ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (305)

EL ENEMIGO EN CASA
    
Esta vez os quiero hablar de un pequeño aparato, inofensivo en apariencia, que dicen que hoy día es imprescindible, pero que a mí me complicó la existencia y sigue complicándomela después de veinte años.
-Hablo… ¡del ordenador! Como no podía ser de otra manera.
Siempre se  ha dicho que analfabeto es aquel que no sabe leer. Hoy día también es analfabeto el que no sabe manejar el ordenador con cierta soltura. Soy analfabeta, como la mayoría de la gente de mi edad, creo…
     Que hay que ser bruta para no haberlo dominado en tantos años. Pues sí; pero es que yo, sola ante ese aparato en los primeros tiempos, me sentía acongojada. Mi hijo me decía que no le tuviera miedo. Claro, para los jóvenes es fácil decirlo. ¡Pánico, terror, es lo que tenía! Además, cuando le pedía que me sacara del atolladero, llegaba, ocupaba mi silla ante el ordenador y con dos “clikeos” me sacaba de él.
- ¡Alto ahí! Así no. Necesito aprender cómo hacerlo, no que me lo hagas.- le decía indignada, aunque agradecida.
- Pero si siempre se te olvida…
    Eso también.
   Cuántas faenas me ha hecho el ordenador ¡Hasta he llorado de impotencia! Me ha perdido trabajos (sí, ha sido él) sólo por no poner si al “guardar” de los demonios. ¿Y ese “guardar como”? ¡Qué peligro tenía eso! Pues anda que el  “reemplazar”… Y te pone con urgencia que diga Si o No… ¡Pero si no lo sé!
   O cuando al hacer alguna tabla me dice “insertar columna”. Le digo Si y él me la pone en el lugar que quiere. ¡Cuántos listados de mi trabajo me ha estropeado!
¿Y cuando te sale, de pronto, una “ventana”- ya sé que se llama así, y que tiene “persianas”- y te dice que el programa se cerrará? ¡Ay Dios mío! Me pongo de pie de un brinco y me entra el pánico. ¿Qué hago? Y se me nublan las entendederas y salgo corriendo de la habitación buscando ayuda aunque sepa que estoy sola.
   Hasta que llegó ella: ¡la bendita flecha para volver atrás!
   Fue el mejor invento en mucho tiempo. Vas y le das y vuelve todo a como estaba antes de meter la pata. ¿No es maravilloso? Sería bueno tenerla en la vida diaria; ¡cuántos problemas habrían desaparecido antes de no tener solución!
   Al final, y después de veinte años, he aprendido que no pasa nada si le das al aspa que aparece en la parte superior derecha de la pantalla y que siempre está ahí. Cuando le doy, todo se apaga, se acaban las amenazas y… ¡al fin libre! ¡Bien, ahí te quedas, ordenador, hasta que a mí me convenga abrirte. ¡Al fin te he perdido el miedo!


Laurentina Gómez Rubio
Socia colaboradora de la Academia

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