LAS COSAS CORRIENTES (5)
Fue
así de simple, quedé profundamente dormido y no fui capaz de levantarme para maitines, pensé que era cuestión de
cansancio acumulado. Hubo algún momento en el que creí escuchar al monje que
recorría los pasillos avisando con la campanilla, pero es posible que solo
fuese la imaginación. En mi vida he aceptado muchas disciplinas, pero conforme
los años van pasando soy menos proclive a seguir ninguna.
No tenía cortinas en la celda y seguro
que desperté por la intensidad de la luz. Eso siempre me ha ocurrido, basta que
algunos rayos de luz impacten en mi cara para que despierte inmediatamente.
Desde el camastro miré a la ventana que
daba hacia el Este, el cargador solar estaba trabajando pues el sol le daba
frontalmente; hoy podría enchufar el portátil y cargar el móvil. Es posible que
el móvil ya esté con suficiente carga para funcionar.
Estaba acostado aún, bocarriba y con las
manos sujetas una a la otra, sobre el tórax. Reí al pensar qué impresión podría
dar a alguien que estuviese aquí en este momento; si cerrase los ojos parecería
un fraile muerto en una celda solitaria e iluminada. Decidí levantarme de un
salto después de la lúgubre visión. Recordé que necesitaba un cable largo para
hacer allí una instalación eléctrica útil.
Lo perentorio era buscar agua, necesitaba
asearme un poco. Después desayunaría; iría a la cocina a por algo de comer.
Estoy tomando conciencia de mis especiales privilegios.
Buscaría información sobre dónde hallar los
cables… Parece que los monjes deben tener una granja, no demasiado lejos, puedo
escuchar perfectamente ─aunque no muy fuertes─ los sonidos que emiten algunas
aves de corral. Otros ruidos no hay.
Efectivamente el móvil funcionaba, y quizás
marcaba la hora exacta; aunque de eso no tenía ninguna seguridad. Señalaba las
nueve menos diez minutos, ¿Qué harán ahora los monjes? Miré a la mesa. Creo que
ayer dejé por allí encima el papel con el resumen de los horarios del abad.
Encontré el papel. A las ocho menos cuarto
han tenido el canto de laudes y
después han desayunado. Ahora, seguramente, oiré la campana por el pasillo,
avisará de que cada uno se debe incorporar a la actividad que tiene encomendada
hasta las doce del mediodía que se reunirán para la Eucaristía diaria. El “Ora et labora” que siguen con toda
puntualidad e insistencia. A veces me pregunto, ¿de dónde sacan la fuerza estos
hombres? No cabe duda que se necesita una enorme fuerza para proseguir esta
fuga del mundo. Sí; ellos suelen hablar de la "fuga mundi”.
Tan rápido como escuché la campanilla salí
al inmenso corredor para preguntarle al fraile que dónde podría encontrar agua
para el aseo matinal. Sin parar su cansino tintineo me dio alguna información.
Dijo que traería un aguamanil completo; que se lo había encargado el padre
abad. Le pregunté también por el cable y añadió que también traería un cable.
A ver si lo trae pronto. Quiero ir a la
biblioteca.
Tenía entendido que algunas órdenes
religiosas también rezan a la hora prima,
que no sé cuál es, pero algo he oído que siempre termina con la lectura del “De profundis”, uno de los Salmos más
conocidos. “De profundis” o “Desde el abismo”, que empieza ─es lo único que sé─
así: De
profundis clamavi ad te, Domine. Desde
luego me acuerdo mucho más de la dura epístola escrita por Oscar Wilde con ese
título.
Me
volví hacia la mesa con el paquete de libros. Allí también estaban los Salmos.
Después lo buscaría; tenía curiosidad.
El
fraile, o monje ─no sé bien cómo llamarles─ llegó a los diez minutos cargado
con un aguamanil precioso que, por su aspecto, sería del siglo XIX cuando
menos. Inmediatamente salió y regresó unos instantes más tarde con un jarrón
lleno de agua y un manojo de cables de distintos tipos y colores.
De
repente le pregunté:
─¿Es
usted sacerdote?
─Sí,
lo soy. Poseo esa enorme riqueza gracias al Señor ─respondió amable.
─¿Dónde
realizó sus estudios? ─insistí.
─Aquí,
y aquí fui ordenado. La comunidad es también un instituto clerical, o sea una
especie de seminario para nosotros. Más de la mitad de los monjes de este
monasterio somos sacerdotes.
Quedé
pensativo unos instantes y volví a preguntarle:
─¿Y
tienen algunos privilegios los sacerdotes?
Se
volvió hacia la puerta deteniéndose a un paso de ella.
─No
nos gusta esa palabra: privilegios. Vivimos siempre en oración y no es porque
vivamos en otro planeta sino porque todo lo vivimos desde Dios.
Ahora
giró y mirándome a los ojos prosiguió diciendo:
─Es
necesario recuperar el sentido de lo mínimo, de lo pequeño e insignificante… de
lo sencillo. No hay más dignidad porque se posean más privilegios, ni por lo
que se tenga. Vivimos en un mundo repleto de seres que se sienten arrinconados
por múltiples motivos: pobreza, raza, condición social, etc. Los monjes
intentamos mantener una puerta a la esperanza y entregamos a ello nuestra
existencia. Deseamos que nuestra vida sea testimonio de lo que los seres
humanos valen por sí mismos.
Se
marchó con el mismo silencio que había venido. No estoy seguro de haber
entendido bien todas sus palabras.
Metí
un dedo en la jarra de agua; estaba muy fría.
Delma
había traído aquella tarde una carpeta con bastante documentación para
estructurar el seminario que quería el obispo. Lo haría por la noche para que
no restase horas a mi trabajo normal. Sería cuestión de dormir varias noches en
el apartamento personal junto al despacho; en el hotel no podía, no estaba
cómodo para el trabajo, pero tenía la ventaja de que podía pedirle a Susana que
pernoctase allí.
Procuraría
que aquello no llevase demasiado tiempo, escribiría una serie de notas para que
las fuese escribiendo ordenadamente, aunque la documentación de Delma estaba
muy bien organizada.
Empezar,
empezar… La cosa siempre es empezar. Sonreí a solas pensando en la frase que un
amigo repetía siempre: “El empezar es el
comienzo del acabar”. Decía que él la había creado, lo decía tantas veces
que se la tengo atribuida.
¿Cuáles
serían las primeras palabras? Eso sirve siempre de mucho. Las primeras palabras
son como un pequeño cilindro de cartón para enrollar lana en él y hacer ovillo
grande.
Escribí
en un papel: ¿Qué es un líder? El líder
es aquel que fija, determina, el lugar al que queremos ir, nos indica el camino
apropiado, nos convence de que es necesario ir hasta allí y nos conduce a
través de todos los impedimentos, y obstáculos, hasta la meta deseada.
Sí. Ese sería el comienzo.
Me
eché hacia atrás y pensé que sería bueno hablar también sobre la metodología de
liderazgo que siempre, desde hace casi cinco siglos, han desarrollado los
jesuitas. Mañana llamaré al obispo Bergoglio, es posible que él pueda
asesorarme sobre tal cuestión.
Creo
que ellos llamaban a todo eso: «Nuestro modo de proceder».
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Me ha gustado mucho el capítulo de hoy. La conversación con el sacerdote que explica la humildad y sencillez de estos monjes me ha encantado. El aguamanil es un artilugio que no se usa, nisiquiera se nombra pero me ha traido lejanos recuerdos.
ResponderEliminarGracias por estos buenos ratos que nos haces pasar con tus escritos
Siempre que leo algo tuyo Ignacio, me sorprende la capacidad tan grande que tienes para describir "atmósferas" de estancias, de las vivencias de los personajes, de la monotonía y rutinas monacales. Realmente aquí la has bordado.
ResponderEliminarComo dicen las que han escrito los comentarios anteriores, el capitulo es precioso, detallado y sugerente. Nos muestras perfectamente tus sensaciones, tus dudas y tus preocupaciones y compaginas de forma muy creible, tu sosiego en el monasterio con tus preocupaciones laborales. No pasa nada, no hay trama, solo el paso del tiempo, tus relaciones con algún fraile o sacerdote o con personas de tu trabajo y proyectos. Parece que te estamos Viendo. Gracias por permitírnoslo.
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