ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (251)

  LA VERDAD DE LOS POETAS

Resulta curioso contemplar como los novelistas de ciencia ficción, cuando tratan de intuir un futuro, o los poetas, cuando dejan volar la imaginación, en algunos momentos se proyectan hacia situaciones inimaginables que pasado el tiempo llegan a hacerse realidad.

En el caso de los poetas se puede analizar lo expresado por dos de ellos para los que el tiempo ha jugado un doble papel muy importante. Dos poetas que con una distancia temporal de cinco siglos y utilizando dos ideas distintas dijeron lo mismo y, es más, resulta que lo dicho en términos metafóricos responde a una realidad demostrable científicamente.

Jorge Manrique (1440-1479), en su poema de elogio fúnebre a su progenitor, “Coplas por la muerte de mi padre”, en la tercera de las mismas dejó escrito:
Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir / allá van los señoríos / derechos a se acabar / y consumir.



Cinco siglos después, a mediados del XX, un poeta muy nuestro, el polifacético Juan de Dios Pareja Obregón (Sevilla 1927-2012), en su “Baladilla del gran río”, escribió:
¿Cómo te llamas gran río? / Me llamo Guadalquivir / y corro entre los olivos/ para buscar el morir / y más adelante dice ¡Ay, río Guadalquivir! / Cuántas riberas y arroyos / van a tu lecho a morir.

Los dos vienen a decir lo mismo y a ninguno le falta razón pues, sin poseer unos conocimientos científicos de cómo son los flujos del agua en la naturaleza, ese morir en el mar de las aguas de los ríos es prácticamente una verdad incontestable.

Al realizar un balance del agua en la naturaleza y relacionar las evaporaciones desde los mares, los flujos de lluvias sobre ellos y sobre los continentes y los flujos de los ríos que devuelven al mar la mayor parte de las lluvias continentales, resulta que la “vida media” de las moléculas de agua en los mares es de unos tres mil cuatrocientos años. Al estudiar la distribución de vida de las moléculas de agua en el mar, resulta que hay moléculas que caen al mar en forma de lluvia o llegan a él desde el interior de los continentes arrastradas por los ríos y se evaporan de inmediato con lo que resulta que su tiempo de residencia es prácticamente cero; sin embargo, hay otras moléculas de agua, en las zonas más profundas de los océanos, que nunca verán la luz del sol ni alcanzarán la superficie del mar para poder evaporarse permaneciendo allí eternamente. De ahí ese valor medio de tres mil cuatrocientos años.

 Así, resulta que el “dar a la mar que es el morir” de Jorge Manrique y el “buscar el morir” de Juan Dios Pareja Obregón, no dejan de ser una aseveración que refleja una realidad, ninguno de los dos sabían lo de los tres mil y pico de años pero los dos intuyeron con una diferencia de cinco siglos lo que significa el mar.

Vicente Flores Luque
Académico de Santa Cecilia

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