ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (297)

Meditación del paseo

           
Penetrando a pie en esta fría tardenoche jánica, dirijo mi meditación al paseo con Sr. Lobo, mediador de anteriores pensadas. En varias caminatas con él he asaltado el rincón de las ideas con revelaciones sobre el pasear. No es novedad el hecho de reflexionar caminando. Sabido es el filosofar andante de Sócrates, o el método ‘peripatético’ del Liceo; incluso el vocablo ‘método’ significa etimológicamente ‘el camino a seguir’ para alcanzar una meta; por tanto, pasos del intelecto. Tampoco parece original reivindicar la filosofía del paseo, como bien testimonian obras de Schelle, Le Breton, Demetrio, Mina, entre otros. Mas lo que medito es que una verdadera dialéctica lógica de pensar lo caminado no estaría completa sin una dialéctica vital de caminar lo pensado. Me detengo, advertido ante la importancia del estrecho vínculo entre pasear con mi perro y meditar sobre las cosas que acontecen; vitalidad de la consonancia entre pasar, pasear y pensar; entre la acción viviente y la percepción raciovital. El ligamen es la andadura, en sentido tan cervantino, ligada a la ‘vividura’ (A. Castro). Recuérdese a Don Quijote: “el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho” (2ª, XXV).

            Pasear no es caminar, como bien observó la aguda mirada de Stevenson. Al igual que entre mirar y ver, la acción espiritual se distingue del movimiento corporal. Más allá de la natural necesidad de caminar, pasear ejercita una civilizada libertad del espíritu. Una de las bellas artes, según el decimonónico entusiasmo de Schelle, en que la acción de pensar en movimiento resulta indesligable de la de andar un camino en el pensamiento. ¡Salve, Bergson! “La pensée et le mouvant”. De ser así, antes que la razón especular de una estática contemplación, resultará existencialmente más propicia a la vida cualquier meditación en movimiento. Al fin y al cabo, la razón acaba anquilosándose y viciada cuando se acomoda en el sedentarismo y abandona del todo su naturaleza nómada y viajera. A la casa de Pármenides es preferible la estirpe de Heráclito, si se pretende que el pensamiento retorne a la fluencia de garbear entre problemas; como una razón diligente en tiempos de crisis, moviéndose en el movimiento. “Mobilis in mobili”, la divisa del Nautilus de Verne, define al pensamiento en la senda de la vida. Porque más que una metáfora, el sendero es la vida misma. No hay camino hecho, sino machadiano hacer al paso. Así se avanza y progresa, “pedetentim progredientis” (Lucrecio), paso a paso hacia adelante.

            Kierkegaard reconoció haber tenido sus pensamientos “más fecundos” mientras caminaba. Siempre me han inspirado las “Meditaciones del Quijote de Ortega, fruto de sus paseos por la Sierra de la Herrería; y las “Ensoñaciones de un paseante solitario, de Rousseau, de quien me atrapó el título y la estructura por paseos más que sus confesiones; no menos que la breve “Filosofía del viaje de nuestro Santayana. Y más que ninguno, mi admirado y releído Marco Aurelio, que en la dignidad XXXIV del libro V de sus “Meditaciones me insiste: “Puedes encauzar bien tu vida, si eres capaz de caminar por la senda buena, si eres capaz de pensar y actuar con método”. Con estoicismo senequista o sin él, de eso se trata en tiempos de crisis; de ser capaces de obrar con pensada rectitud y de pensar actuando con virtuosa racionalidad. Moviente razón comprometida con lo verdadero y la bondad errantes, frente al inmovilismo de muros alzados en nombre de una presunta verdad absoluta. Tiempos, quizás, para reivindicar el pasear como hombres libres, ante tanta pretensión de hacernos caminar como esclavos.
José M. Sevilla
Académico de Santa Cecilia

Comentarios

  1. Me han gustado y mucho las reflexiones de Juan M. Sevilla con el Sr. Lobo. Pero yo, definitivamente, me quedo con el peripatético de Estagira. Más cercano a nosotros en el tiempo que Heráclito y Parménides. Más real que el mundo de las ideas de su maestro, e indudablemente muy alejado de la paradójica fascinación que pueda producir la contradicción viviente y la ironía trágica de Sören Kierkegaard. Me imagino que algo cautivó al Rey de Macedonia para encomendarle la formación de su "pequeño" Alejandro.

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