Empezamos
Estaba confeccionando este ‘blog’ de la Academia de Bellas Artes, e inevitablemente un batiburrillo de recuerdos me venían a la cabeza. Nosotros, de niños, siempre hacíamos supresión de la solemne palabra Academia y decíamos sólo Bellas Artes.
Yo comencé bastante pequeño, primero dos cursos de dibujo a lápiz y carboncillo y después, en 1957, el anhelado curso de pintura a la acuarela. ¡Los pinceles y el color! ¡Qué maravilla!
La vieja casona de la calle Santo Domingo, mi carpeta muy grande, o al menos así me lo parecía, los pinceles, el gordo, el finito y el intermedio, los tubitos de acuarelas comprados en Pérez Pastor en la calle Larga. Un trozo de cristal con los bordes lijados que servía de paleta. ¡Más de medio siglo ha pasado!
Sonidos… los sonidos, aquel repetitivo do-re-mi-fa-sol que se oía desde la calle, la música imponente del piano, que llenaba el caserón o el chirrido de un violín maltratado.
El tiempo no me ha hecho olvidar a ninguno de aquellos queridos y respetados profesores, tampoco olvido la secretaría, llena de amigos de mi padre que siempre sabían reír.
En un discreto lugar de mi casa, pero siempre a la vista tengo mi primera acuarela, una simple pintura de niño, pero la miro con frecuencia y placer. Quizás ella también -misteriosamente- me mire a mí y nos digamos algo, algo que sólo nosotros entendemos.
(Primera acuarela de Ignacio Pérez Blanquer, mayo de 1957)
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