DE NUESTROS ACADÉMICOS (3)
POEMA. "ESTA TARDE MIS OJOS LLORAN"
Diego Ruiz Mata
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(Lo escribí entre las noches del 15 y 16 de abril, con
pesadumbre ante esta tragedia y con la premura del tiempo. Mis disculpas. Sólo
vale el sentimiento)
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Esta
tarde mis ojos lloran
al
ver Notre Dame derretirse entre llamas,
las
cenizas que nacen de sus techos de madera,
las
paredes de piedras enrojecidas
y
el plomo derretido de las vidrieras
con
sus colores tristes y apagados,
convertidas
en muerte y en venas de sangre
donde
el cielo da paso al infierno
mientras
gárgolas pensativas sonríen en silencio
y
demonios con ojos de espanto avivan el fuego.
Esta
tarde mis ojos lloran
al
ver como la historia enferma y muere
cuando
el sol aún brilla en lo alto
y
los recuerdos resucitan y duelen
ante
ojos impotentes y voces sin palabras
que
han perdido los adjetivos y los verbos,
corazones
que palpitan y se detienen,
y
piernas que no responden,
entre
un fuego sin piedad que no perdona,
que
destruye techos de bóvedas con nervios
soportadas
por vigas de madera
donde
se extiende el cielo con el sol y las estrellas,
los
palacios de paredes de nubes blancas
que
guardan los más ocultos secretos,
donde
rezan los santos y cantan los ángeles
tras
el sonido del órgano ceremonioso
para
el agrado de Dios y Nuestra Señora.
Las
aguas verdes del río se detienen temblorosas
junto
a las torres de la entrada
que
defienden reyes erguidos con coronas,
con
las manos que sujetan los pomos de sus espadas,
y
no pueden seguir su lento camino hacia el mar.
Y
desde el puente observo aterrado
la
angustia de las columnas que tiemblan,
las
piedras labradas que caen,
una
cabeza de piedra que astilla el suelo de mármol,
un
cuadro que vuela envuelto en llamas,
la
pesadumbre de Victor Hugo abrazado a Quasimodo
con
una lágrima en su rostro deformado,
detrás
de la campana ennegrecida
que
anunciaba la luz del día que es la vida.
Y
ahora brillan las tinieblas y la muerte espera.
Esta
noche mis ojos siguen llorando,
no
se consuelan ni duermen,
el
humo ya ha borrado las formas
de
las puertas con su arcos apuntados,
y
sobre los arcos rosetas vestidas de gala
y
sus vidrieras con su fiesta de colores
se
visten de luto de gasa oscura
que
envuelve con mimo la isla de La Cité.
Horas
antes las risas inundaban la plaza,
las
aguas caminaban bajo el puente sin descanso,
con
el rítmico balanceo de las tímidas olas,
el
sol invitaba a mirar al cielo,
mientras
una hilera humana lenta
se
adentraba por las puertas del templo,
al
espacio sagrado que vivifica
en
el que reinan la luz, el misterio y la
belleza.
¿Quién
iba a saber que la vida y la muerte
se
hablaban al oído, se cogían de la mano,
y
que una chispa de fuego acechaba sin decirlo?.
Amanece
y me levanto no muy bien,
mis
ojos están hinchados,
tras
sueños de recuerdos y del espanto
de
ver tanta belleza humillada,
tanta
historia divina pendiendo de una llama,
y
ya no hay lágrimas resbaladas en mis mejillas
y
en mi boca reseca apenas hay voz,
ni
siquiera el balbuceo de una palabra.
El
sol ya alumbra el infierno de la noche,
las
paredes se alzan revestidas por el humo
que
han ennegrecido la alegría de sus colores
y
en el interior se acumulan los escombros
de
trozos de piedras, de restos de madera
en
el absoluto silencio del templo maltratado,
la
casa de Nuestra Señora,
mientras
fuera se oyen oraciones y suspiros
y
el fuego se marcha lento, muy lento.
Querido amigo, siempre eres el mismo desde que te conocí. Has alcanzado lo que casi nadie logra; la Afrodita de Oro, la juventud del alma, porque sigues siendo poeta y tu canto es eterno, porque has complacido a esa bondadosa madre que nos hace ver la parte bella y buena de la Naturaleza y del alma.
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