DE NUESTROS ACADÉMICOS.
A la Bajamar la he conocido
cuando su principal misión circulatoria estaba alrededor de los veraniegos
coches de caballos que nos llevaban y traían de la playa de la Puntilla , única entonces
en El Puerto, previos “purgantes”, para los preceptivos y rigurosos baños de 10
minutos, y quince días cada temporada. Los coches del Piriñaca, Mancera,
Salmerón, Felipe, Ariza etc. han formado parte de la historia del verano
portuense, que ya pocos tenemos edad de recordar, con sus Breaks, jardineras, milords,
etc. Es de mencionar el placer inigualable que a los adolecentes de aquella
época nos proporcionada el ir a la
Puntilla en el pescante de uno de aquellos coches. Luego, la Bajamar ha sido testigo de las idas y venidas del
celeste autobús de Bootello, con mi buen amigo Gabriel en su estribo,
organizando los viajes, dando fin (¿) a la entrada de viajeros, que apretadamente,
nos acomodábamos felices –qué tiempos- en su interior.
A la Bajamar daba su espalda
–todavía hoy cadavérico- el Hospital de San Juan de Dios, siendo su Director, D. Plácido
Navas, padre de Carmen Navas, vecinos míos en el Parque (claro que me refiero al Parque
Calderón), en los bajos de la casa donde nací y viví muchos años. Carmela,
soltera, me dedicó especial cariño y me
inició, junto con mi cuidadora Teresa, en mis primeros paseos por el Parque. A
ambas, ya en feliz y eterno descanso, dedico emocionado recuerdo.
El Hospital de San Juan de Dios vivía bajo
escasísimos recursos del patrocinio municipal, acogiendo a los que ya entonces,
desprovistos de la menor ayuda social, estaban a merced de la llamada
Beneficencia. Se sostenía por el nunca bien ponderado sacrifico de las Hermanas
de la Caridad ,
que aún en aquello tiempos de absoluta indigencia, sostenían con alegría y
Esperanza, la pesada carga de sus impolutas tocas. Benditas sean. El Hospital
aparecía engalanado y alegre, con repiqueteo de la campana de su Capilla, cada
8 de marzo, festividad de su Patrono, San Juan de Dios. Como otros tantos
sonidos portuenses, ya adormecidos, yo todavía tengo presente el alborozo de
dicho campanario. Seguro que las Srtas. Bish,
Antonio Ruiz de Cortázar, los Riva y los Salmerón, también.
En la
Bajamar estaba nada menos que la Pescadería , en los tres
asentamientos que creo recordar en la banda portuense del Rio, por iniciativa
de D. Juan Machimbarrena, D. Manuel Álvarez y D. Juan Villar. La Pescadería fue fuente
inagotable- parecía serlo- de riqueza portuense, aunque para algunos marineros,
significó un esfuerzo inasumible hoy. De allí salían los camiones cargados de
cajas de madera, acondicionadas (¿) con hielo para la subasta madrileña de las
primeras horas de la mañana; a toda mecha para llegar a tiempo. Debe hacerse
constar las precarias condiciones que tenían que sortear dichos camiones –todavía
no se sabe cómo- para soportar la durísima carretera hasta Madrid, pasando por
el tremendo Despeñaperros. Loor a aquellos temerarios y abnegados conductores, de
cuyo esfuerzo fue beneficiaria la lonja portuense. Los armadores de entonces,
señores de la Pescadería ,
era gente importante, tales como José Agarrado, Juan Hernández, los Tripa, la Abuelita , etc. Yo
recuerdo, anecdotariamente, los “zafes” después de la subasta de lo pescado.
Por ejemplo, presencié muchas en aquel pequeño local que tenía el armador
conocido como la Abuelita ,
en el Resbaladero, esquina a Pozuelo. Allí, mi abuelo Paché, por supuesto que
sin calculadora y antes de haberse inventado el bolígrafo, con lápiz de mina en
mano, ajustaba las “partes” que de la subasta del pescado, correspondía al armador, al patrón, a los
marineros, etc. Éstos, tomada la suya, se iban indefectiblemente a la taberna
más de su agrado. Y allí era ella. Quiero decir que “ella”, la esposa del
marinero, con débitos de todo el mes en Serafín, en Los Caballos, en Suárez, en
Casimiro, etc, veían impotentes cómo sus maridos se resarcían, a su modo, de
las angustias pasadas en la mar. Porque a las mujeres les estaba vetada la
entrada en los “tabernones”. Y con muy poco ya, a casa, y vuelta a empezar. Tremendo,
pero así fue.
José López
Ruiz
Académico de Santa Cecilia
Bonito y bien documentado artículo para la memoria histórica de El Puerto y desde luego Vapor, nada de Vaporcito. Enhorabuena.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Creo que el apellido no es Riva es Rivas.
ResponderEliminarQué bonitos recuerdos de la Bajamar, y tanto irrecuperable.
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