El regreso

«[…] cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Pero no tengo la sensación de inventarlo; las cosas son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas. Por eso en el debido momento, si no me he estado engañando, me será dada una línea, o quizá alguna vaga noción ─acaso una imagen─ de un poema, todavía lejano. A veces, apenas puedo descifrarlo; luego esa forma borrosa, esa vaga nube, cobra forma, y entonces oigo mi voz interna que me dice algo. »
Jorge Luis Borges, “El aprendizaje del escritor”.
«Se supone que la metáfora es el contacto momentáneo de dos imágenes.»
«Soy inveteradamente haragán.»
Jorge Luis Borges
Tenía la sensación de haber dormido muy bien, al menos físicamente. Sin embargo había sido una noche atiborrada de sueños. Recuerdo ahora poco de ellos. Sé que algunos han tenido que ver con Dante y su “Divina Comedia”, posiblemente tenía que ser así; antes de dormir me vino a la memoria una de las obras de Borges que no había leído aún, la de los “Nueve ensayos dantescos”.
         Bueno… No es así exactamente. Había intentado penetrar varias veces en esos ensayos pero no había conseguido pasar del primero. Es muy difícil hacerlo sin dar un completo repaso a la colosal obra de Dante, o por lo menos, leer un resumen serio de la misma. Yo había llegado ─bastantes años antes y a retazos─ a conocer un compendio del que salieron esos sueños que habían inundado mi noche.
         Era cuando Dante se hallaba todavía en esa parte del río Leteo en la que todavía se recuerdan los sufrimientos. Beatriz está encolerizada y le increpa, acusando al poeta de que después de su muerte se lanzó al pecado. Luego ante la adusta mirada de Beatriz se siente muy avergonzado y cae inconsciente. Sin saber cómo, se despierta atravesando ya el Leteo; Matilde ─guardiana del paraíso─ le lleva, ella va caminando por el agua. Por el contrario, Dante lo hace casi sumergido en el río, con el agua hasta el cuello. Cuando llega a la otra orilla su alegría es infinita al contemplar a Beatriz sin velo.
         Creo que fue el último; después desperté. Hacía algo de calor y estaba sudoroso. De nuevo había dejado el reloj en cualquier parte. Abrí un poco la ventana para ver si los Borges habían llegado. No vi movimiento alguno. Tenía sed, en el pequeño frigorífico había un paquete de leche abierto, bebí del mismo sin entretenerme en buscar un vaso. Necesitaba sumergir mi cabeza en agua fría, la entré en la ducha y abrí el grifo un poco, dejé caer el agua unos instantes y sacudí la cabeza como un perro. Salí, secándome, al porche.
         Alguien le dijo a Borges una vez: “En uno de sus cuentos usted dice que podemos ser personajes en el sueño de otra persona”. Y él respondió: “Sí, ese cuento es ‘Las ruinas circulares’, y por lo que sabemos puede que sea cierto. Ustedes me están soñando. No, me equivoco. Yo soy quien los sueña a ustedes.”
         Miré al oeste, el carro del jardinero ya estaba cerca del bosque que antecede al parque de los chopos. De la parte derecha salió una chica haciendo footing, iba también hacia el oeste. Aunque estaba un poco lejos me pareció que era Esther, desde luego salía de donde, más o menos, estaba la cabaña de Estela.
         El jardinero nunca pasaba a la misma hora. Entré para buscar el reloj. Borges repetía a menudo: «No puedo deshacerme de mi obsesión con el tiempo».
         Prometí hablarle a Estela del Premio Nobel. Recogí algunos papeles. Encontré uno muy interesante que daba la notica de que Borges ya estuvo nominado en 1965; ese año se lo dieron al ruso Mijaíl Shólojov, autor de una gruesa novela titulada el “El Don apacible” ─que nunca fui capaz de acabar─ aunque el galardón bien podía haberle caído en suerte a Borges, a Nabokov o a Alejo Carpentier que eran autores muy situados aquel año. Creo recordar que hubo mucha polémica porque Sholojóv apoyaba al gobierno de la U.R.S.S. y había sido muy crítico con el premio, en 1958, a Boris Pasternak, el autor de la conocida obra “El Doctor Zhivago” y que era opuesto al gobierno comunista, por eso fue obligado a rechazar el galardón. La política nunca ha sido ajena a estos universales premios y en el caso de rusos y soviéticos ha sido algo tremendo. Hace diez años, o algo así, ¿1970?, cuando le dieron el Nobel al autor de “Archipiélago Gulag”, Aleksandr Solzhenitsyn, que sacó a relucir en su obra las monstruosidades de los campos soviéticos de trabajos forzados, también hubo grandes controversias.


         Salí al porche con toda la información que encontré para poner un poco de orden en ella, justo en ese momento iba por el camino de enfrente Esther en su footing a buen trote. Le di un grito y frenó en seco. Bajó del camino y vino caminando y resoplando. Estaba realmente bella.
         ─Te vi hace un rato ir en la dirección del parque de los chopos, por un momento pensé en seguirte y correr juntos, pero no me encuentro muy en forma así que desistí en mi intento. ¿Quieres agua? ¿Una toalla?
         ─Un poco de agua, sí. Gracias. ─dijo aún con la respiración agitada y arreglándose el pelo.
         Todavía no habían llegado los Borges, me pareció raro. Quizás llegarían a mediodía, a la hora de comer.
         Le traje a Esther un vaso y una jarra con agua fría, estaba sedienta.
         ─¿Tienes por ahí algún título de Borges para dejarme?
         ─Sí, tengo una bolsa, que pesa media tonelada ─bromeé─, con casi todo lo de él. ¿Tienes alguna idea en particular?
         ─No. Recomiéndame algo tú ─hizo un atractivo mohín.
         Me quedé pensando unos instantes y comenté:
         ─Creo que la mejor manera de empezar con Borges es con su poesía. Leer mucho de su poesía sin prisas pero con continuidad. Es posible que no te gusten enteros los poemas que leas pero, casi seguro, que en cualquiera de ellos encontrarás una perla, o un diamante. Quero decir que tropezarás con unos versos, o unas estrofas, que te parecerán una auténtica delicia. Quizás sean solo dos versos, pero esos te valdrán por todo el poema. Es lo primero que tienes que hacer para introducirte en Borges, al menos es lo que yo pienso. Incluso me gustaría inducirte a anotar todo lo que descubras, serán tus hallazgos personales e íntimos.
         ─Parece fácil, ¿a ti te sucedió eso? ─preguntó con un toque ingenuo.
         ─Bueno… Eso no lo descubrí a la primera, yo empecé con el “El Aleph” y tuve mis problemas.
         Entré y saqué un libro al azar, “Elogio de la sombra”, de 1962. Lo abrí. Empecé a leer en silencio, y después recité en voz alta este trozo:
«Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.»
         ─¿Ves? Unas pocas palabras bastan… unos escuetos versos; nada más.
               Hablé de nuevo:
«Triste la lluvia
que sobre el mármol cae,
triste ser tierra.
Triste no ser los días
del hombre, el sueño, el alba…»
         ─Cada uno encontrará sus versos, sus perlas…
         Esther quedó pensativa; luego añadió:
         ─Me parece muy interesante este método que me expones, es posible que sea efectivo. Aunque pensaba que quizás las claves me la diesen el estudio previo de los rasgos formales que puedan caracterizar sus cuentos o un análisis de las técnicas narrativas que él suele emplear.
         ─Todo eso puede abordarse en una posterior etapa. Aunque existe una dificultad grande por ser muy diferentes los temas y características del universo creativo borgeano.
         Dirigí la mirada hacia la zona a mi izquierda, en ese momento llegaban Borges y María K. acompañados de un empleado del balneario. Sentí un brote de alegría. No supe qué hacer en ese momento, si despedir a Esther y marcharme a recibir a los recién llegados, o quedarme con la chica hasta que se instalaran y descansaran un rato.
         Les hice unas señales de bienvenida con ambos brazos, y María K. contestó de igual modo y creo que sonriente.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


Comentarios

  1. Cada vez más borgiano22 de octubre de 2016, 11:40

    Muy interesante el método, lo acabo de aplicar a un relato de Borges, "El inmortal". Al poco de leerlo he anotado este párrafo: "Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormían, la luna tenía el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado venía del oriente. A unos pasos de mí rodó el caballo. Esta ha sido mi perla.

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  2. Lo del Nobel da para mucho: http://www.abc.es/cultura/libros/abci-espanoles-tambien-dieron-nota-nobel-201610220134_noticia.html

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  3. Rocío P. Izquierdo22 de octubre de 2016, 12:09

    Me ha encantado. Es cierto que el escritor solo revela lo ya existe a el mismo y a otros que no lo ven. Muy acertado el tema de los Nobel, donde cualquier interés -político, económico, mediático...- tiene más importancia que el artístico o literario.
    Y Borges que es gran literatura, alta cultura, entendida como compleja y difícil, debe ser abordado poco a poco...como los bombones.
    Sí no fuera por la serie de capítulos que Ignacio nos regala tampoco habría leído nada de este escritor. Pero me parece un gran método (acercarse a estas obras de forma pausada y en pequeñas porciones) que pienso seguirlo tanto para Borges como para otros.

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  4. Me ha gustado este capitulo que es como un tiempo estancado a la espera de los Borges. Todo esta en calma, todo es como cada dia, quizas incluso un poco aburrido y aunque Borges no esta, todo gira en torno a el, sus poemas, sus libros, sus frases ingeniosas, el Nobel, incluso las chicas hablan de el, de sus libros, de sus poemas, de la dificultad de entenderle y tu eres el gran sacerdote, su reoresentabte ante la colonia turistica del balneario y tu lo sabes y en cierta forma presumes de ello, te sientes orulloso de ello y al final, como si de una pelicula se tratase, llegan Borges y Maria K. (Continuara).

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  5. Me ha encantado. Es curioso que siendo la poesía la lectura más complicada y elitista, sea ésta la que introduzca a la joven Esther en el curso de la lectura borgiana.
    Muy interesante la referencia que se hace del premio Nobel. Lástima que los intereses primen más, y que el arte literario en esencia pase a segundo o tercer plano.

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