Los visitantes de Borges

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa 
conjunción de los astros, en qué secreto día 
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa 
y singular idea de inventar la alegría?
Con otoños de oro la inventaron. El vino 
fluye rojo a lo largo de las generaciones 
como el río del tiempo y en el arduo camino 
nos prodiga su música, su fuego y sus leones. 
En la noche del júbilo o en la jornada adversa 
exalta la alegría o mitiga el espanto 
y el ditirambo nuevo que este día le canto 
otrora lo cantaron el árabe y el persa. 
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia 
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.
                       Jorge L. Borges, “Soneto del vino”

La noche anterior puse el reloj a las 7:30, pretendía, quería, levantarme temprano para leer tranquilo y repasar algunas de las notas que voy recopilando sobre mis charlas con Jorge Luis Borges. No pudo ser, imagino que apagué el despertador de un tortazo y abrí un ojo rondando las nueve de la mañana. Tenía el estomago vacío y lo conformé con unos frutos secos que tenía guardados y con una tónica bien fresca. Salí al porche para ver cómo estaba el día; cielo azul, ese azul rabioso envidia de pintor. Algunas nubes de algodón desperdigadas, se movían con perceptible lentitud. Creo que iban hacia el Norte. Quedé unos instantes parado preguntándome: ¿Soy de aquellos que imaginan más de lo que ven? No supe qué responderme, pero entré otra vez en la cabaña pensando afirmativamente y ese sí me turbaba un poco pues me encantaría reflejar las palabras exactas, las literales. Y también emitir las sensaciones, no solo lo pronunciado, no solo las palabras.
         Hace unos días don Jorge nos preguntaba (o se preguntaba a sí mismo), “¿de qué habla hoy la gente?”  Después él mismo daba la respuesta: “De política, se habla mucho de política, pero no de política en abstracto, se habla de políticos más bien. A nosotros nos inquietaban otras cosas. Pero desde luego no es porque no nos preocupase la política.”
         María K. comentó en frase cerrada: “Demasiada intoxicación. Perversa”. Cuando remataba así un comentario se le acentuaban sus suaves rasgos orientales.
         Borges me sorprendió diciendo: “Por eso yo nunca he leído un periódico” y después añadió: “Siempre he seguido aquel consejo de Emerson. Él decía que había que leer libros y no diarios. Y lo he cumplido.”
         María K. Le dijo sonriendo: “¿Te acuerdas de la sorpresa tan grande que tuviste cuando te enteraste que en los kioscos se vendían libros?
         Pasé un rato más con mis notas y al borde de las once, la hora que solían salir de la cabaña, me asomé al porche. Borges estaba sentado en el sillón y había otras personas allí. María estaba de pie en la puerta. Había oído algo de que esperaban una visita pero no sabía la fecha. Ordené mis papeles y decidí acercarme a ellos.
         María K. me vio y cuando estaba a medio camino me hizo un gesto que entendí disuasorio, agitó su mano como saludándome pero también como señal de adiós. La saludé también moviendo el brazo y la mano y estuve unos instantes parado sin saber qué hacer. Me di la vuelta y volví a la cabaña con cierta decepción. Me pondría el bañador e iría a tomar un baño
         De camino al lago pasé cerca de ellos, ya estaban todos sentados y había unas botellas sobre la mesita. Una de ellas, inconfundible, era de whisky. Imagino que las otras eran de vino. No reconocí a ninguno de los tres visitantes, aunque me pareció conocida la cara de uno de ellos. Estuve dándole vueltas al asunto y llegando al lago pensé que se trataba de Julio Cortázar. No obstante deseché ese pensamiento pues Cortázar era más joven. ¿Sería Ernesto Sábato? Creo que sí, que se trataba de Sábato, amigo de Borges pero de ideas antagónicas. Mi decepción aumentó pues Sábato era físico y escritor; hubiera sido inenarrable escucharlos conversar.
         Me senté en una de esas clásicas hamacas de lona con rayas blancas y rojas, al lado tenía a una señora de aspecto agradable y pies feos que me preguntó, muy curiosa, por mi profesión, sin pensarlo dos veces le dije:
         ─¡Poeta señora, soy poeta!
         ─¡Qué horror! ─exclamó y separó su hamaca de la mía a más de un metro de distancia.
         Después hice el intento de bañarme pero me acobardó el frío del agua; regresé pronto a mi asiento en la orilla. Antes de sentarme, con cierto disimulo, separé aún más la hamaca de la de aquella mujer enemiga de poetas, ¿Cómo habría reaccionado si le hubiese dicho que era físico?
         Tardé unos largos segundos en adquirir la postura más cómoda.
         Hacía pocos días había escuchado a un entrenador de futbol, un tal Vujadin Boskov, decir: “fútbol es fútbol”. Una inmensa, e irrelevante, tautología que prendió rápidamente y los diarios deportivos esparcieron hasta la saciedad. Recordé que a Borges le molestaban mucho las tautologías, le fastidiaban las afirmaciones obvias, vacías, redundantes.; el A es igual a A. A una película (de las pocas que vio en su vida) la descalificó en un instante diciendo que era “de simbología lóbrega, tautológica: de vana repetición de imágenes equivalentes…”
          Sin embargo, en su relato magistral “La biblioteca de Babel” escribe: “Hablar es incurrir en tautologías”. Me gustaría preguntarle sobre esto. También es muy curiosa una afirmación que hace en el relato “A”, primera parte de “Nueva refutación del tiempo”, último relato de Otras inquisiciones. Allí expresa lo siguiente:
“Esas tautologías (y otras que callo) son mi vida entera.”
         Un cortés camarero dio al traste con mis elucubraciones cuando me ofreció una copa de un vino irrechazable.
         Aquella mujer de al lado salía del baño y se sacudía el agua como un caniche, creo que al vino no le cayó ni una gota.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
        

Comentarios

  1. Me encantan estos artículos, estoy entrando en el mundo borgiano casi sin darme cuenta. Muchas gracias.

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