ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (245)
Sobre la muerte. La
vocación de la vida
Hay "grandes" muertes que están
destinadas a transcender el propio hecho del morir. Ello en cuanto van a
suponer, de forma directa, derivas y consecuencias más allá del amor y del
dolor, más allá del temor, para una familia, un país o un mundo. Piénsese, al
respecto, en el cuadro de Rosales sobre la muerte de la Reina Isabel, nuestra
primera Isabel, aunque la obra se llama "El testamento de Isabel la
Católica"; y lo que supuso este testamento en el definitivo nacimiento de
un Imperio en la persona de su nieto Carlos I ó V. También, de manera
indirecta, hay muertes cuya influencia se proyecta a partir de su
representación artística y sirva como ejemplo, en este sentido, el cuadro del
Greco titulado "El entierro del Conde Orgaz", que independientemente
del papel de notario, alcalde y ayo desempeñado por el obituado, éste debe su
fama al propio cuadro.
Sin embargo hay "pequeñas"
muertes que están emplazadas con el futuro, que están llamadas a cita con la
intención de ser elementos transformadores de la sensibilidad, removedores de
las conciencias a nivel universal, es decir, en todo tiempo, en todo lugar. O
deberían...
Este es el caso de la muerte del
pequeño niño sirio Aylan Kurdi. Las imágenes de ese pequeño cuerpo acariciado
por las olas, como un sudario que le recoge y cobija en el instante eterno en
el que perdió la vida, quedarán para la memoria colectiva, no ya de los
estados, cualquiera que sea su carácter, democrático o islámico, no ya de las
religiones, crean en Alá o en Dios, como el fracaso de toda la humanidad. Ese
instante en el que se rompió la promesa de ser persona, en el que se extravió,
nadie sabe cómo, nadie es responsable, la vocación de su vida. El instante en
el que se enredó jugando con las olas para dejarse ir de la mano de su padre hacia
un lugar frío y oscuro, cerrando sus ojos; instante en el que su pequeño
cuerpo, durante unos segundos eternos fue libre, en el que su sonrisa seguro
que divisó un futuro mejor, una vida simplemente posible, pues eso era la
felicidad prometida, antes de caer definitivamente en esa playa abandonada,
fría y apátrida, para ser visto, para ser sentido, para mostrar, sin genero de
dudas, el sinsentido, no ya de la muerte que a veces nos libera, sino el de la
vida que tenemos para dejarla ir.
Aylan Kurdi, su muerte, representa el
miedo del que huye y el miedo de quien al recibir tiene que compartir,
representa el egoísmo de una sociedad aburrida pero necesitada, y el terror de
una sociedad que se ha deshecho entre llamadas contradictorias al laicismo, a
la religiosidad o al nacionalismo. ¡Qué importa ya!
Lo único que puede importar es el por
qué, el cómo, la forma de que no vuelva
a repetirse. Por qué sucedió en un mundo compartido y en el que los
recursos están objetivamente en disposición de ser de todos, es decir de la
propia humanidad. Cómo fue posible que se truncara con apenas tres años de
presencia, con todo un futuro hecho de promesas, la vocación de la vida del
pequeño Aylan. De qué forma el por-venir puede seguir prometiendo, pero sobre
todo cumpliendo, sueños, esperanzas y posibilidades de miles de Aylan a los que
solo les queda ya el camino, y al final la playa. Pero una playa ahora llena de
sol, de olas acogedoras, de arena juguetona, que renueva el principio de
alianza y solidaridad entre todos los hombres gracias a Aylan. ¡Gracias Aylan!
Miguel
A. Pastor Pérez
Académico
de Santa Cecilia
Emotivo y delicado relato que remueve conciencias. ¡¡Ojalá no lo olvidemos nunca!!
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