OPINIÓN
EL BURRO
Nadie pone en duda, que el Partenón lo
construyó el gran arquitecto y escultor ateniense Fidias; ni que el símbolo de París, la gran torre de hierro,
fue obra de Eiffel, y en consecuencia, no nacieron de forma espontánea. Este
simple argumento me vale para pensar, que el mundo no se hizo solo, y que el
universo, tuvo que ser obra de alguien y no de la casualidad; premisa que me
lleva a aceptar la existencia de Dios, y por ende, a justificar la perfección
de la naturaleza.
La
belleza de la flora y la fauna me convierten en un diletante de ella.
Entre mis animales favoritos está el caballo. De origen
salvaje, el hombre ha aprovechado sus cualidades como animal de carga, hasta que
la tecnología lo ha relegado al uso,
casi exclusivo, de paseo o deportivo.
Nos
quedamos extasiados al contemplar su porte de estatua en carne viva en el arte
del rejoneo; estatua de bronce para realzar al personaje histórico: César,
Calígula, Napoleón, Bolívar o Espartero, embellecer la figura del jinete o la
amazona en ferias y competiciones. ¿Qué sería de un cabriolé, un landó o un
faetón sin caballo? Es una figura perfecta, la naturaleza, nos la ha brindado
sublime.
¡Dios mío! ¿Cómo permites que otro équido, pariente del caballo, camine hacia su desaparición? Mientras que a uno, la tecnología le ha servido para sobrevivir en condiciones óptimas, para el otro, representa extinción y, a lo sumo, su destino es una reserva en Rute, como se conserva en América con los Arapahoes o Cheyenes.
Juan Ramón Jiménez nos habla de ese ser "pequeño,
peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva
huesos. Solo los espejos azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de
cristal negro". Leer a Platero me produce ternura, pues casi lo
humaniza; le habla como al amigo
paciente, y en la prodigiosa imaginación
del Nóbel, algo vería, que ahora yo trato de descubrir.
Sus
antecesores, los asnos salvajes, se domesticaron cinco milenios a.de C. y desde
entonces, los pobres burros sirvieron como animales de carga, para labrar la
tierra y hasta para aprovechar su leche. Podían detectar la presencia de
depredadores y alertaban con sus
estridentes rebuznos, que alcanzaban hasta tres kilómetros, a ganados y
personas con las que convivía.
La
mitología le dedica buenos espacios en los que se le ensalza: como la leyenda
en la que Príapo intentó violar a Lotis, aprovechando, que en estado de
embriaguez, quedó dormida, y fue un burro, quien con sonoros rebuznos, alertó a
los invitados evitando la consumación, pero le costó la vida, ya que Príapo lo
mandó matar.
Otra
leyenda tiene también a Príapo, como protagonista, y se cuenta, que habiendo
concedido Dioniso el don de la palabra a un burro, establecieron entre ambos
una porfía sobre quién de los dos tenía un atributo sexual mayor. Ganó Príapo y
dio muerte al asno.
Ha pasado el tiempo, y el maltrato, ha sido una
constante en la vida de los burros. Desde su domesticación no ha hecho más que
ser explotado hasta la extenuación.
La
literatura ha intentado en algunas ocasiones, a través de las fábulas de Esopo
e Iriarte, extraer moralejas de su comportamiento a veces más lúcido, pero
tocar la flauta por casualidad o engañar al lobo, también ha contribuido las
más de las veces, a su constatación de ignorante y la humillación como animal.
No sé si
el hecho de ser más longevo que el caballo -puede vivir hasta los cuarenta
años- en sus cortas entendederas, le sirva para sentirse contento o por el
contrario, pensar que la naturaleza se ceba en su condición de ignorante.
De lo
que no hay duda, es que la figura del burro, está más asociada a los países
poco desarrollados, a los que continúa prestando un gran servicio.
Los tiempos cambian que es una barbaridad, los
caballos van quedando para la burguesía, y el burro, cada vez más sensible con
los humanos, va camino de retomar protagonismo, y en algunos casos, han
alcanzado buenas cotas de poder.
Moraleja. Me permito la ironía de
alentar a los ruteños, para que implanten reservas
de burros por toda España, en previsión de una prolongación de este
tiempo de crisis, no sea que llegue el momento, en el que no dispongamos de dinero
para llenar los depósitos de los tractores y les obligue a abandonar el poder
para dedicarse a trabajar.
Alberto Boutellier Caparrós
Socio colaborador de la Academia
Santa Cecilia
No, si burros hay, lo que sucede es que están mal repartidos.
ResponderEliminarUna de burros y asesores: Contratar burros como asesores
ResponderEliminar¿Nuestro presente y nuestro futuro en manos de los asnos? Menudo porvenir.
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