No sé si era la nostalgia
«Soy como uno de esos hombres que sujetos a
dos tareas, quedan paralizados, sin poder comenzarlas, desatendiéndolas a un
tiempo.»
W. Shakespeare.
Hamlet
«Al término de tantos ─y demasiados años─
de ejercicio de la literatura, no profeso una estética. ¿A qué agregar a los
límites naturales que nos impone el hábito los de una teoría cualquiera? Las
teorías son, como las convicciones de orden político o religioso, no son otra cosa
que estímulos. Varían para cada escritor.»
Jorge Luis Borges
«La ceguera es una clausura, pero también
es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave y un
álgebra.»
Jorge Luis Borges
Aplasté
la frente sobre el frío cristal, unas pocas gotas de lluvia lo recorrían hacia
abajo muy lentamente, hacían el trayecto en una irregular línea quebrada. En la
grisácea mañana los faros lanzaban destellos que se reflejaban como puntitos de
luz en aquellas lágrimas de agua. Vi un paraguas, grande y coloreado casi como
una sombrilla. Aún como una huella de aquel verano.
No sé
si era nostalgia, incluso no sé si fue así. ¡Todo parecía tan lejano!
Seguía leyendo a Borges, con avidez buscaba cualquier noticia referida a él. Sobre la mesa un libro abierto con unas
franjas amarillas y fluorescentes que recalcaban un párrafo.
«En su taller
que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su
indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía.
El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse para
encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por
la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos
alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se
levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró
un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el
otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.»
El párrafo me trajo a la memoria el monumento
funerario de Paracelso en el rellano de una escalera, en el antiguo convento de
San Sebastián, en Salzburgo. Probablemente ha sido una de las figuras más
controvertidas y apasionantes de toda la historia de la medicina.
Había estado releyendo el libro de cuatro,
escasos, cuentos: "La memoria de Shakespeare" su última colección de relatos, repleto de laberintos, símbolos y metáforas casi
inexcrutables. Unas pocas páginas.
Comenzaba a soplar viento del Este, las gotas
ahora se desplazaban casi todas a la izquierda, se golpeaban en el borde y
caían rápidas en un delgado chorro hacia el suelo ─ya muy encharcado─ de la terraza.
Jamás supe más nada de aquellas jóvenes; Estela.
Intenté recordar el nombre de las otras… Esther y Dora; creo.
“La rosa de Paracelso”; la rosa que puede ─o no puede─ resurgir de las
cenizas. El tercero de los cuentos. Posiblemente el más bello de todos.
No sé si Borges, como Paracelso, creía que las
enfermedades venían por algún mal procedente de los astros, por la alimentación
tóxica, o también por tenebrosos influjos hereditarios y anímicos.
¿Y la voluntad divina…?
«Paracelso dijo con
lentitud:
—El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si
no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que
darás es la meta.
El otro lo miró con recelo…»
¿Dónde
estarán ahora María K. y Borges?
Dicen que el doctor Fausto, en el «Fausto» de
Goethe tiene inequívocos paralelismos con Paracelso, probablemente en lo
referente a su inquietud morbosa por la esencia de la vida y por lo oculto. También
William Blake, Robert Browning y Arthur Schnitzler sintieron el hechizo de
Paracelso… Y Borges.
Resolví sentarme frente a la ventana solo para
ver la lluvia y percibir el rumor del viento, rara música que me acompañaba
unos instantes de la mañana.
Música del aire; que no cesaba en mi memoria y la agitaba… En aquella antigua
iglesia de la calle Linzer Gasse, al aire libre, pero cerca de la de Paracelso,
están también las tumbas de Constanza, esposa de W.A. Mozart y de su propio
padre: Leopold Mozart.
Crucé las piernas con afán de sentirme más
cómodo, más relajado. El leve reflejo en la ventana me pareció el de un
viajante del tiempo, un ser silencioso caminando hacia lo desconocido. Intentando
descifrar, no sé qué cosas, de muchos sitios.
Aterrizó en mi recuerdo que ayer ─o anteayer─ leí
que a Borges le han otorgado la medalla de Caballero de la Legión de Honor
francesa. En esos días de su imposición deberé estar en Alemania.
Tomé, de nuevo, el libro en mis manos. Acabé,
creo, que la novena lectura:
«[…]Ambos sabían que no volverían a verse.
Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de
sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano
cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.»
Ignacio Pérez Blanquer
Académico
de Santa Cecilia
Excelente como siempre!!!!
ResponderEliminarGracias por deleitarnos de este modo.
A mí se me ha hecho muy corto, demasiado corto, aunque me parece un magnífico relato. Gracias.
ResponderEliminarTengo la casi certeza que usted escribe para que hagamos una segunda lectura (y a veces incluso tres). La primera es de inspección y de primeras emociones, la segunda es de degustación y detalles. La tercera lectura es para buscar, y hallar, matices ocultos. No se encuentran muchos escritores así, felicidades y enhorabuena, es un placer leerle desde Francia.
ResponderEliminarQue profundo Ignacio, narras, donde se codean las personas tan importantes de la historia y sientes el regalo para el espiritu. Asi te expresas.
ResponderEliminarGracias por volver. Y como siempre FELICIDADES por tu artículo
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