Tijeretazos de Solingen
«A la
realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos […]»
Jorge Luis
Borges, “El Sur”
«No hay
una gran diferencia entre el hecho y la ficción. Sólo se trata de la manera en
que uno elige contar una historia.»
James Frey
«Escribir un poema es ensayar una magia
menor. El instrumento de esa magia, el lenguaje, es asaz misterioso. Nada
sabemos de su origen. Sólo sabemos que se ramifica en idiomas y que cada uno de
ellos consta de un indefinido y cambiante vocabulario y de una cifra indefinida
de posibilidades sintácticas.»
Jorge Luis Borges
La mañana era muy azul parcheada por una nubes algodonosas.
Salimos al porche a respirar y recibir los olores tempraneros. Estela preguntó
qué íbamos a hacer hoy. Le recordé que iríamos al lago como habíamos prometido
a Dora y a Esther, ellas querían preparar una buena comida para divertirnos un
rato, bañarnos y conversar. Sugerí a Estela que podíamos pedir un taxi e ir al
pueblo a comprar algún vino especial u otra cosa para llevarles. Decidimos que
esto era lo mejor.
Paseamos por
la calle grande, ancha, de cuesta empinada que tenía abajo el río. Entramos en
algunas tiendas; le compré a Estela un echarpe, que me pareció muy bonito,
repleto de arabescos e intensos colores orientales. Dijo que era una pashmina preciosa. En realidad ─le
expliqué─ que yo no sabía las diferencias que podría haber entre esas prendas y
una bufanda normal y corriente; bueno… una bufanda era algo de más abrigo.
Estuvimos riendo con esas simplezas.
Adquirimos vino,
paté y una caja de bombones. También una piña, Estela la cortaría de un modo
original que ella sabía; quedaría perfecta, y refrescante, encima de mesa.
Otro taxi de
regreso nos dejó a pie de las escalinatas de entrada al balneario. Expresé mis temores
de que los bombones se fundiesen con el calor.
Llegamos ─al
borde de la una y media─ al bungaló de Dora y Esther. Mientras terminaban de
preparar la mesa y la comida. Pidieron ─prácticamente me echaron─ que fuese a
bañarme o al bar de la otra orilla, y que debía regresar en veinte minutos o
media hora. Opté por darme un baño rápido y tomar tranquilo una cerveza fría en
la cantina del lago.
Cuando volví
estaba todo listo. Estela hablaba en un rincón del porche con aquella mujer de
los pies feos que no apreciaba a los escritores. Era vecina, en la cabaña de al
lado, de Dora y Esther.
Hubo las
presentaciones de rigor, creo que se llamaba Cristina. Ahora pareció más
amable, más atractiva, y llevaba unas zapatillas rojas de lona con suela de
esparto que le tapaban los pies. ¿Sería una comensal más? Conté a hurtadillas
los cubiertos que había puestos y respiré tranquilo; sólo éramos cuatro.
Dora comentó:
─¿Sabes
cuándo digo yo que un escritor es bueno?
Puse cara de
circunstancias, levanté los hombros y torcí la boca en señal de ignorancia.
─Pues me
parece un buen escritor todo aquel que es capaz de escribir de algo bonito de
una cosa baladí, sin trascendencia ni importancia.
De reojo, y
rápido, miré a la mujer de visita y exclamé:
─¡Las uñas!
Todas
centraron sus interrogantes miradas en mí. Quedé un poco apurado y demandé
excusas:
─¡Perdón,
perdón…! Es que Dora ha traído a mi memoria un texto de Borges sobre las uñas
de los pies. Algo tan fútil le sirvió para elaborar un magnífico párrafo. Creo
que está contenido en su libro “El Hacedor”.
«Dóciles medias los halagan de día y zapatos de cuero
claveteados los fortifican, pero los dedos de mi pie no quieren saberlo. No les
interesa otra cosa que emitir uñas: láminas córneas, semitransparentes y
elásticas, para defenderse, ¿de quién? Brutos y desconfiados como ellos solos,
no dejan un segundo de preparar ese tenue armamento. Rehúsan el universo y el
éxtasis para seguir elaborando sin fin unas vanas puntas, que cercenan y
vuelven a cercenar los bruscos tijeretazos de Solingen. A los noventa días
crepusculares de encierro prenatal establecieron esa única industria. Cuando yo
esté guardado en la Recoleta, en una casa de color ceniciento provista de
flores secas y de talismanes, continuarán su terco trabajo, hasta que los
modere la corrupción. Ellos, y la barba de mi cara.»
Estela,
riéndose, opinó:
─Mejor que
dejemos este asunto para otro momento. No es el apropiado para antes de comer.
No obstante
Esther añadió:
─Una cosa
que me despista mucho en los relatos, y en las poesías también, de Borges son
esos nombres míticos o extraños que no sé a qué vienen o qué significan. Por
ejemplo: “tijeretazos de Solingen”,
¿eso qué es?, ¿qué quiere decir?
Sonreí ante
la vehemencia con la que se expresaba Esther.
─Sin duda es
cierto lo que dices, también tuve que indagar sobre Solingen cuando leí ese
texto.
─¿Y de qué
se trata? ─interrogó Estela.
─Es algo muy
sencillo. Solingen es una ciudad alemana, cercana a Düsseldorf, conocida por
sus fábricas de navajas, cuchillos y tijeras de buen acero; sucede como aquí en
España con Albacete, y tienen casi el mismo número de habitantes.
─Tardé
varios días ─comentó Esther─ en saber qué era, o quién era, Calibán. Lo leí en
un poema sobre Robert Browning, creo que se titulaba ─dijo mirándome─, "Browning resuelve ser poeta". Recuerdo
los versos:
[…] Seré la cara que entreveo y
olvido,
seré Judas que acepta
la divina misión de ser traidor,
seré Calibán en la ciénaga,
seré un soldado mercenario que
muere
sin temor y sin fe,
seré Polícrates que ve con espanto
el anillo devuelto por el destino,
seré el amigo que me odia…
Asentí con
la cabeza. Esther continuó hablando:
─Polícrates
me sonaba más aunque creía que era un filósofo griego y resultó que ser un
tirano dictador de la isla de Samos en el Mar Egeo. Estuve loca con el dichoso
poema varios días.
Terminó de
hablar con un brusco movimiento reorganizando su cabellera.
─¿Y quién
era el tal Calibán? ─preguntó Dora con un leve toque de ingenuidad en su voz.
─Creo que Calibán es un ser salvaje, una
especie de caníbal, de ahí su nombre, que sale en la “La Tempestad” de Shakespeare. Es un esclavo del protagonista
principal, Próspero ─aclaré con suavidad.
Cristina, la
vecina, se despidió diciendo:
─¡Me voy, qué
mareo! ¡Qué os aproveche!
La comida
fue deliciosa, empezamos un poco antes de las dos y media y no terminamos hasta
las seis. Hablamos mucho y hubo también abundantes risas. La literatura
fantástica ocupó un lugar privilegiado en nuestra mesa. Teorizamos un poco y por
ahí no hubo mucho acuerdo.
Estela y
Esther hablaron con gran conocimiento y entusiasmo de H. P. Lovecraft. Citaron
un texto muy interesante de él:
«La razón por la cual escribo cuentos fantásticos es
porque me producen una satisfacción personal y me acercan a la vaga,
escurridiza, fragmentaria sensación de lo maravilloso, de lo bello y de las
visiones que me llenan con ciertas perspectivas (escenas, arquitecturas,
paisajes, atmósfera, etc.), ideas, ocurrencias e imágenes. Mi predilección por
los relatos sobrenaturales se debe a que encajan perfectamente con mis
inclinaciones personales; uno de mis anhelos más fuertes es el de lograr la
suspensión o violación momentánea de las irritantes limitaciones del tiempo,
del espacio y de las leyes naturales que nos rigen y frustran nuestros deseos
de indagar en las infinitas regiones del cosmos, que por ahora se hallan más
allá de nuestro alcance, más allá de nuestro punto de vista.»
Por
supuesto, cómo no, hablamos de Borges.
Estela ─siempre
en su línea periodística─ quiso saber la opinión de Borges sobre García Lorca.
─Borges lo
ha dicho en numerosas ocasiones, no le gustaba, ni le gusta, Lorca. Alguna vez
ha comentado que el granadino hacía una poesía llena de pintoresquismo, que
intentaba hacer una poesía visual pero que al final parecía hecha de broma. La
asemejaba a un juego barroco al que se le notaba demasiado lo decorativo, el
exorno, y que eso aportaba demasiada debilidad a los poemas. Ha dicho alguna
vez que aunque hay versos que le gustan, en general, su poesía no le ha llegado
a emocionar.
─¿Y el
teatro de García Lorca tampoco le seduce? ─preguntó Esther.
─No,
tampoco. Vio una vez “Yerma” hasta la
mitad, se salió del teatro, dice, que muy aburrido.
─Yo intenté
verla una vez y no resistí, también me fui ─comentó Dora sin pudor, como
siempre acostumbrada a decir lo que piensa.
─Me hubiese
gustado hablar con Borges de su encuentro con Lorca, creo que tuvo lugar al
final de la década de los años treinta en Buenos Aires. Lo definió como “andaluz
profesional”, esto levantó la indignación de los devotos del poeta granadino. No
obstante tengo una nota, tendré que buscarla, en la que Borges detalla cómo fue
el encuentro. Ya os la leeré.
No recuerdo
ahora bien qué comentó Esther sobre la falta de empatía, o de simpatía, entre
ellos.
Le hice una
señal a Estela para que nos marchásemos, estaba un poco cansado; había bebido y
hablado demasiado.
Nos
recreamos en el paseo de vuelta, despacio, alargando el camino andando en
sinusoides y haciendo ocultas pausas.
Estela quiso
que le recitara algo.
Lo intenté:
Las tardes que serán y las que han
sido
son una sola, inconcebiblemente.
Son un claro cristal, solo y
doliente,
inaccesible al tiempo y al olvido.
Son los espejos de esa tarde
eterna
que en un cielo secreto se atesora…
Y añadí con
esfuerzo los últimos versos que recordaba de “La Tarde”:
… un reflejo fugaz de lo divino.
La tarde elemental ronda la casa.
La de ayer, la de hoy, la que no pasa.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
He notado un sensible cambio en la acción respecto a los artículos anteriores.
ResponderEliminarMe ha gustado la interacción de los personajes, el diálogo, el ambiente divertido...Las citas son muy buenas.
Me ha dado la sensación que Borges se aleja. Sobre García Lorca no me extraña nada que a Borges no le guste; ambos estaban en las antípodas. Uno muy popular, obsesionado por el sexo y la muerte; el otro, elitista y obsesionado por la vida.
Interesante, y por descontado fabulosamente escrito. La frase de James Frey me ha recordado otro capítulo donde hablábamos que el escritor es lo que escribe y, por tanto, la realidad y la ficción son la misma cosa en manos de un literato. Si esto es así (y yo lo creo) ¿qué mundo rodeaba a Lovecraft?
ResponderEliminarMe he sonreído cuando nuestro protagonista «respira tranquilo» al observar que sólo va a compartir mesa y conversación con cuatro personas, mujeres en este caso. Conozco a cierta persona que tiene tal aprehensión o quizá cautela.
Y por último, coincido con Paulina en su exposición, especialmente la referida a las diferencias entre Lorca y Borges. El primero es más popular, sencillo y el segundo es intelectualidad absoluta y rebuscado. Pero me pregunto como hubiera evolucionado la obra de Lorca si hubiera llegado a vivir la edad de Borges.
Me gustan estos ultimos caputulos en los que ta no estan los Borges, apareces mas libre y deshinibido, sabiendote admirado por las mujeres que te rodean, como mariposas de la noche revoloteando alrededor de una lamparita. Y tu pavoneandote como gallo en corral. Ellas tratan de que las admires mas alla de sus encantos y te comentan y preguntan cosas sobre las que, a buen seguro, ya se habran informado antes de preguntarte y se haran un poco mas ignorantes de lo que son para que tu puedas sentirte importante, para justificar su admiracion hacia ti, para que las valires por sus inquietudes intelectualmente y literarias.
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