«Prisionero de un tiempo soñoliento»

«[…] Al examinar cuidadosamente la obra de Borges, notamos que ella refleja, sin duda, familiaridad con las ideas de algunos filósofos y con ciertos tópicos centrales a la tradición filosófica europea, entre otras. Pero por otro lado, es difícil ver cómo esta familiaridad se traduce en algo más que una colección ecléctica, parcial y nunca sistemática de referencias y alusiones. Tal vez la única posición filosófica que se puede adjudicar a Borges consistentemente y sin peligro de confusión es un escepticismo básico. Este escepticismo, mezclado con una afición casi innata a lo fantástico, provee un punto de partida fundamental para la estética borgesiana, en la cual la creación literaria aparece como una posible solución frente a las limitaciones del intelecto y de los sentidos y frente a la naturaleza arbitraria del lenguaje.»
Leo Corry – Tel Aviv University
Era, quizás, demasiado temprano. Me alarmé al verlos salir y dirigirse hacia el camino del balneario. Los vi desde la ventana. Tuve unos instantes de duda pero rápidamente tomé la primera camisa que encontré por allí y me vestí aprisa. Salí corriendo hacia el camino ─dando un portazo que dejé temblando todas las maderas de la cabaña─ y los alcancé en unos segundos. Frené al llegar a ellos, me miraron con cara de asombro.
         ─¿Ha pasado algo? ─dije dando resoplidos ansiosos.
         ─Nada, nada. No te preocupes ─contestó María─. La noche ha sido muy calurosa y hemos dormido mal y poco. Hemos decidido salir a pasear más tempano y queremos ver esos frondosos pinares que están detrás del balneario. ¿Te vienes con nosotros?
         ─Sí, sí… Voy ─respondí.
         Me encantó la invitación aunque no sabía si podría hablarle del asunto que traía aquel día. Era el de la relación de su literatura con los dibujos de M.C. Escher. Le venía dando vueltas a aquello desde hacía tiempo. Quería ver qué opinaba de la afinidad que muchos han visto y estudiado. Sabía que no habían tenido la oportunidad de conocerse y Escher falleció ya hacía algunos años. En realidad tenía muchos asuntos de los que deseaba hablar con Borges: matemáticas y física, infinito, simetría… Quería también hablarle de los trabajos que está realizando actualmente Benoît Madelbrot.
         Vimos que ya salía gente con atuendos de bañistas, iban en dirección al lago. Dimos un rodeo por la parte izquierda del edificio y nos adentramos en los hermosos pinares. El camino se hizo más estrecho y difícil; caminamos con más lentitud. Don Jorge nos hizo caer en la cuenta de los espléndidos olores que proporcionaban los pinos y otros árboles que por allí crecían; gruesos y altos eucaliptos, también alguna desperdigada encina.
         María K. vigilaba el camino con mucha atención para que Borges no tropezara con nada.
         Le oímos murmurar algunos versos:
[…] El desnivel acecha. Cada paso
Puede ser la caída. Soy el lento
Prisionero de un tiempo soñoliento
Que no marca su aurora ni su ocaso.
Es de noche. No hay otros. Con el verso
Debo labrar mi insípido universo.
         Me dolieron aquellas palabras impregnadas de decepción, de desencanto. (Un rato después María K. me comentó que eran unos versos de un poema, “El ciego”, del libro La rosa profunda que se había publicado en 1975).
         Nos sentamos un poco en un tronco muy bien dispuesto, una sombra lo recorría entero. Apoyó sus dos manos en la empuñadura labrada del bastón y sobre ellas la barbilla. Le noté triste y quise darle conversación:
         ─No estoy seguro del año, creo que fue en el 1969; un matemático polaco, el profesor Mandelbrot, escribió un artículo en la revista Science titulado: «¿Cuánto mide la costa de Gran Bretaña?». Ahí exponía ideas muy interesantes sobre unas nuevas entidades matemáticas que ha dado en llamar «fractales», del latín “fractus”, que creo recordar que significa irregular.
         No le vi demasiado entusiasmo con la idea de hablar de esto, pero insistí diciéndole:
         ─En una conferencia le escuché pronunciar las siguientes palabras: Las nubes no son esferas, las montañas no son conos, las costas no son círculos, y las cortezas de los árboles no son lisas, ni los relámpagos viajan en una línea recta” ─puse bastante énfasis al decirlas.
         Ahí le vi torcer la cabeza hacía la izquierda en donde yo me sentaba. Un movimiento de sus labios me hizo vislumbrar un repentino interés por lo que le decía. No dijo nada y seguí hablándole:
         ─Sé que está preparando desde hace un tiempo un libro en el que expone sus ideas sobre una nueva geometría que él, de manera provisional, denomina Fractal Geometry. Las palabras que he dicho antes expresan que esta geometría fractal trata de ser una aproximación más abstracta, y precisa, del concepto de dimensión que caracteriza a la geometría convencional. El doctor Benoît Mandelbrot está investigando cuestiones que nunca antes habían interesado a los científicos, tales como los patrones por los que se gobierna la rugosidad o las grietas y fracturas en la naturaleza.
         Paré un poco mi breve exposición para dar tiempo a alguna reacción de Borges. María K. también estaba muy atenta. Pasado un minuto don Jorge comentó:
         ─Aún no sé el motivo, pero esas palabras me han traído a James Joyce a la memoria, no sé ─y repitió las palabras de Mandelbrot─: «Y las cortezas de los árboles no son lisas, ni los relámpagos viajan en una línea recta».
         María K. se quejó de que había muchas hormigas poblando el tronco en el que estábamos sentados y urgió a que nos levantásemos de allí.
         Tomando el camino de regreso añadí:
         ─El Profesor Mandelbrot insiste en sostener que esos nuevos objetos, los fractales, en muchos de sus atributos, son más naturales, y por tanto más fáciles de comprender intuitivamente por el hombre, que los objetos nacidos de la geometría euclidiana,  que son mucho más rígidos aunque suavizados artificialmente.
         ─¡Ah! ─exclamó Borges─. Ya sé el motivo de haber recordado a Joyce; una vez dije que él era un arquitecto de laberintos. Según lo que cuentas parece que Maldelbrot también es un sugerente constructor de laberintos.
         Quizás no fui lo suficientemente respetuoso y muy veloz le respondí:
         ─¡Usted también es un consumado hacedor de laberintos!
         Derramó sus primeras risas de aquella mañana.
         Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
  

Comentarios

  1. Muy apropiado el dibujo de Escher, de su "Espejo Mágico", cuyos dibujos laberínticos entroncan con el último párrafo de tu interesante artículo.
    Gracias por ilustrarnos.

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  2. Me parece corto pero me gusta.

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