ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (337)
Buscando a Pipo
Yo creo que
todos tenemos algún momento en nuestra vida que es un tanto inconfesable. Yo
tengo uno. Y hoy lo voy a contar.
Teníamos un
perro negro, precioso. Era un cocker. Tuvimos que salir de viaje y lo dejamos
al cuidado de un familiar. El perro estaba loco por salir a la calle pues
estaba en celo. Se lo comentamos a este familiar para que no lo sacara del
jardín. Lo sacó y se perdió.
Y aquí empieza
la aventura para dar con el perro. Después de ir a las clínicas veterinarias y
recorrer todos los días las urbanizaciones de las afueras, dimos por concluida
la búsqueda. Pero yo no me di por vencida.
Había oído
decir a una amiga que hay videntes que
encuentran de todo. Ella misma me dijo que conocía a uno que había encontrado a
un cochino, y que estaba “guardado” en el corral del cuñado (el del dueño, no
del cochino). Y me dije a mí misma que si había encontrado a un cerdo, más
fácil sería encontrar a un perro negro, pues se ve mejor.
Total, me
enteré de dónde pasaba “consulta” y allí me presenté con mi cita previa. Oye,
que no es broma: su salita de espera estaba llena. Ahí me sentí agobiada pues
pensé en el bochorno que pasaría si encontraba esperando a algún padre de
alumno. Pero no, no ocurrió tal cosa.
Cuando su
secretaria me llamó, pasé a la consulta.
Él estaba
sentado en la penumbra que provocaba la luz de un flexo que tenía dirigido
hacia la mesa; su mesa de despacho. En ella tenía muchos cachivaches : libros
apilados, un crucifijo con peana, una pequeña bola de cristal…
Nos miramos.
Me pareció guapo y calculé que tendría unos cincuenta años. Me preguntó que qué
podía hacer por mi y le conté lo ocurrido a mi perro. Mientras iba contando,
iba pensando en que si era vidente, debía saber a qué iba yo, ¿no?
Se quedó
callado, dejó pasar unos momentos de silencio y de pronto… ¡se transformó!
Empezó a dar cabezadas contra su pecho al tiempo que farfullaba no sé qué
retahíla. Se daba con los puños en el pecho con suavidad al tiempo que repetía
su mantra. Paró en algún momento y miraba fijamente al techo, con los ojos
vueltos. Yo sólo le veía lo blanco.
No sabía qué
hacer sentada tan modosita; a veces bajaba la vista hacia mis manos
entrelazadas y me culpaba por no estar más concentrada buscando a mi perro con
él. Me sentía fatal, fuera de mi lugar, como ignorante y avergonzada.
De pronto
aquel hombre se calmó y los aspavientos y ruidos cesaron de golpe. ¡Por fin!
Se aclaró la
voz y me dijo que lo había visto cerca de mi casa, a menos de dos kilómetros,
en un jardín con niños y pinos. Que estaba con una novia y se llevaría allí
unos días y que volvería si yo seguía un ritual que me explicaba a
continuación.
Tenía que
buscar un rincón en la casa, y en el suelo pondría un círculo con arena de la
playa y con piedras. Dentro pondría un plato con agua de la playa. Pondría,
además dos velas junto a las piedras y rezaría todos los días unas plegarias
que me dio escritas, como el médico que
da una receta. Me levanté –lo estaba deseando- y me despedí.
Al salir me
estaba esperando la secretaria, me pidió
quinientas pesetas y me acompañó a la puerta. Cuando salí, respiré y me sentí
libre y decidida a no hacer nada de lo que me había dicho. Creo que lo decidí
al pensar que tuviera que decir oraciones raras.
El perro no
apareció y perdí mis dineros. Pero la experiencia valió la pena; no siempre se está en la “consulta” de un
vidente que encuentra animales… y que alivia a mucha gente, (según me contaron)
Laurentina
Gómez Rubio
Socia
colaboradora de la Academia
Muy bonito Tiny, muy simpático y alegre, muy bien escrito. Me ha encantado. La experiencia es curiosa y sorprendente y, probablemente, también lo fueron todos los procesos mentales que te llevaron a esa tan singular visita.
ResponderEliminarEnhorabuena.