RELATOS. El mundo de Irene
El mundo de
Irene
El día ha amanecido
tranquilo y luminoso aunque aparecen nubes por el sur. Espero que no vayan a
más y tengamos un día bueno para navegar por el aire, sin contratiempos que
alteren mi cotidiano recorrido: por la mañana voy del muelle a la plaza del Cabildo, y por la tarde, a la inversa.
Aprovecho para visitar las azoteas del camino, donde siempre encuentro algún
resto de comida. Hago un primer vuelo de reconocimiento; todo está en orden: la
fuente de la plaza con los surtidores, los puestos del mercado recién
colocados, el cartero repartiendo la correspondencia a pie, las calles recién
regadas, y los primeros compradores acercándose a las tiendas.
Perdonad
si no me he presentado antes. Soy Pepa, la gaviota y aunque lo parece, no soy
nada seria; es que quiero causar buena impresión a los vecinos. Vivo en esta
ciudad canaria desde hace años.
Hasta
hace poco, exactamente 16 meses, aquí no ocurría nada divertido ni
extraordinario. Os diré en confianza que incluso me aburría en esta isla. Es
una ciudad de la isla de Fuerteventura, y su nombre es Puerto del Rosario, la capital.
Pero todo cambió ¡por fin! cuando ella apareció.
Una joven pareja, Inma y Gustavo, paseaba a su hijita de pocos meses, en su
cochecito.
Iban felices por la calle peatonal camino de
su tienda. Compartían la zona con otros comerciantes con sus tiendas y bares. Todos
son vecinos y amigos: Carmen, de la parafarmacia, Manolo, el aparejador; M. Ángeles,
la amiga y vecina de Inma; Manolo y Sari, los del bar; Carla y Georgina, de la
inmobiliaria; Pedro, de la oficina de alquiler de coches…
Los
conozco a todos porque en mi paseo diario me quedo en la torre del Cabildo que
está en la plaza. Desde allí lo diviso todo y me procuro comida en el bar de
Manolo y Sari, desde donde se ve el mar y me encuentro como en casa. Otras
veces me poso en la torre de la iglesia y da gusto sentir la brisa entre mis
plumas.
Es
un placer comprobar que la vida en este lugar es tranquila y la más adecuada
para que esa niña, que apareció por aquí, pueda crecer rodeada de paz y cariño.
Esta repreciosa criatura nació después de ser
esperada durante años. Pero valió la pena todo ese tiempo. Toda la familia
estaba expectante ante el parto, y sus abuelos maternos, vinieron desde El
Puerto de Santa María, un lugar también bañado por el mar y al que algún día
iré para ver a la niña cuando se vaya. Espero que sólo sea de vacaciones. Su
abuelo paterno, que vino desde Argentina y pudo estrecharla entre sus brazos. Querían
estar al lado de la feliz mamá en el momento del nacimiento. Inma estaba segura
de que su niñita nacería sana y todo iría bien. Y así fue.
Su
papá, Gustavo, estaba pletórico; no recordaba un momento tan feliz desde que
conoció a Inma, la mamá. Cuando tuvo a la niña en sus brazos por primera vez,
la miró embelesado. Se la enseñaba a todos, como quien enseña un tesoro. ¡Y es
que era su tesoro!
Yo me enteré de todo porque tengo que escuchar
y ver lo que ocurre en mi territorio. A ver, que no soy una cotilla, o al menos
no una cotilla improductiva. Hago mi labor controlando para que la convivencia
no se vea alterada. Cuando ocurre algo que pueda suponer un contratiempo, me
pongo a graznar como una loca y alerto a la gente, que sale para ver lo que
está ocurriendo, y así soluciono el problema. Los humanos no saben distinguir a
las diferentes gaviotas; para ellos, todas somos iguales. Me aprovecho de ello
para pasar desapercibida y hacer creer que no hay nadie vigilando.
Hoy
día, después de algunos meses desde el nacimiento de Irene, la calle ha
cambiado. Sigue siendo la misma, pero a la hora de la apertura de las tiendas
hay un movimiento especial de gente abriendo las puertas y arreglando las
entradas. Los vecinos se saludan y comentan sus cosas. Lo hacen como si de una
gran familia se tratase. ¡Y lo que charlan, por Dios!
Y
no es que antes no se saludaran, pero ahora les une algo más que el hecho de
dedicarse a la misma actividad; ahora hay un algo que les une y que yo se lo
noto en sus miradas y en su modo de comportarse. Ese algo es la muñeca que
recorre la calle como si fuera toda ella su casa. Tiene una amiga un poco mayor
que ella con la que juega y ríe feliz.
Va
de puerta en puerta saludando a todos, buscando a todos, sonriendo a todos,
echando los brazos a todos…¡A todos, menos a mí!
Al principio no me
miraba, pero un día me posé a su lado, en el banco que hay en medio de la calle
y que ha hecho suyo. ¡Yo estaba tan nerviosa! Me miró, la miré y conectamos.
¡Qué intercambio de miradas!
Me enamoré de ella al
instante. Me quiso coger pero tengo que demostrar que soy un ave un tanto
arisca y no quise perder mi compostura ni mi fama de solitaria. ¿Qué dirían mis
colegas si vieran que una niña me acaricia? Me quedé con ganas de que me pasara
su manita, tan regordeta, por mis plumas… ¡Cómo siento haberme retirado! ¡Dichosos
prejuicios…!
Esta
mañana ha llegado más graciosa que nunca. Os cuento cómo es.
Por
lo pronto deciros que tiene sólo dieciséis meses de edad. Así os podéis
imaginar el tamaño de la chiquitina. Es vivaracha, con cara redondita y con una
mirada inocente pero que con ella logra enganchar a todo el que la mira. Tiene
un pelito sedoso y liso, aunque a la altura del cuello se le forman rizos y, he
oído decir a la abuela Inmaculada, que es lo mismo que le ocurría a la mamá
cuando era pequeña.
Yo
la distingo desde lejos por su indumentaria; va vestida de forma diferente al
resto de las niñas. Su madre se encarga de ello, de crear su estilo. Trae
puesto un pantalón estrecho, de color gris, y una camiseta de mangas largas y
que tiene dibujados unos divertidos gatos. Al cuello lleva un pañuelo a modo de
bufanda que la hace mayor. ¡Está preciosa! ¡Palabra de gaviota! Pero hay algo
que me gusta menos, aunque reconozco que la hace más linda aún, y es que le han
puesto unas bonitas gafas de sol, de color rosa. Que digo yo que está muy bien
para protegerla del sol, pero… ¿ha pensado alguien en mí? ¡No podré ver sus
chispeantes ojos y no nos comunicaremos!
Y ahí está, en medio de la calle, mirando
atentamente a todo el que pasa. Saluda con su habla incipiente y con su sonrisa
que enamora. Su madre sabe en cada momento dónde está y con quién se ha parado.
Si en la parafarmacia con Carmen, que la deja jugar con el ordenador; si en
casa de los chilenos; si con Mª Ángeles
o Sari que se la llevan de compras… Pero es que todos la vigilan como si
de su hija se tratara.
¡Eh, que yo también colaboro! Cada día me he
ido acercando más a ella y jugamos. Ya no huyo volando; lo que hago es dar
saltitos a su lado y ella juega a cogerme. ¡No hay en toda la isla una gaviota
más feliz!
De
vez en cuando hay un cambio en la calle. ¡Han venido los abuelos, y la niña ríe
de una manera especial! Los ha visto en la calle, desde lejos. Sin soltar el
juguete que tenía en la mano, corre con los brazos abiertos dirigiéndose hacia
el abuelo que la espera agachado. La niña se tira a él y le rodea el cuello con
sus bracitos en un abrazo intenso que al abuelo le inunda de ternura. Se la
pasa a la abuela, disimulando su emoción. Inmaculada la llena de besos. Que
digo yo si no le molestarán tantos achuchones del uno y del otro… Me gustaría
que la pusieran en el suelo para que yo pueda ponerme a su lado un ratito. Sí,
estoy celosa, lo reconozco, pero es que una tiene su corazoncito. Y es que la
niña se olvida de todos en los días que los abuelos están con ella.
Han pasado unos días y noto
que los abuelos se han ido porque Irene pasa la mañana inquieta. Busca por
todas partes; para poco rato con Carla, con Mª Ángeles y Sari, con Carmen, con Manolo…
Procuran distraerla con más dedicación. Menos mal que su amiguita Aixa viene
con la abuela a visitarla. Con tanto cariño y con mi compañía, claro, Irene vuelve a ser el duende y la princesa de
la calle.
Desde
que llegó a mi rincón, no hay día malo aunque llueva, truene o nos azote el
viento. Desde el alero del tejado de la tienda de su madre, vigilo para que la
calle esté a punto, pues mi niña ha de ser siempre feliz. Es el objetivo que me
he marcado y nunca hubo un trabajo más placentero.
Acaban
de cerrar las tiendas y los dueños se van despidiendo. Van desfilando y ese
rincón de la calle va quedándose callado y tranquilo.
Irene
se va con los padres hacia el coche aparcado en la parte de atrás. Lleva sueño
y dentro de poco dormirá plácidamente y ¿quién sabe? A lo mejor sueña con una
gaviota que la lleva volando a dar un paseíto por los aires.
Los
veo desaparecer y me quedo en la torre sintiendo que ya la echo de menos…
Pero
bueno… ¡Mañana será otro día para estar con ella!
Relato de: Laurentina Gómez Rubio
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