ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (341)
Quizás
sea un esquema demasiado simplista, pero sobre nuestro mundo parece que contienden
dos fuerzas, o mejor sería decir que inciden sobre él dos procesos muy
genéricos. Uno, de tipo integrador ─algunos así lo llaman─ que impulsa hacia
ideas de unidad y concordia, a la paz universal y, también, hacia la justicia y
la equidad.
Pero
a la vez existe un fenómeno desintegrador de múltiples facetas. Basta
acercarnos a la televisión, leer un periódico, u oír la radio e inmediatamente
nos veremos invadidos por conflictos de todo tipo, por noticias de corrupción,
asesinatos, guerras, desempleo, tráficos de drogas, personas y armas, rotura de
estructuras familiares, abusos políticos, etc. Además, es fácil notar, que este
proceso desintegrador goza de más difusión que el integrador; este último ─o al
menos así lo perciben muchos─ es mucho más sigiloso, más reservado.
Cuando
hablamos de temas de actualidad, de los problemas que existen, de nuestra
nación o, simplemente, en los de ámbito local, solemos quedarnos con cierta,
desagradable, sensación de impotencia y frustración. Por la cabeza se nos
cruzan, una y mil veces, las preguntas: ¿Qué puedo aportar yo?, ¿qué podemos
hacer nosotros?
Se
nos ocurre pensar que no hay muchas opciones entre las diferentes posturas que
se pueden escoger ante este escenario social. Tres a lo sumo. La más corriente
en nuestra sociedad es la de adoptar el rol de espectador, y con la práctica, el
de espectador indolente. Ser espectador indolente implica dejar que las cosas
ocurran, o que otros agentes ejerciten el poder de decisión y sean los hacedores de
lo que debe ─o no debe─suceder. Jugar el papel de espectador indolente supone dejar
el control a fuerzas externas y observar lo que sucede; lamentándolo, en muchos
casos. Creo que hay dos motivos básicos para ejercer como espectador, el primero
es el de no saber qué hacer. Y el segundo es que la percepción de que los
problemas son tan complejos que la minúscula fuerza que un individuo particular podría
aportar no produciría ningún efecto relevante.
Otra
opción ─la menos recomendable, sin duda─ es formar parte del fenómeno desintegrador,
dejándose llevar por la utilización inmoderada de distintas formas de violencia,
sea física o psicológica, y de otros modos de pensamiento negativo, que recorren
el maligno trayecto que va desde de la humillación, la amenaza, el acoso hasta
llegar a las agresiones más virulentas ya sean verbales, emocionales, morales o
físicas.
Posiblemente
el punto óptimo esté en ser parte de la visión integradora, llevando a cabo
acciones que aporten algo positivo para una sociedad más justa y mejor. Y sin
duda, ello conlleva a realizar una transformación sensible de nuestras propias
vidas. Pero… ¿cómo lo hacemos? ¿Basta sólo con la expresión de una preocupación por
la necesidad de una educación universal o el respeto a los derechos humanos?, ¿basta
con un rechazo personal hacia los prejuicios o hacia las desigualdades?
Ignacio Pérez Blanquer
Nota:Este artículo deseo dedicarlo a mi amigo Antonio Ortega Rojas que siempre, al terminar algún comentario sobre los múltiples problemas que nos afectan como seres humanos, pone sobre el tapete la pregunta: «¿Qué podemos hacer?».
Buen artículo Ignacio, realmente todos nos preguntamos ¿qué podemos hacer? Pero ninguno hacemos nada porque no sabemos que podríamos hacer y porque creo que no está en nuestras manos hacer nada.
ResponderEliminarMe gustaría saber qué podemos hacer, o que consejos nos da respecto a qué cosas podemos hacer. Espero que sea algo distinto a apuntarse a una ONG o a un partido político.
ResponderEliminarMuy buen artículo pero la pregunta sigue en pie, ¿qué podemos hacer?, ¿votar cada cuatro años a unos señores que nos ponen en una lista?
ResponderEliminar