DE NUESTROS ACADÉMICOS
Para ti nada más
era el milagro:
que se pusiera el sol tan suavemente
como cordón de aceite sobre el pan
y que en las rosas últimas de otoño
aún resistiera intacto su perfume.
Y extraordinario fue sin duda el hecho
de regresar a casa mientras ibas
con amor desbordado por el mundo
y por saberte vivo, tan de gratis.
Y ni los vinos del Duero, ni el Rioja
te supieron mejor que el agua fresca
que te aplacó la sed, otro milagro
rescatado de pronto de la infancia.
Ahora para ti solo, Andrés Trapiello,
tienes al clave a Mozart en tu cuarto,
y sólo para ti interpreta músicas
más firmes que la noche de las Osas
con su luz no envidiosa de otras luces,
armonías y sones acordados
como jamás el corazón de un hombre
haya sentido y como nunca tú,
de cuna tan humilde, imaginaste.
¿Cuántos reyes pudieron en su vida
vivir tantos prodigios, si es que acaso
pudieron descubrirlos en la corte
o en medio de batallas ya olvidadas?
Feliz aquel a quien con mano parca
el dios le concedió lo suficiente.
Y a quien le diera más, le sea leve
la tierra donde acabe, y más la vida.
(Andrés Trapiello, 1953- )
que se pusiera el sol tan suavemente
como cordón de aceite sobre el pan
y que en las rosas últimas de otoño
aún resistiera intacto su perfume.
Y extraordinario fue sin duda el hecho
de regresar a casa mientras ibas
con amor desbordado por el mundo
y por saberte vivo, tan de gratis.
Y ni los vinos del Duero, ni el Rioja
te supieron mejor que el agua fresca
que te aplacó la sed, otro milagro
rescatado de pronto de la infancia.
Ahora para ti solo, Andrés Trapiello,
tienes al clave a Mozart en tu cuarto,
y sólo para ti interpreta músicas
más firmes que la noche de las Osas
con su luz no envidiosa de otras luces,
armonías y sones acordados
como jamás el corazón de un hombre
haya sentido y como nunca tú,
de cuna tan humilde, imaginaste.
¿Cuántos reyes pudieron en su vida
vivir tantos prodigios, si es que acaso
pudieron descubrirlos en la corte
o en medio de batallas ya olvidadas?
Feliz aquel a quien con mano parca
el dios le concedió lo suficiente.
Y a quien le diera más, le sea leve
la tierra donde acabe, y más la vida.
(Andrés Trapiello, 1953- )
"Dichoso el que un
buen día sale humilde / y se va por la calle (...) y de pronto, ¿qué es esto?,
mira a lo alto / y ve, pone el oído al mundo y oye, / anda y siente subirle
entre los pasos / el amor de la tierra (...) vuelve a su casa alegre y siente
(...)".
Aquí está el camino y la
llegada a casa, el asombro como de "milagro" ("¿qué es
esto?") y también "el amor de la tierra" ("por el
mundo", en Trapiello), el valor del sonido... La forma métrica también es
la misma (endecasílabos blancos). Pero además está en éste de Trapiello el eco
de Fray Luis salpicándolo todo, y no sólo el de la "Oda a la vida
retirada", hay una mención pitagórica a las constelaciones, "las Osas",
en relación con la música y sus "sones acordados" que está en la
"Oda a Francisco Salinas" del agustino.
Pero aún no
he contestado a la pregunta: ¿por qué he elegido el poema de Trapiello y no
otro?, que es como decir: ¿por qué me conmueven especialmente esos versos? A
esto sólo puedo contestar que no lo sé. Tal vez hay en este poema dos
claves que me lo hacen particularmente emocionante: una es su movimiento
climático (el texto está encaminado a su eclosión final con el enunciado del
tema de modo sentencioso); la otra, el cuidado por evitar las generalizaciones
que implica todo tópico, concretando en el poema una experiencia directa,
personal y actualísima, que sólo al final deviene en sentencia
generalizadora .
Respecto a la
progresión climática del poema, diré que no es habitual en su tratamiento:
Horacio, como Fray Luis, como el propio Claudio Rodríguez o el mejicano Dávila,
dan comienzo a sus versos con la expresión: "Feliz aquél" o alguna
variante cercana.
En este movimiento climático del poema hay dos partes muy claras
antes de la conclusión final. La primera parte es el pasado
reciente: Trapiello recuerda los momentos previos a la llegada al hogar durante
un atardecer de otoño; la segunda parte, el presente concreto desde el que
escribe: la noche de ese día escuchando un disco de Bach que comienza con el
adverbio "Ahora" y que se encuentra en la estrofa central del poema,
la misma que contiene su nombre propio. Las dos partes están bien marcadas por
una anáfora que abre cada una de ellas: "para ti" ; Por último, llega
la exclamación final en un
presente gnómico, sin tiempo.
En cuanto a la evitación de la generalización que implica todo tópico,
creo que se manifiesta en que los versos detallan la experiencia concreta de
una tarde-noche suya, y sólo ella, mencionándose el poeta con su propio nombre
y apellido justo en el centro del poema, aunque con un tú pudoroso más grato al
lector y que lo envuelve. También la anáfora es un señalarse a sí mismo
doblemente: "para ti nada más era el milagro";y, tres estrofas más
abajo: "para ti solo..."
del prestigio: los vinos.
Si lo humilde cotidiano le parece un "milagro" asombroso de
bien y de belleza, la mención a "el dios" en la última estrofa se
hace en minúscula (nombre común) pero con artículo determinado. Dios, que
otorga la muerte y la vida y que permite sus sucesos, según se reconoce en la
estrofa final, está entre las cosas comunes, pero único entre ellas. Se aleja además
con esta expresión de aquellas usadas en contextos confesionales cristianos,
¿qué dios? "el dios" para ti, aquél en el que tú creas... y el lector
moderno, que tiene sus modernos prejuicios, no se pone a la defensiva.
Hasta el final de la segunda parte
no habrá evidencia del contraste entre lo valorado -la humildad aldeana-,
frente a lo rechazado -el mundo de los poderosos mencionado en los reyes de
antaño- (y aquí, de nuevo, esa graduación hacia el clímax final del
poema). Los cuatro versos finales caen así, inesperadamente, con su tono
sentencioso y lapidario, y entonces reconocemos el enunciado del tema tópico
-subrayado por una llamada de atención: la rima asonante entre
"suficiente" y "leve", la única de todo el poema- y en ese
momento... ¡anda! ¡Pero si lo que estoy leyendo es un Beatus ille!
Y entonces, al placer de la armonía, al placer de la identificación con el
texto sobreviene el placer intelectual del descubrimiento. Y se dice una que
¡claro!, que cómo no un Beatus ille en un autor cuyo segundo
volumen de poesía se llamó Las tradiciones.
Tomado del blog "delibrosygentes" de nuestra académica Inmaculada Moreno
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