DE OTRO TIEMPO (6)
En
realidad, cualquier día, incluso el más gris, es para quien sepa vivirlo una
grandiosa aventura. Aquí, el silencio, se convierte en algo lleno. Thomas Carlyle decía que “la palabra pertenece
al tiempo, el silencio a la eternidad”. Bullían en mi mente alguna de estas
cosas mientras alzaba la mirada al techo siguiendo el trayecto de la chimenea
de la estufa de hierro que estaba en un rincón de la celda. Se elevaba recta,
tenía varias piezas unidas por unas abrazaderas atornilladas. Oxidadas, viejas.
Salía al exterior por una pieza, probablemente también de hierro, que se
ajustaba al techo y por un orificio ancho, del mismo diámetro que la chimenea,
pasaba ─muy ajustado─ el tubo. Pensé que sería para que no entrase por allí ni
agua ni aire; presentí el duro invierno. A poca distancia había un
reclinatorio, muy cobijado en la esquina. En verdad era como una minúscula
celda dentro de otra; un juego de contrastes.
Todo el suelo era de madera gastada por
siglos; muy pegada él. Al pisar por allí no se levantaban ruidos. Recordé mi
intención de visitar la biblioteca, quería también bajar a la panadería y a la
cocina. Mañana daría un paseo por la huerta.
Me acerqué otra vez al paquete de libros que
seguía abierto encima de la mesa. Observé con sorpresa que tenía también el
librito “Ficciones” de Borges. Lo abrí al azar y salió la página 89, “La Biblioteca de Babel”. Leí las primeras líneas: «El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número
indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de
ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier
hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente.» No
creo que la biblioteca sea así.
Salí de la celda sonriendo. Vino a mi memoria
un párrafo que tenía subrayado en la “Historia universal de la infamia” y que
había leído muchas veces: «[…] las buenas gentes no dejaron de adivinar que Sir
Roger Charles era blanco de un complot abominable de los jesuitas». Es posible que
después le envíe una nota con este párrafo, quizás le llegue.
Con gran amabilidad aquel monje, que supuse
el bibliotecario o encargado, me franqueó la entrada. Era algo de fábula, una
catedral de libros, paredes y estanterías perfectamente paralelas acumulaban sabiduría de siglos. En el centro había un amplio espacio con mesas
de distintos tamaños con orden y simetría. Cuatro monjes en infinito silencio
estaban casi postrados sobre unos grandes volúmenes. La luz clara procedía de
las altas ventanas de uno de los anchos muros que daban al exterior.
─Nada fortifica tanto las almas como el
silencio, que es como una oración en que ofrecemos a Dios nuestras tristezas
─dijo el bibliotecario al verme contemplar a los monjes.
Después añadió:
─No es mía la frase, no sé de quién es, pero
la suelo emplear con frecuencia; cuando viene al caso ─sonrió con sencillez.
No supe qué decir y se me ocurrió
preguntarle:
─¿Han llegado las nuevas tecnologías a esta
biblioteca?
─Sí, desde luego. La tecnología bien
utilizada nos permite economizar mucho el tiempo. En una existencia tan reglada
como la de los monjes, es necesario ahorrar esfuerzos baldíos. Tener
informatizada la biblioteca nos facilita mucho todos los trabajos de
investigación.
─¿Está completamente informatizada? ─pregunté
con cara de asombro.
─No, no. Aún queda mucho por hacer. Nuestros
medios no son los mejores, y nos falta tiempo también ─hizo una pausa─. Debemos
vivir con la paz que exige una vida cuya cima es la oración. Pero todo se
andará.
No tuve más remedio que seguir preguntándole:
─¿No creen ustedes que la utilización de las
tecnologías en el monasterio puede deshumanizar a los monjes?
─No. De ningún modo. El uso de los nuevos
recursos no tiene por qué deshumanizar a la persona. Le facilitan el trabajo,
pero no sustituyen a la persona. Claro, que esta valoración que aquí hacemos
puede marcar grandes diferencias con respecto a la utilización de las nuevas
tecnologías que, muchas veces, se le da fuera de estos muros.
He decidido mirar poco el reloj. Es posible
que el mejor método para vivir, durante unos meses aquí, sea el de la atemporalidad
entendida como una evasión de la medida del tiempo. Aunque deberé atender a “las
horas” de los monjes, las confundo un poco todavía.
El peculiar olor de la biblioteca me aturdía,
le pregunté algo sobre esas horas, sobre ese batallar del tiempo de los monjes;
sentí como un desvanecimiento. Un vahído de unos pocos segundos. Volví ─muy
pronto─ a escuchar su voz, decía: “Siete veces te alabaré”.
No se dio cuenta de nada, hablaba del salmo
que inspiró a san Benito de Nursia en el siglo VI para redactar las Reglas. Le
oí algo de la hora “sexta”, la hora en la que el sol se encuentra en su cénit y
la necesidad de orar y meditar antes de afrontar el resto del día. Creo que mis
movimientos fueron titubeantes, traté de encontrar el camino de vuelta a mi
celda.
Hablé por teléfono con el obispo Bergoglio,
prefería el teléfono, no era fácil desplazarme, no tenía tiempo; tampoco me
gustaba su forma de mirar. ¿Intimidante? ¿Burlona? ¿Penetrante? Le planteé la
pregunta sobre la forma de liderazgo jesuítico a lo largo de casi quinientos
años. Respondió ─con mil disculpas─ que en ese momento no podía atenderme y que
lo llamase sobre las diez de la noche; y que así, además tendría tiempo para
pensar en ello.
Le llamé pasados unos pocos minutos de las
diez. Sin hacerme esperar me dijo interrogando:
─¿”Nuestro modo de proceder” es de
liderazgo?
No pude remediar unos segundos de inquietud
y sorpresa. Al rehacerme le respondí:
─Es indudable. La compañía de Jesús fue,
muy posiblemente, la primera corporación que preparó sus propios líderes, de
otra manera no hubiese llegado a ser una de las empresas de más éxito en el
mundo.
─¿Se burla de mí? ─contestó riendo.
─No, en absoluto, lo creo así. Firmemente.
No me es posible pensar de otra manera. Fue creada o fundada en 1540 sin
capital y sin ningún plan de negocio; por un visionario y unos pocos más que le
ayudaron. Desde entonces han sido ustedes; claro, con los altibajos inevitables,
un manantial de descubrimientos y también de innovación. Esto es de imposible
logro si no se asienta sobre unos pilares de liderazgo. ¿No?
Otra vez escuché su risa a través del
auricular. Proseguí diciéndole:
─Ustedes deben tener algunos principios esenciales,
no sé si secretos o no, que son los que les han permitido desarrollar un
sistema, una red grande, internacional, de gran eficacia.
─Debemos hablar más despacio sobre todo
esto, ahora no sé qué puedo decirle. ¿Le parece que mañana desayunemos juntos?
Quizás podamos hilar mejor todo esto. Desde luego hay algo, o mucho, de verdad,
en lo que expones. Es cierto que mientras, por ejemplo, los monjes benedictinos
hacen voto de estabilidad y permanecen durante toda su vida eclesial en un
monasterio, los jesuitas adquirieron el compromiso, desde luego novedoso, de
saltar de un lugar a otro.
Miré la agenda para el día siguiente y no
había nada urgente que no pudiese retrasar un par de horas.
─Si le parece bien, desayunaremos mañana.
Iré a recogerlo.
─Perfecto: rapidez, movilidad, imaginación
y flexibilidad ─añadió.
No sé, pensé: una de cal y otra de arena.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
El capitulo sigue la misma tònica de los anteriores, que seguramente serà la de todo el libro y que tanto me recuerda la forma de narrar de Antonioni, en todas sus pelìculas: no pasa nada, solo el tiempo y los tiempos muertos son tan importantes, tan esclarecedores, como aquellos otros ocupados por alguna acciòn, sujetos a una anecdota: Sensaciones, sentimientos,impresiones Y de vez en cuando, como un grito de socorro, como sacando la cabeza del agua para aspirar una bocanada de aire, un grito de socorro al exterior, como pidiendo confirmacion de que el mundo sugue ahi fuera.
ResponderEliminarSigo pensando que la atmósfera monacal está perfectamente definida. El tiempo es la palabra; el silencio es la eternidad.
ResponderEliminarLa pincelada de color la da la organización jesuítica. Veremos como se va hilando todos estos elementos...