ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (291)

Él y yo, frente a frente.

En uno de mis viajes al interior de nuestra España rural, llegué a lugares entrañables y curiosos.

En los pueblos que visité me fijé en la gente y observé que todos se saludan porque se conocen de toda la vida.
  ─Ehh, ¿ande vamos?
  ─Por aquí, ya ves.
  ─Ea, con Dios,
  ─¿No vas pa´lla?
  ─“Pue” que sí. A ver qué dice la parienta.

Y así se ponen al día.

Uno de los pueblos, con una iglesia fantástica, del estilo de los Austrias, hermosa y con su fachada principal que daba a una espléndida plaza porticada, me dejó impresionada. Además te sorprendía porque no era un pueblo grande, todo lo contrario; tenía las casas bajas alineadas a lo largo de la carretera, con cables trenzados de esos que cruzan la calle y que te estropean la fotografía.

En el muro de uno de los edificios colindantes, había un azulejo blanco con letras en color azul añil. Me llamó la atención por lo que decía: “Luces de la Iglesia y de la plaza”. Yo no había visto nunca tal cartel y me dije:

-“Lo harto que estará el alcalde de decir al encargado de mantenimiento dónde está el interruptor, que se lo ha dejado grabado en la pared”.

Que digo yo que eso es lo normal que se piense… Pues no; mis compañeros de tertulia, que son muy listos ellos y muy viajados, se rieron de mí porque ese no era precisamente el cometido de dicho anuncio. Ni la caja que estaba al lado era la de los “plomillos”. No; todo más fácil. Por lo visto, en los monumentos se suele poner ese cartel y esa cajita para que quien quiera ver iluminado dicho monumento, eche unas monedas en la caja, que para eso tiene una ranura que yo confundí con una raja en la tapa; así no se derrocha luz y solo se enciende cuando se paga. Esto lo escribo para aviso de navegantes, que espero no sea yo la única lela que va por el mundo.

Estando en la plaza sonaron las campanas llamando a misa de once. Mientras los feligreses oían misa, me dediqué a hacer fotos de la preciosa plaza manchega porticada…
¡Y allí estaba él!
Inmóvil, como un elemento más de la plaza. Un vejete menudito, jateado de domingo: pantalón oscuro, sin raya, y pronunciadas las formas de las rodillas como de usar mucho el mismo pantalón, jersey de colores oscuros, y llevaba un sombrero de paño. Las manos metidas en los bolsillos del pantalón.

Yo, desde el centro de la gran plaza, me le quedé mirando fijamente; parada también. Él estaba bajo el arco de acceso a la plaza, en todo el centro, con las piernas un poco abiertas en actitud desafiante, o tal vez era un recurso para mantener el equilibrio… ¡no sé! El caso es que allí estaba, más chulo que nadie.


Frente a frente como dos pistoleros del Lejano Oeste. Él mantuvo todo el tiempo la mirada fija en mí. Llevé mi mano lentamente hasta el bolsillo de mi chaquetón y… ¡zassss! le disparé una fotografía. No se inmutó y me acerqué despacio. Él sin perder compostura esperó a que me acercara. Cuando estuve a su lado le sonreí y le tendí la mano. Nos dimos un suave apretón de manos: yo, por miedo a hacerle daño, y él, seguramente, porque mucha fuerza no tenía.

Le pregunté cómo se llamaba. Me dijo que su nombre era José Ramón: José por su padre y Ramón por su abuelo. A ver, que yo no había preguntado por tanto detalle, pero él me lo dijo lleno de orgullo y eso me encantó.


Le pregunté si era del pueblo y contestó que había estado allí toda su vida y que tenía ochenta y nueve años. Le dije que me gustaría darle un abrazo, que si me lo permitía. Y… ahí sonrió con los ojillos y con toda su cara. Le di un abrazo con todo mi cariño y él se dejó hacer. Seguimos charlando un poco más y me despedí. No se movió. Le di la espalda y continué mi camino. Me volví para verle y allí seguía, inmóvil y con la mirada al frente o hacia ninguna parte, recordando lo vivido.
Laurentina Gómez Rubio
Socia colaboradora de la Academia


Comentarios

  1. Jesus Almendros Fernandez27 de diciembre de 2016, 20:15

    Me ha parecido un relato entrañable, intimo, sentido, humano, precioso. Cuantos pueblos hay así, como ese manchego que retratas, perdidos por el interior de nuestra España y cuantos hombre mayores (¿Por qué me costará tanto decir "viejos"?), como ese, pero que pocas mujeres, como tu, se habrán acercado a él para darle un abrazo, para transmitirle toda la ternura que te producía. Gracias por este relato tan natural tan poco presuntuoso, tan íntimista y ¿por qué no decirlo?, tan femenino.

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  2. Magnífico escrito que nos retrotrae a unos años, a un tiempo y a unos lugares, que conservan aún el sabor de un pasado ─afortunadamente─ no perdido. Narración repleta de ternura, sutileza y dulzura. Un auténtico disfrute para el lector.
    Gracias Tiny.

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  3. Los que tenemos la suerte de conocer a Tiny, entendemos perfectamente este esplendoroso relato. Es maestra en este tipo de narraciones y maestra su profesión, además de educar presenta una visión nostálgica de un tiempo que continúa vivo. -Después de pasar 3 semanas en Puerto del Rosario, Fuerteventura he podido comprobar que todavía existe la armonía, la amabilidad y la educación entre vecinos- Por eso me felicito de ser su amigo, es exactamente igual a sus escritos tierna, cariñosa y fiel en la amistad. Gracias por tu colaboración una vez más.

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  4. Gracias por vuestra valoración; eso me anima. Lo escribo desde mi experiencia y con mucho cariño y por eso sale así. Soy de la opinión de que hay que abrazar más a la gente y dar conversación a tantos ancianos que pasan el día casi sin hablar. Un abrazo.

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  5. Voy a dejar aquí y aunque esto que digo lo saben muchísimas personas. Que la mejor Universidad es la calle y los mejores catedráticos los ancianos.

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