Cómo leerlo

«Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había dormido, pero aún quedaba mucha luz en el cielo.»
J. L. Borges, “El fin”
«[…] Y mientras tanto, viéndole y escuchándole, yo pensaba que algún día alguien aún no nacido me envidiaría por haber estado así con él, como yo envidiaba a esos seres dichosos y casi increíbles que tuvieron una vez cerca a Dante en las calles de Florencia o compartieron unas pintas de cerveza con Chesterton.»
Fernando Savater, “Borges: la ironía metafísica”
Hacía calor; me había quedado dormido con el libro entre las manos. Quería beber un poco de agua fresca, tenía la garganta seca y la boca pegajosa. Salí buscando algo del frescor de aquella madrugada. El gozne viejo chirrió y detuve la puerta, quedó abierta menos de un palmo, lo suficiente para verla pasear en la distancia, por el porche, con pasos muy lentos. Llegaba al final y se daba, otra vez, la vuelta. Tenía cruzados los brazos y levantaba de vez en cuando el izquierdo como si estuviese fumando un cigarrillo. No sé cuántos metros nos separaban. Dejé la puerta igual y entré de nuevo para buscar tabaco. Pensé acercarme a María K., quizá deseaba hablar. Se me ocurrió ─idea que deseché rápido─ un rodeo por la oscuridad para aproximarme por el camino del balneario. No, mejor será encender la luz de mi porche, y acercarme con la excusa de pedirle una cerilla.
         Me froté los ojos un poco cegados al inundar de luz el oscuro atrio y abrí la puerta con todo el cortejo de ruidos. Miró distraída hacia mi lugar y le hice un gesto levantando el brazo que no estoy seguro si llegó a ver. Empecé a barrer con los pies unas ramas y unas piedras que había sobre el suelo de madera, no sabía cómo acercarme. Respiré hondo, adquirí un gesto casi heroico y tomé, decidido, el camino de la cabaña de Borges. Unos metros antes paré los bríos y el cuerpo para barrer, con los pies, otras ramas y otras piedras del camino arenoso.
         Ni siquiera dije ‘buenas noches’, directamente le pregunté con voz queda:
         ─¿No puedes dormir? ¿Demasiado calor?
         Sus ojos orientales me dijeron que sí.
         ─Estoy preocupada por la salud de Georgie ─respondió también con habla baja.
         Era la primera vez que le decía Georgie dirigiéndose a mí. Bajó el escalón y se acercó. No supe qué añadir. Intenté sortear el silencio haciéndole una pregunta fuera de contexto.
         ─¿Es verdad que Borges considera la ‘enciclopedia’ como género literario y que es su preferido como tal? ¿Es así?
         Soltó una extraña y comprensiva sonrisa. Caminamos unos pasos hacia la oscuridad y dijo con un tono ya más alzado:
         ─Sí. Aunque no sé aún si lo dice en broma o en serio. Él da sus razones, bien construidas, pero quizá lo hace para sorprender a la gente. Un genio como él es imprevisible y complejo pero a veces se repite. Dice que le gusta el “género enciclopédico” por tres razones: primera porque es algo que colma su infinita curiosidad, la segunda por su indolencia, se considera indolente y haragán; y la tercera porque le depara muchas sorpresas.
         ─Cierto, es verdad. Las enciclopedias están repletas de sorpresas.
         ─También comenta a veces que son estupendas porque van al núcleo de las cuestiones y nos informan de todo con rapidez; y de cosas muy diversas. Es muy indulgente con las enciclopedias, les disculpa todos los errores que contengan.
         Dimos unos cuantos paseos cortos sin alejarnos de la cabaña demasiado.
         ─¿Has leído algo de Rafael Cansinos-Asséns, poeta y escritor andaluz, sevillano? Siempre ha sido un referente para Borges, incluso se ha considerado su discípulo.
         ─No, la verdad que no. Otra parcela más de mi ignorancia. Le conozco solo de nombre y por haberlo citado Borges en el breve relato “Definición de Cansinos Asséns” de su obra “Inquisiciones” de 1925. Poco más; creo que era pariente de la que fue famosa actriz de cine Rita Hayworth.
         ─Espera un momento, voy a ver cómo está Jorge, y traigo ese libro ─se dio la vuelta, subió el escalón con gracia suelta el entró sigilosa en la cabaña.
         No tardó ni un minuto en regresar con el libro entre sus manos.
         ─Está bien dormido, raro. Suele despertar muchas veces pero aquí está descansando muy bien estos días, además no hay nadie que le atosigue ni le importune.
         Me llevó debajo de la lámpara amarilla y leyó:
         «No quiero banderizar en pro de Cansinos ni desquitar con admiración vocinglera la indiferencia innumerable del mundo; quiero prometer a quienes examinen sus libros, la más intensa y asombrosa de las emociones estéticas.»
         ─Este es el párrafo final del escrito que has citado. ¡Mira! ─exclamó─ aquí tiene anotada una poesía de Cansinos. Se llama “El crepúsculo”.
         Tuvimos una ráfaga de silencio mientras leía para sí. Luego recitó a media voz:

         Pensé que allí había latidos de Borges.
         Nos quedamos cara a la oscuridad en un éxtasis singular, posiblemente imaginando alguna de aquellas locomotoras resoplantes que trazaban una línea de humo y calor sobre un paisaje.
         Después de esos instantes, volvió a entrar. Se llevó el libro que había traído.
         Cuando regresó le comenté:
         ─A veces pienso que los libros de don Jorge deberían venir con una especie de manual de instrucciones para saber cómo leerlos con el máximo provecho. ¿Cómo se debe leer a Borges? ─añadí.
         Cruzó sobre el pecho su brazo derecho y colocó sus dedos de la mano izquierda la mejilla izquierda, sujetando un poco su barbilla con la palma. No sé qué hora era, quizás muy tarde. Una madrugada espléndida.
         Sonrió.
         ─Creo que hay que conocer su biografía, conocerlo a él. Su vida. Palpar su espléndida inteligencia, su fascinante imaginación, su genio creador. Borges necesita ser absorbido a pequeñas dosis, es necesario tener paciencia ─en ese momento me miró a los ojos─ y no abandonar la lectura a modo de rendición.
         ─Sí, estoy de acuerdo. Pero creo que también es necesario estar en posesión de una cierta formación literaria, o cultural; no sé.
         No sabía muy bien cómo tratar a María K., no me atrevía a tutearla y tampoco me parecía tan mayor como dirigirme a ella de usted. Borges era casi cuarenta años mayor que ella.
         Debía irme ya, pensé que sería descortés quedarme más tiempo pero no perdí la ocasión de hacerle una última pregunta:
         ─Don Jorge comentó una vez que su gran virtud era el silencio, ¿por qué?
         Otra vez sus ojos orientales fueron taladrantes:
         ─Bueno, yo soy una mujer muy callada, esta noche he hablado mucho para como lo hago habitualmente. A mí me agrada la soledad, la serenidad… el silencio. Debe ser de mi herencia japonesa.
         Estaba un poco aturdido y no sabía cómo despedirme. Apreté mis dedos en cariñoso gesto sobre su codo y le deseé buenas noches.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia



Tengo el placer de dedicar este artículo a mi amiga Victoria Jiménez ─en la Ronda de Rilke y Welles─ que tuvo a bien sugerirme que escribiera, también, alguna «conversación» con María K., pues quizás aportaría ─y así es─ alguna nueva perspectiva sobre un personaje tan poliédrico como Jorge Luis Borges.

         

Comentarios

  1. Andalucía no se puede permitir tener a literatos de calidad olvidados como Cansinos Asséns. Formidable escrito, enhorabuena a la Academia por esta serie sobre Borges.

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  2. Sin duda Borges es de los más grandes de las letras hispanas, con Cervantes, Quevedo, Valle-Inclán, Cortazar, García Márquez... y tantos otros para sentirnos muy orgullosos. Gracias por traernos a Borges de una manera tan divulgativa.

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