ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (278)

       

          Cuando llegan estas fechas aparecen una serie de señales que nos hacen comprender que el otoño está ya cerca de nosotros. Decrece el número de los visitantes que nos acompañan durante el verano y que ya deben regresar a sus lugares de origen para reincorporarse a sus trabajos o para preparar la vuelta al colegio de sus hijos,  las copas de los castaños se adornan con sus frutos que pasado un tiempo caerán por su propio peso y se liberarán de la armadura que los protege...y a los cines de nuestras ciudades llega siempre la última película (que nunca es la última) del prolífico Woody Allen.
            El octogenario director es incansable y aunque no siempre nos ofrece obras maestras, para sus seguidores, para sus fieles admiradores, ya sea de las mejores o de las del montón, su última película siempre es  bien recibida y en ningún caso supone una decepción ni es víctima del rechazo de sus seguidores.



            En esta ocasión todos parecemos estar de acuerdo en que sin ser una obra maestra, es una de sus buenas películas, con su inconfundible sello personal, con su toque de melancolía, pero, como siempre, inteligente y en este caso, muy elegante.  La historia se desarrolla en los años 30 en las ciudades de Hollywood y Nueva York y tiene de fondo el mundo de los grandes estudios cinematográficos fotografiado magistralmente por otro anciano artista, Vittorio Storaro, ganador de 3 Oscar, que por primera vez se pone a las órdenes de Woody Allen. En ese mundo tan bien retratado por Scott Fitzgerald en sus novelas, asistimos al enfrentamiento entre dos mundos, el glamuroso del Cine y el Juego y el de las mafias y  la lucha por el poder y el dinero a cualquier precio.  Frente a este doble mundo asistimos a  la relación, no exenta de tristeza y resignación,  de dos jóvenes incapaces de conseguir lo que más anhelan, su amor,  que depende, no de ellos, sino del triunfo o el fracaso de otros de los cuales dependen lo que les convierte en víctimas de un fatalismo totalmente romántico. Impotentes para alcanzar sus aspiraciones, deben conformarse con lo que tienen y con lo que les dejan tener.
Como en las mejores películas clásicas, la sonrisa y la  lágrima luchan por ver cuál de las dos debe aflorar al rostro del espectador, qué debe tener mas fuerza, el drama latente o el sentimiento de felicidad que une a los dos enamorados.



       En esta ocasión Woody Allen no se ha asignado ningún papel en el reparto y los personajes  principales están interpretados por Jesse EisenbergKristen StewartSteve Carell plenamente identificados con los personajes que interpretan y que hacen creíbles..
            Como suele hacer con mucha frecuencia, la historia es narrada por una voz en off que se arroga el poder de quien todo lo sabe y que nos concede el privilegio de hacernos partícipes de sus conocimientos, como si fuera el  maestro que maneja las marionetas oculto a la vista del público.
            Su naturalidad al contarnos la historia, su sencillez, su falta de pretensiones artísticas que le llevan a dirigir la película como el escritor que solitario en la penumbra de un bar escribe una novela con la única pretensión de que sus lectores la entiendan, todo ello hace de “Café Society”, una película entrañable, amable de las que ya no se hacen.     
  Jesús Almendros Fernández
Director de cine
Socio colaborador de la Academia

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