AQUELLA SEMANA (3)
Después
de la parca cena en el refectorio pasamos al coro para el último oficio del día;
era el rezo de Completas, en la
penumbra de la tarde. Pensé que ese nombre podría tener relación con el hecho
de “completar” el día e introducir a la noche y al descanso. Llegué a la celda
sin saber qué hora era, estaba perdido, aunque me parecía muy temprano. Tenía
la percepción clara de que había anochecido hacía un poco más de media hora.
Miré ahora los libros del paquete bajo la luz mortecina de una bombilla pegada
al techo. Casi no veía los títulos.
Pasaban cinco o seis horas diarias cantando
y rezando, vestidos con sus hábitos negros como señal de estar muertos para el
mundo. No pude evitar el preguntarme de nuevo, ¿para qué sirve? Sabía bien que no podría responder a ese interrogante y quedé conforme pensando que la vida tiene
muchas y muy diferentes facetas y, quizás, la vida contemplativa fuese una de
ellas. Me tumbé en el camastro para tratar de aquietar mi mente; deseaba
ordenar mis pensamientos, pero no tardé en levantarme otra vez. Conecté la
pequeña batería al cargador adosado al panel solar y lo coloqué ─de la mejor
manera que pude─ en la ventana que daba más al Este para que recibiera los
primeros rayos de la mañana. Necesitaba cargar el móvil y el ordenador. Al
abrir la ventana para poner el panel noté la mezcla del silencio y el frescor
de la noche; la cerré enseguida dejando los pasar los cables por un pequeño
hueco que había entre la parte inferior de la ventana y su marco.
La débil lampara estaba muy alta, quizás
mañana encontrase una escalera y de allí podría tomar corriente eléctrica,
también necesitaría un cable largo, ¿habría alguno por allí? Desde luego, estar
en un monasterio así es como cambiar de planeta. Creo que “monje” venía del
griego y quería decir: “solo, único, solitario”. Por alguna parte había leído
que el monje es un ser singular separado de todos pero unido a todos.
Reparé en un bulto de ropa que había en la
silla de la otra mesa que había pedido. Estaba muy metida debajo de ella y no
me había dado cuenta. Era un hábito de color azul ─o al menos me lo parecía con
la escasa luz─ y una correa; pensé que era el ropaje de trabajo. No sé si
tendría ocasión de usarlo. Sonreí al darme cuenta que aún llevaba puesto el
hábito de postulante. La actividad de los monjes es distinta según los
monasterios y varía desde el trabajo en las huertas y granjas al trabajo de carácter
intelectual: investigación, publicaciones…
Busqué el papel de programa diario que me
había dado el abad. Maitines a las
seis y cuarto.
Me dormí pensando que mañana, en cuanto
pudiese, debía visitar la biblioteca.
En el vuelo de Córdoba a Buenos Aires
dormité, pero sin quitarme de la cabeza el compromiso que había adquirido de
hablar con los novicios de los jesuitas sobre el liderazgo. Desperté cuando
Susana me golpeo suavemente en el hombro para decirme que estábamos a punto de
aterrizar en Ezeiza.
Durante aquella semana no me ocupé mucho
del asunto. Le hice el encargo a Delma, una eficiente empleada ─muy formada en
humanidades y en administración y gestión de empresas─ para que recopilase
material y armara un esquema para un seminario de tres sesiones.
Sé que unos días más tarde recibí en el
hotel un sobre con una nota y una foto adjunta que me llamó mucho la atención.
Reconocí rápidamente en ella al cura y a la derecha a Jorge Luis Borges.
La nota autógrafa decía: “Con demasiada frecuencia uno se equivoca en
sus previsiones. Comenté con varias personas que invitaría a Borges a unas
charlas sobre literatura gauchesca en el Colegio Inmaculada Concepción de Santa
Fe, nadie me hizo mucho caso. Por aquellos entonces el escritor ya gozaba de
gran popularidad y para sorpresa de todos aceptó hablar para mis alumnos y
también prologar un libro de cuentos escrito por algunos de ellos.
Tenía 29 años y era maestrillo en aquel
centro. Siempre se han denominado ‘maestrillos’ a aquellos jesuitas jóvenes, aún
no sacerdotes y en formación, que ya llevábamos en la Compañía cinco años o
más. Allí explicaba literatura y los alumnos me llamaban “Carucha”, se suponía
que era porque tenía una cara de chico pequeño, infantil. Era agosto de 1965.
Después dejaba un gran espacio en blanco en
la misiva y añadía:
Simone Weil escribió: “Cada esfuerzo añade un poco más de oro a un tesoro que nada en el
mundo puede sustraer”.
¡Ah! También fui barbero de Borges por un
día.
El escrito no tenía ninguna firma, solo una
raya a modo de simple rúbrica.
Leí la nota otra vez y no entendí muy bien
aquello de ser barbero de Borges por un día.
Me acerqué al amplio ventanal de mi
habitación y arrojé la mirada al vacío; pensé que debía guardar bien aquella carta
y aquella foto. Recité ─casi mudo─ unos primeros versos:
¿De
quién es la memoria de los días
que fueron
tuyos en el tenue tiempo
de la
ciudad perdida que seguimos
llamando Buenos
Aires?...
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Como siempre, sorprendente. Lo que mas me admira es tu pericia para hacer creible, verosímil, todo cuanto nos cuentas, los lugares en los que te encuentras, las tareas de las que te ocupas y sobre todo, las personas con las que hablas o a las que te refieres y todo lo que opinas sobre todo ello.
ResponderEliminarDe todas formas, creo que, como en las carreras de caballos, donde los jinetes, en la linea de salida, contienen a duras penas a sus caballos, nerviosos y ansiosos por iniciar la carrera,tu tambien estas en esa linea de salida, esperando arrancar al galope en una frenética carrera que no se parará hasta que pongas FIN en la última página del libro.
Esto engancha. ¡El 4°capítulo ya!
ResponderEliminarMe ha parecido estupendo y la conexión con Borges ha sido una brillante sorpresa.
ResponderEliminarEnhorabuena, espero el cuarto con impaciencia.
Acabo de leer los tres capítulos de un tirón y francamente me sabe a poco. Excelente.
ResponderEliminarCreo que es magnífico. Siempre minucioso en la descripción. Un texto impecable. Una acción encardinada en la intriga. Unos personjes que sorprenden...Todo un recital de ingredientes bien trabajados para seguir un nuevo y sorprendente capítulo.
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