El ajedrez dentro del ajedrez

«Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche.»
J. L. Borges, “El Sur”
El balneario tenía la fachada color marfil de ínfulas neoclásicas. La planta era muy grande y de forma rectangular, tenía dos pisos hasta la mitad y después solo el bajo. Unos pocos escalones le daban cierta magnificencia a la entrada. La edificación estaba rodeada de pinos.
         Solo entré allí el día de mi llegada a los trámites de recepción, en el mostrador a la izquierda. Al otro lado estaba el comedor. El techo era bastante alto y colgaban de él tres lámparas en línea ─de esas de “araña”─ que iluminaban de modo insuficiente.  Había ocho mesas preparadas para cuatro comensales cada una, estaban ocupadas únicamente dos y la nuestra era la tercera. Elegimos la más cercana a una ventana; me asomé a ella antes de tomar asiento; vi que debajo había algunos trastos amontonados. A los pocos metros empezaban los pinos.
         María K. lo sentó a su izquierda para ayudarle mejor si era necesario. Me sitúe frente a ella.
         Cuando estuvimos acomodados le pregunté:
         ─Don Jorge, el otro día hablamos de la poesía y usted se mostró convencido de que es un hecho estético, sensitivo, rítmico… ¿Y la metáfora? Para muchos poetas lo esencial es la metáfora.
         Movió la mano abierta palpando la superficie de la mesa con la punta de los dedos hasta que tocó los cubiertos.
         ─Discrepo de ellos. Lo verdaderamente trascendente en la poesía es hallar las palabras precisas, las justas. Esas palabras que generan emoción. Y, por supuesto, también la cadencia y la entonación de que se dota a las metáforas, pero no las metáforas en sí mismas. Una metáfora no tiene que ser necesariamente poética.
         María K. miraba la carta distraídamente. Decidí cambiar de conversación.
         ─Imagino que conocerá esa frase, tan interesante, que enunció Rodríguez Monegal sobre el acceso a la literatura de Borges. ¿No?
         ─¡Ah, sí! ¿Es la que dice que para asimilar mis trabajos es necesario entender que se trata de “literatura dentro de la literatura”?
         ─Sí, justo. Esa es. ¿Cómo la interpreta usted?
         ─Pues la verdad es que intuyo algo, pero no he reparado en su significado íntegro. Es como una imagen, o una consigna. No lo sé ─giró la cabeza hacia mí y preguntó─: ¿Vos tenés alguna interpretación?
         María K. dejó la carta y me miró también.
         ─Sé casi de memoria las palabras de Emir Rodríguez: “Quizás la manera más eficaz de acceder al mundo literario de Borges sea aceptar que constituye una literatura dentro de otra literatura”. Le he dado vueltas y vueltas… Literatura dentro de la literatura…
         Creo que me ruboricé un poco al verlos expectantes. Añadí:
         ─Cuando he reflexionado sobre esto no he podido evitar unas imágenes, que de alguna manera se funden con sus sonetos sobre el ajedrez. Invariablemente me viene a la mente un tablero con un cuádruple juego de figuras. Eso sí, con sus 64 escaques. Cuatro ejércitos de blancas, negras, azules y rojas. Al comienzo comparten cuadrículas negras y rojas, y por el otro bando blancas y azules. La interacción viene por un código, o reglamento, que permite a ciertas figuras interaccionar con todas las opuestas o solo con las del color opuesto ─Tomé un poco de aire para buscar las palabras adecuadas y ser todo lo más preciso posible.
         María K. y Borges escuchaban con curiosidad incontenida.
         ─Las normas, en primera aproximación, obligan al combate entre blancas y negras, lo normal, y entre azules y rojas; también lo normal. Pero la mitad de las blancas pueden jugar contra las rojas también y otra mitad de las negras puede oponerse a las azules…
         Borges apretó sus cerrados ojos. Creo que se imaginaba perfectamente el tablero.
         Un poco abatido pregunté:
         ─¿Lo explico demasiado mal?
         María K. hizo un gesto de haberlo comprendido todo y don Jorge dijo con cierta vehemencia:
         ─¡Sigue, sigue…!
         ─Así tenemos dos partidas singulares, blancas contra negras y azules contra rojas, pero también hay una lucha secundaria entre blancas y rojas y entre negras y azules.
         Borges golpeó con bastante fuerza el plato vacío con el mango del cuchillo agarrado con el puño y dijo:
         ─¡Exacto! ¡Ajedrez dentro del ajedrez! ¡Literatura dentro de la literatura!
         Casi me di un susto. María K. emitió una sonrisa clara y abierta.
         ─Sí. El símil es interesante, se comprende muy bien ─comentó ella.
         Llegó el camarero y estuvimos unos momentos enredados con las viandas para la cena. Fueron varios platos pequeños abundando los vegetales y pescados.
         Les pregunté si alguno de los dos conocía de memoria alguno de los sonetos del “Ajedrez”, y no, los habían olvidado. Yo conocía el primer terceto del primer soneto:
«Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
         Otra vez habíamos regresado a la poesía. Parecía algo inevitable.
         Quise variar otra vez, y le comenté algo que pensaba haber leído alguna vez:
         ─¿Es cierto que hubo un año en el que vendió veintitrés libros y se puso muy contento?
         Comenzó reír y María le acercó la servilleta.
         ─¡Veintisiete, fueron veintisiete! ¡Fue un gratísimo regalo! Mi madre lo celebró emocionada y me dijo: “Veintisiete libros es una cantidad importante”, después añadió: “Ahora comienzas a ser un escritor famoso, Georgie”. Estaba tan alterado que me hubiese gustado conocer a todos los que compraron aquellos libros para expresarles mi agradecimiento.
         Terminada la placentera, y frugal, cena nos acercamos al mostrador de recepción para que nos proporcionasen unas linternas que nos sirviesen de iluminación por el camino de vuelta hasta nuestras cabañas.
         La luna con su reflejo azulado también nos ayudó.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia



Comentarios

  1. Ignacio, una vez más, mi felicitación más sincera por este artículo tan interesante, reflexivo y poético. Es difícil aunar estos tres adjetivos y tu lo haces con la sencillez del maestro.

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  2. Relato muy interesante pero, desde mi punto de vista, lo que dice Emir Rodríguez Monegal de literatura dentro de la literatura (o de la música dentro de la música, o de la pintura de la pintura) es una abstracción sin sentido, un juego de palabras que no conduce a nada.

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  3. He intentado, como muchos, leer a Borges varias veces pero no le he conseguido, ¿existen algunas claves o instrucciones para poder hacerlo?

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