban en los distintos verdes de alrededor; algunos utensilios de labranza esparcidos, sin orden y con herrumbre.
       Había escuchado que el baño estaba en la pequeña construcción de madera ─en realidad todo era de madera─; me acerqué. La puerta desvencijada, caída hacia la izquierda, con las dos bisagras de arriba colgando.  Pensé que si intentaba abrirla se caería, miré por una rendija entre las dos tablas a la altura mis manos. Veía un trozo de lavabo de segunda mano que fue blanco, con un grifo de color perdido, un platito con un trozo muy gastado y agrietado de un jabón de color entre blanco y pardo. Una brocha de afeitar con unos tiesos y raquíticos pelos. Poco más allá un tarro alto vacío. Moví los ojos sin conseguir ver nada más. ¿Era en el 80? Quizás el 79.
       Borges levantaba la barbilla aunque no hablara, la posición acostumbrada de su bastón le obligaba a mirar así; mentón a lo lejos. Le observé mientras estaba sentado ─muy quieto─ en un tocón a la sombra de unas opacas encinas, al borde de una senda estrecha a no más de veinte metros de la puerta de la cabaña-baño de uso común abandonada.
       ¿Pensaría en el patio?  (Fue un brote, una pregunta extemporánea, maquinal).


       No creo. Hacía demasiado calor en el aquel campo.
       Una mujer pasó de prisa a mi lado, no saludó. Imaginé, no sé por qué, que era Estela Canto. Di unos pasos acercándome y paré a pocos metros escuchando sus voces con desvergonzado descaro. Hablaban, saltando de un idioma a otro, en inglés y en castellano.
       Estaba muy próximo, había caminado sin darme cuenta y me quedé delante. Saludé con atropello y él sonrió amable intentando mirar mi voz, le comenté que su libro “El jardín de los senderos que se bifurcan” era una de mis lecturas inagotables y preferidas.
       ─Es como un espléndido manual de física ─Quizás exageré un poco, pensé después─. Soy físico ─añadí.
       Contestó pausado:
       ─¡Curioso! ¡Muy singular! Ustedes son muy imaginativos… Lo único que sé de física viene de un esfuerzo grande que hizo mi padre explicándome como funcionaba el barómetro.
       Hice una despedida aturullada y seguí el sendero hasta perderme.  Esperé ver otro día al escritor para conversar más con él.
       Ya siempre leí a Borges.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia



Comentarios

  1. Magnífico.La posición dialéctica entre el profesor y alumno. Borges siempre será el inagotable profesor que guiará el sendero, como Virgilio hizo con Dante.

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  2. Siempre me ha gustado conversar con los personajes a los que admiro, contigo lo hago casi todas las semanas, ahora podré asistir a tus charlas co mi admirado Borges. Gracias Tocayo

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  3. Me ha encantado. Yo también soy muy muy de Borges y lo he reencontrado perfectamente retratado en esta entrada. Bravo.

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  4. Rocío P.Izquierdo23 de junio de 2016, 9:34

    Soberbio. Hasta que no he acabado el texto no me he dado cuenta de cuanto echaba de menos tus "paseos" con los poetas.

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  5. Creo que voy a leer a Borges.
    Me ha convencido.

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