ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (288)
Es
fácil emitir opiniones ante el profundo drama de las oleadas permanentes de
personas y familias completas que, huyendo del horror de la guerra y de la
destrucción, se acercan a nuestras costas con la esperanza de encontrar un
futuro para sus vidas, lejos de la sinrazón y de la barbarie que parece se ha
enseñoreado en territorios de nuestro entorno geográfico no tan lejano.
Los
gobiernos que deberían cumplir con la legislación y los acuerdos internacionales
sobre refugiados, utilizan el tiempo en reuniones, comisiones y nuevas
convocatorias, en los distintos niveles de los organigramas consumiendo tiempo
que, para cada una de las personas y familias que esperan, son jornadas de sus
vidas en las que hay que cubrir las necesidades más elementales para
sobrevivir. Algunos, ni siquiera lo consiguen y quedan marcados en las imágenes
o en las cifras de las noticias.
Al
final, parece que se llega a un acuerdo que supone valorar en términos
monetarios, además de tratar de minimizar en forma de cuotas, las personas que
van a ser asignadas a cada uno de los países que, a regañadientes, han aceptado
su colaboración, con compensaciones.
Esta
rápida aproximación a este gravísimo drama humano, no quiere quedar en las
puertas de la hipotética solución: la admisión para comenzar una nueva vida.
Pero lejos de su hábitat originario, con lo que significa
de desarraigo en el más profundo significado del término.
Están
aquí, cerca de nosotros. Esas personas que hemos denostado la torpeza y la
mezquindad de los que han sido responsables de la dilación, nos convertimos en
protagonistas de la acogida. Ya no se trata de esa solidaridad con “mando a
distancia”, que suponen palabras, palabras y más palabras. O, en el mejor de
los casos, aportación económica en la cuenta de algunas de las organizaciones
que están implicadas directamente, a pie de campamento para atenderles.
No
se trata de rostros en los noticiarios, sino personas con nombres y apellidos
con ilusiones que parece que se alimentan de verse en un entorno en paz. Ahora
se trata de superar las barreras del lenguaje; de los estilos de vida; de sus
sistemas de valores; de qué visión tienen de ese mundo cercano, tan distinto
del que abandonaron.
Nos
convertimos en protagonistas activos para compartir la vida, con quien es casi
seguro que piensa, siente, celebra y se organiza de forma distinta a nosotros.
El reto para los que deberíamos ser sus anfitriones solidarios, es que puedan vivir y convivir con nosotros. Porque viviendo y conviviendo con ellos,
será la única forma de hacer realidad su proyectos de vida, aunque debamos
hacer alguna “corrección” en la trayectoria vital de los nuestros.
De
lo que no estoy seguro es de mi reserva de generosidad y solidaridad para
hacerlo posible.
Antonio
Ortega Rojas
Socio
colaborador de Bellas Artes Sta. Cecilia
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