La despedida del balneario

«Si no escribo, siento desventura y remordimiento.»
Jorge Luis Borges
«El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivocaciones, no ha merecer hallazgos. Nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos límites. Al cabo de los años, he comprendido que me está vedado ensayar la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento. Mi suerte es lo que suele denominarse “poesía intelectual”. La palabra es casi un oxímoron ; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o fábulas. La poesía intelectual debe entretener gratamente esos dos procesos.»
Jorge Luis Borges

Ella se fue temprano a su cabaña. Dijo que tenía que hacer varias cosas por la mañana y quería terminarlas antes de que nos fuésemos a la comida con María K. y Borges. Me apeteció quedarme en la cama un rato más, no sabía bien qué hora era. Pensé que jamás había perdido tantas veces la noción del tiempo como aquí; había intentado varias veces coordinar la posición del sol con la hora pero siempre se me olvidaba el reloj. Es posible que esté extraviado bajo el montón de papeles de la mesa. Hice el propósito de buscarlo después con detenimiento. La ducha permitió que recuperase fuerzas; quizás era una buena hora para ir hasta el lago, dar unas brazadas y después amodorrarme un rato en una de las hamacas de rayas.
      Había un zumo de naranja aún sin abrir; lo bebí casi sin respirar, estaba a una temperatura estupenda. Ese fue mi desayuno. Escuché unas risas con algún jaleo y salí al porche. Se acercaban Esther y Dora, con una bolsa grande y caras risueñas.
      ─Vamos al bungaló de Estela pero hemos pensado venir aquí antes y saludarte al pasar ─dijeron casi a la vez.
      ─Pues casi me pilláis en la cama, hace poco que la he abandonado. Ahora quería ir al lago para darme un baño, ¿hay mucha gente por allí? Por cierto, ¿qué hora es?
      ─No te preocupes, no es tarde, algo más de las diez. En el lago no hay nadie todavía. Ni siquiera habían llegado los del quiosco-bar cuando hemos pasado ─respondió Esther.
      Dora me cogió un poco de sorpresa y desprevenido cuando preguntó:
      ─¿Qué tal la noche?
      Tardé unos segundos en darme cuenta que se refería al rato que estuvimos con María K. y Borges.
      ─¿Nos visteis allí?
      ─Sí, de lejos. Vinimos dando un paseo. Aunque no nos acercamos demasiado cuando nos dimos cuenta que estabais Estela y tú con los Borges ─explicó Dora.
      ─¡Qué envidia sentí!¡Hubiera sido fantástico conocer a Borges! ─exclamó Esther.
      ─Hoy comeremos, Estela y yo con ellos en el balneario, será la despedida, se marchan mañana temprano.
      ─Pues entonces no te va a dar tiempo de ir al lago hoy ─concluyó Esther.
      Tardé unos instantes en contestar y afirmé:
      ─Sí… será mejor que no vaya. Ir al lago nos podría retrasar mucho.
      ─Bueno… te veremos después. Vamos a buscar a Estela.
      Rápidamente se marcharon girando por la esquina del porche.
      Quedé solo y pensé que debería escuchar algo de música, hace días que no oigo nada, ¿un poco de Brahms?
      Sí Brahms, tendría que ser Brahms, el único músico al que Borges dedicó un extraño poema:
«[…] Nada podrá justificar esa osadía
de cantar la magnífica alegría
–fuego y cristal– de tu alma enamorada.
Mi servidumbre es la palabra impura,
vástago de un concepto y de un sonido;
ni símbolo, ni espejo, ni gemido,
tuyo es el río que huye y que perdura.»
      Este es otro de los temas que me quedará pendiente; hablar de música con él. Hace unos días María K. comentó que a Borges le gustaba Brahms y también J. S. Bach, la música medieval y también la antigua. Creo que también escuchaba con gran interés a los Beatles y a los Rolling Stones, decía que tenían una fuerza terrible pero muy vital.
      Escucharé la cuarta sinfonía, la número 4 en mi menor, además, la tengo ya preparada en mi nuevo ‘walkman’; una maravilla japonesa. Un poco caro, eso sí. Le hablaré a María K. de este artilugio.

      Johannes Brahms está considerado como el último de los clásicos. Dicen que Brahms agrega la tradición de Mozart y Beethoven, aunque sé que a Borges no le gusta nada Beethoven. No soy muy conocedor de la música, casi nada; aunque esta cuarta sinfonía posee ─para mí─ una enorme musicalidad y gran belleza sonora.
      ─¿Qué haces?
      ─Desperté sin saber dónde estaba. Estela me agitaba fustigándome por el hombro con su cara muy cerca de la mía.
      ─¡Son más de las doce… casi y media! ─continuó.
      Mi aspecto debía de ser deplorable; una mitad del auricular lo tenía en tapándome el ojo derecho y la otra parte cubría mi oreja opuesta. El cable paseaba alrededor de mí nariz cayendo por la barbilla recto hacía el ‘walkman’ que gravitaba en un milagroso, e inestable, equilibrio sobre mi muslo. Un brazo colgaba con la mano abierta y los dedos estirados cerca de la madera del suelo. La pierna de ese lado tiesa, envarada; la otra doblada en extraña posición. La camisa arrugada solo mantenía sujeto el último botón. Penoso. Cerré la boca que creo que la mantuve abierta más tiempo del necesario.
      Las risas de Dora y Esther hicieron que saliera pronto del sopor.
      ─¿A qué hora hemos quedado? ─balbuceé por decir algo.
      Llegamos cuando faltaban unos muy escasos minutos para la una y media, María K. y Borges habían entrado un poco antes. Nos sentamos en la mesa cerca de la ventana.
      Por el camino Estela rogó que intentásemos hablar de temas mundanos y divertidos; en vez de ponernos demasiado serios e irnos por las nubes. Le contesté que lo procuraría en lo que de mí dependiese. Borges tenía mucho sentido del humor y no sería difícil llevarle por ese camino. Para él el sentido del humor era una forma en la cual se transformaba su escepticismo; tenía una conciencia plena de la endeblez de la existencia humana. Se tomaba a chacota muchas cuestiones a las que otros podían otorgar gran trascendencia. Antes de que nos sirvieran ─aún María y Estela estaban mirando la carta─ abrí la conversación dirigiéndome a Borges:
      ─Hace unos meses escuché contar que un joven fanático peronista, en 1978, le vio ─usted no iba acompañado─ intentando cruzar una de las grandes avenidas de Buenos Aires. Se le acercó disimulando la aversión que le tenía y se ofreció a ayudarle para atravesar aquella avenida. Parece que la intención del muchacho peronista era dejar a merced de su ceguera y del espeso tráfico en medio de la avenida. Por la mitad de la calle le dijo: "Oiga Borges, soy peronista", dicen que usted ni se inmutó y que antes de llegar a la otra acera, confortó al muchacho diciéndole: "No se preocupe, joven, yo también soy ciego."
      Rió de buena gana. Estela y María K. levantaron la vista de la carta. Después Borges aclaró:
      ─Esa es una historieta apócrifa, en esa fecha ya hacía mucho tiempo que yo no atravesaba una avenida sin la compañía de alguien. Pero son divertidas esas anécdotas, no importa que sean falsas.
      ─Otra de las historias muy referidas es la de unas señoras que le abordaron en el momento que cruzaba una calle, también con bastante circulación, diciéndole: “¿Es usted Borges?”. A lo que usted respondió: “Sí. Pero si seguimos aquí corro el riesgo de dejar de serlo en cualquier momento.”
      Reímos de la ocurrencia. María K. hablaba con el camarero.
      Estela comentó, que en su facultad, un profesor relató que en una reunión, de un club de escritores, al que Borges pertenecía, un directivo dijo: “Señores, hay que hacer algo por los jóvenes que se inician en el camino de las letras”. Y el escritor respondió de inmediato: “Sí. Disuadirlos”.
      ─Sí. Estas dos últimas son verdaderas, o por lo menos creo recordarlas.
      A pesar de haber concertado no hablar de asuntos serios Estela le preguntó a Borges:
      ─¿Qué diferencias considera usted que hay entre periodismo y literatura? Muchos escritores, buenos escritores, han salido del periodismo. Usted mismo también ha sido periodista.
      ─Eso es verdad, George Bernard Shaw por ejemplo. También es verdad que yo he ejercido de periodista, pero no llego a eso de buen escritor ─María K. le miro de reojo y puso cara de enfado─. Incluso ni tengo lo que podamos decir una obra, lo que tengo es un conjunto de textos dispersos; pero eso no es, en modo alguno, una obra. Lo que escribo, o lo que he escrito, ha sido casi una impertinencia por mi parte; aunque es cierto que he tenido la osadía de publicar algunas cosas y la fortuna de ser conocido por esas cosas.
      María K. le fulminó otra vez con una mirada de reproche.
      ─¿Y las diferencias entre el periodismo y la literatura? ─insistió Estela.
      ─¡Ah! ¡Se me olvidaba! Literatura y periodismo son materias, o disciplinas, diferentes. La literatura se basa en la invención, en el ilusionismo de palabras y con las palabras, en la imaginación… El periodismo trabaja con lo real, y con frecuencia, a inventar esa realidad, y eso también es una forma de inventiva.
      Intenté llevar otra vez la conversación a los terrenos del humor y el entretenimiento.
      ─¿Y del fútbol? ¿Qué me dice del fútbol? ─le pregunté riendo a sabiendas que ese deporte es objeto de su repulsa y hostilidad.
      ─¿El fútbol? Creo que de esto ya lo he dicho todo, y sobre todo que el fútbol es uno de los mayores crímenes que Inglaterra ha perpetrado contra la humanidad. Y me parece muy extraño que jamás se le haya echado en cara, a Inglaterra, haber creado para el mundo tantos juegos estúpidos y el fútbol el que más ─concluyó haciendo con una mano un gesto vehemente y despectivo.
      ─Pero tengo entendido que a usted le agrada el juego, ¿no?
      ─Eso sí. Disfrutaba jugando a la lotería cada semana, por si tenía suerte y me tocaba algún premio grande. Recuerdo que cuando trabaja en la Biblioteca Pública Miguel Cané, de Almagro Sur, y os estoy hablando de 1937, compraba el mismo número siempre. Nunca me tocó nada, pero cuando dejé de trabajar allí, a los pocos días, salió premiado con el “gordo”.
      ─¿Y las cartas? ¿Fue jugador de cartas?
      María K. había pedido platos para el centro, habíamos quedado en ello, era más cómodo para todos. Ella elegía de todos un poco y le ponía un plato delante a Borges, que comía poco y despacio. A veces le dirigía la mano con el tenedor hacia la dirección correcta.
      ─Eso fue en un tiempo muy lejano. Jugaba al ‘truco’ y al mus. Un amigo me enseñó algunas excelentes destrezas. También tuve mi época de afición a la ruleta, y me inventé unos tontos procedimientos para ganar que fueron absolutamente ineficaces.
      Estela le preguntó a María K. sobre cuál era su anécdota preferida de Borges.
      ─Hay muchas… Una de las más interesantes es aquella que protagonizó con un chico joven en una librería en la que Jorge firmaba uno de sus libros. El muchacho se presentó así: “Yo soy escritor, poeta, cantante, escultor, pintor, filósofo, actor…”. Borges le interrumpió exclamando: “¡Cómo me gustaría a mí ser alguna de esas cosas!”. Imaginad la cara que se le puso.
      María K. continuó:
      ─Otra con la que reí mucho fue la de la mujer que se le acercó, creo que fue en Santa Fe o Córdoba, y le dice muy cariñosa: “Señor Borges, usted es un genio”, y él le contestó: “No lo crea usted señora, no lo crea. Eso son calumnias”.
      Nos pasó el tiempo volando y riendo. Cuando volvíamos hacia las cabañas después del postre Estela me dijo que se lo había pasado genial, una comida inolvidable.
      Recordé para mí mismo unos pocos versos del breve poema “Despedida”, de “Fervor de Buenos Aires”:
[...] No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia

Comentarios

  1. Me ha encantado. Este nuevo capítulo es ameno, fresco y divertido. Las anécdotas de una persona nos ofrecen pistas de como es su personalidad y sí son falsas también porque nos refleja la imagen que tiene los demás y en este caso, además, la respuesta del protagonista.

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  2. Cada día coincido más con Borges, ahora en lo del fútbol.
    Muy bien que el autor haya puesto algunas anécdotas para que vayamos completando en perfil del personaje.

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  3. Muy refrescante este capítulo, Ignacio. Me encanta como te retratas entre esos dos mundos en los que distribuyes tu tiempo en el balneario, el de tu relación con los Borges y el de tu acercamiento a las chicas, a Estela. Ne encanta como te nuestras descaradamente en situación privilegiada frente al escritor y como lo aprovechas para acrecentar tu figura frente a tus jóvenes amigas. Por primera vez confiesas abiertamente tu relación con Estela y en la comuda, con unos pocos trazos, nos retratas a la perfección el carácter de Borges, su ironía, su socarronería, su humor. Conocemos mejor a Borges acompanánfoke junto a ti, en esa comida, que leyendo alguno de sus libros.

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  4. Me ha encantado. Exquisito el texto de Borges para la introducción.
    Desgloso el texto, y es difícil comprender que no le guste Beethoven. Las antítesis utilizadas con el peronistas y algunos más, geniales.
    Una pena la marcha de la pareja. Pero seguro que el profesor P. Blanquer nos sorprenderá.

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