Paseando con un poeta: Francisco de Quevedo
Fue el encuentro más largo. Conversación
amable, extensa y fluida; difícil de reproducir en unas pocas líneas escritas.
Hablamos de su vida y opiniones, también de la vida en España ─en la de
entonces y en la de ahora─, de poesía, y de un sinfín de cosas.
No sé cuánto duraría la conversación pero les aseguro que a cualquiera de
ustedes les habría sabido a poco. De él existe una imagen estereoatipada que en
la mayoría de los casos no se corresponde, en absoluto, con la realidad. Se me
ocurre decir que es, o era ─ruego que comprendan mis líos con el presente
y el pasado─ un hombre con majestad. Sí, con auténtica majestad. Con un
solemne señorío que impresionaba. No tenía sonrisa fácil, ni le vi reír, sólo
ponía un gesto en sus labios, que conjuntado con un brillo especial en sus ojos
daba la apariencia de una sonrisa completa. Me habló de su desmedido pesimismo
político que había perfilado en sus obras "España
defendida" y "Marco
Bruto", y en "Política de
Dios y Gobierno de Cristo". Recitamos a la par el soneto:
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por
quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que
con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi
báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que
no fuese recuerdo de la muerte.
A lo
largo de toda nuestra conversación demostró siempre una cortesía exquisita, y
desde luego, su enorme cultura literaria, de gran humanista.
Una de las preguntas que le hice era
relativa a cómo contemplaba esa imagen que de él se había forjado de poeta
─ingenioso, sí─ de chanza y broma. Respondió, con su voz clara y
profunda, lo siguiente:
─Me molesta, me ha molestado siempre,
desde hace siglos. Irrita que piensen de uno como si fuera un gran baúl de
ocurrencias más o menos groseras. Nada más lejos de la realidad, aunque no he
de negar que algunas de mis páginas podrían ─hizo una leve pausa y se
acarició la perilla con la punta de sus dedos─ ser calificadas de
festivas o satíricas, sólo eso.
Le comenté que, efectivamente, esa fama de
poeta del chiste era contradictora con sus conceptos morales plenos de
ascetismo y con ese sentido del pesimismo que no sólo se reflejaba en su obra
sino también en su vida, pues me parecía que siempre en su obra hay un tema
fundamental como base de su pensamiento: la
muerte.
Me miró callado, se quitó los anteojos y me
recitó aquel tétrico párrafo de su obra "La visita de los chistes o el
sueño de la muerte", a modo de síntesis de sus ideas:
"La
muerte no la conocéis, y sois vosotros mismos vuestra muerte:
tiene la cara de vosotros, y todos sois
muertos de vosotros mismos.
La calavera es el muerto, y la cara es la
muerte; y lo que llamáis
morir es acabar de morir; y lo que llamáis
nacer es empezar a morir,
y lo que llamáis vivir es morir viviendo, y
los güesos
es lo que de vosotros deja la muerte y lo
que le sobra a la sepultura.
Si esto entendiérades así, cada uno de
vosotros estuviera mirando
en sí su muerte cada día y la ajena en el
otro;
y
no la estuviérades aguardando, sino acompañándola..."
Tengan la seguridad que su tono hubiese
atemorizado a cualquiera que le escuchase.
Intenté volver a conversar de poesía preguntándole
sobre sus poemas de amor a Lisi. Levantó su mirada al techo, pero no movió ni
un músculo más, así estuvo ─creo─ más de un minuto, yo esperé paciente
su respuesta.
─Sí, también estuve enamorado, y
quizás aún lo siga estando. Pero en mi poesía amorosa, a veces, el motivo
trascendente es la propia imagen de Lisi, pero en otras lo importante es el
análisis del sentimiento en sí. Y también, en otras poesías de amor, lo
relevante es la introspección sobre el efecto amoroso.
Me
pareció que no deseaba añadir nada más sobre esto. Realmente me conmovía
observar que Quevedo, a quien tanto le obsesionaba la Muerte, pensaba que
únicamente podía ser derrotada por el amor, y recordé aquel bello soneto "Amor
constante más allá de la muerte":
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora
a su afán ansioso lisonjera;
Mas no, de esotra parte, en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y
perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Médulas
que han gloriosamente ardido:
Su cuerpo dejará no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado..
Cuando hablamos de su poesía de carácter
filosófico y político, en concreto, de su célebre "Epístola satírica y censoria contra las costumbres de los
castellanos presentes" le comenté que en muchas estrofas se le notaba
el hartazgo de todo lo "políticamente correcto":
No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio
avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
...
Me dijo algo así:
─Es esa una expresión ─lo
políticamente correcto─ muy rebuscada para encubrir la falsedad y la
hipocresía.
Después le interrogué sobre el conceptismo y su combate contra el culteranismo con Góngora a la cabeza y
dijo:
─Siempre dije que el llamado culteranismo era un término propio de la
nefasta política de la época: corrupción de las costumbres, el poder en manos
de incapaces, el triunfo del materialismo. El culteranismo, a mi juicio, era un reflejo de todo esto, en resumen:
un exceso de palabras y un gran vacío de ideas.
Creo que me lo puso en bandeja:
─¿De aquella época?
Ignacio Pérez Blanquer
Académico electo de
Bellas Artes
Abril, 2012
Deseo dedicar este escrito a mi
esposa Lely Morán ─mi exigente, paciente y dedicada crítica─
siempre fiel admiradora de D. Francisco de Quevedo y Villegas, y a la que tanto
desagrada esa imagen frívola del genio como poeta de chiste y burla.
Magnífico, ameno, didáctico y poético paseo literario.
ResponderEliminarPodría afirmar sin temor a equivocarme que Quevedo es uno de mis tres poetas preferidos.
Recuerdo que lo primero que leí de Quevedo era una chanza, una sátira pero al cabo de una semana después de leer sus poesías - la tarea de literatura- ya no me acordaba de la nariz, ni de Ovidio, sino de :
¡Ah de la vida!... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la Salud y la Edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; Mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el Hoy y Mañana y Ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Felicidades.
Muy bonito escrito, precioso y además esclarecedor de la figura de Quevedo. Felicidades.
ResponderEliminar¡Qué bonito!
ResponderEliminar«Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado...»
Ignacio, como fiel seguidor de tus paseos literarios, una vez mas tengo que felicitarte por tu articulo, y por elegir a Francisco de Quevedo, es uno de mis poetas preferidos. Saludos
ResponderEliminarMe ha venido muy bien para pasar la mañana de este sábado lluvioso, me ha gustado mucho y he disfrutado con la lectura. Gracias.
ResponderEliminarme alegro de haber encontrado un blog de tamaña categoría..prometo volver.
ResponderEliminarFdo naranjo
Vuelvo a felicitarte,esta vez ademas de por el paseo,por la dedicatoria.Nadie la merece tanto como "una santa"
ResponderEliminarTambien felicito a Rocio por su comentario,y la ánimo a hacerte la "competencia" en este terreno,estoy segura de que entre los dos hareis nuestros viernes una fiesta.
Gracias Nena, pero yo estoy todavía en fase de "entrenamiento" para poder hacer "competencia" al maestro.
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