Kimura y el borde del precipicio
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Hablar con mi amigo japonés Kimura es siempre como acercarse a un precipicio. No sé si él es un prototipo del hombre de su país y casi todos son así, conozco a muy pocos. Pero tengo la impresión de que algo de eso hay; me lo confirma la lectura de las obras de Murakami . No recuerdo cómo empezó nuestra conversación de hoy, le noté tenso cuando dijo: ─Somos absolutamente ingenuos al alimentar esperanzas respecto a la posibilidad de erradicar la inseguridad y el dolor. Cuando dejemos esa inútil esperanza será cuando nos podremos serenar y reunir el coraje para entender y asumir que es imposible atarnos o aferrarnos a nada. Quedé un poco perplejo y le pregunté: ─No entiendo. ¿Qué quieres decir? ─Quiero decir que ese es el camino, el principio del camino, no hay otro. Me pareció descifrar que intentaba, desde cierta perspectiva existencial y profunda, decir que tenemos que reconocer la realidad de la inseguridad y el dolor como partes inevitables de la experiencia humana. Después insistí: