La cena del Zen
«Un día lo interior y lo
exterior se encontrarán en uno y tú despertarás, como el sueño de un nuevo
mundo guardarás lo que has alcanzado por ti mismo, sin poder trasmitirlo a
nadie.»
Wu-Man-Kuan. Poeta Haiku
del siglo XII.
¿Es o no es
el sueño que olvidé
antes del alba?
La vieja mano
sigue trazando versos
para el olvido.
Desde aquel día
no he movido las piezas
en el tablero.
“Haikus” de
Jorge L. Borges
Empezamos la cena con risas, le recordé la anécdota que
me contó esta mañana María K. de cuando habló sobre Dante ─en la mesa redonda
de la asociación rusa de arte y literatura─ en donde tendría que haber tratado
sobre Dostoievski. Borges rió con placer y casi se atragantó. María había
preparado unos platitos con exquisiteces que para mí eran desconocidas, no sé
si eran verdaderos platos japoneses o se los había inventado sobre la marcha. Le
pregunté la receta de la crema de unos canapés estupendos. No fue muy precisa,
contó que estaba hecha de aguacate con bastante jengibre fresco rallado, algo
de apio, un poco de ajo y un poco de tomate frito para darle color. Lo cierto
es que estaba deliciosa; bueno, a mí me gustó mucho. Tomamos vino normal aunque
a los postres bebimos sake en unas
minúsculas tazas.
Quería
conversar sobre orientalismo y budismo, sobre todo sobre budismo Zen. Había
leído que Borges había visitado dos o tres monasterios Zen en Japón y se había
entrevistado con algunos maestros. No tuve mejor ocurrencia que hablarle del
arte del “Haiku”. Le dije que había disfrutado leyendo ─y pensando─ sobre los
pocos que había escrito.
─Me agradan
todas las artes impregnadas de Zen ─contestó don Jorge─. Me entusiasma el Koto, el arpa japonesa que es un
instrumento de emite sonidos delicados y muy vivos, este instrumento lo suelen
tocar las mujeres. Disfrutaría si pudiera ver los trabajos del Shodo, de caligrafía o dibujo de
ideogramas con pincel y tinta china. También, por supuesto, los dibujos Sumi-e o Hukiyo-e, esas magníficas y sugerentes pinturas o dibujos
realizados con tinta china sobre papel de seda. Los artistas logran dibujar el
vacío. Combinan las formas con el vacío haciendo que la forma y la nada expresen
imágenes muy evocadoras ─hizo una pequeña pausa para proseguir después─. Sí,
los haikus son como pequeñas
partículas de poesía. Digamos que son píldoras poéticas, píldoras breves,
sencillas, inspiradas en la naturaleza y siempre espontáneas.
María K.
completó la disertación de Borges diciendo:
─Un Haiku intenta sugerir con unas pocos
vocablos el curso de la vida o de las cosas pero dejando una gran parcela de
libertad a la imaginación del lector. Al Haiku
lo hace bello la imaginación de aquel que lo lee.
Aproveché
el buen momento para preguntar:
─Pero… el
Zen… ¿Qué es…?
Otra vez
Borges sonrió con una pizca de sorna y contestó:
─Dicen, y
yo no lo tengo nada claro, que el Zen, o mejor el budismo Zen, es una forma de
vivir, una manera de entender la vida prescindiendo de los conceptos abstractos
de la mente. Pero, ¡cuidado! No nos confundamos. No es una religión, ni un
sistema filosófico; tampoco se basa en la lógica, ni en el análisis ni en
razonamiento. El Zen no tiene ningún dogma, no niega nada, ni enseña nada, no
es nihilista...
Casi le
interrumpí diciendo:
─Entiendo
que no es una religión porque no habla de Dios, y tampoco niega su existencia.
En realidad el Zen ignora el concepto Dios, por lo menos tal como se entiende
desde el cristianismo, ¿no?
María K.
intervino:
─Aunque
parezca una paradoja, desde mi agnosticismo yo soy más creyente que un seguidor
del budismo Zen, ¿es así?
─No
exactamente ─terció Borges─. Un seguidor del budismo Zen, o del budismo en
general, puede ser sintoísta, o calvinista, o luterano, o mahometano, o
católico con la más absoluta libertad. En esto radica fundamentalmente la
tolerancia del budismo, una de sus características más relevantes. Realmente,
aunque no lo sé muy bien, el budismo sintetiza una ética; de alguna manera
postula que la única ley del universo sería una ley ética.
─Yo creo
─comentó María K.─ que la vida tiene su centro, o debe tener su centro, en la
ética y en el pensamiento budista se da eso.
─En su
libro con Alicia Jurado ─saqué un papel del bolsillo─ usted dice lo siguiente
cuando habla del Zen:
«Nuestros hábitos mentales obedecen a los conceptos de
sujeto y objeto, de causa y efecto, de lo probable y de lo improbable y a otros
esquemas de orden lógico que nos parecen evidentes; la meditación, que puede
exigir muchos años, nos libra de ellos y nos prepara para ese súbito relámpago:
el satori.»
Borges
asentía sujetando la empuñadora del bastón con una mano encima de otra y casi
apoyando la barbilla en ellas.
─Sí. La
meta del Zen es el despertar, el satori. Eso
es descubrir la realidad viva con todo el ser, es la liberación del hombre de
la esclavitud de sus propios conceptos y prejuicios… Aunque el Zen no tiene
objetivo ni finalidad, ni busca obtener nada… ─sentenció Borges.
Ahora
empezó a reír y añadió:
─Bueno,
eso es lo que dicen los monjes del Zen con los que he hablado.
─Mi padre
solía decir ─dijo María K.─ que es casi imposible expresar con palabras las
cosas que con palabras no pueden expresarse. Y hay muchas cosas que las
palabras no pueden expresar o que son muy difíciles de explicar. Mi padre ponía
el ejemplo de un nudo o un sabor peculiar. Ataba una cuerda a un trozo de
madera y quería que le explicase aquella acción; me entraban ganas de llorar.
─Quizás
eso es la poesía. La poesía es un tejido de palabras, una tela de voces, para
explicar lo inexplicable.
Pasó un
ángel. Quedamos en silencio paladeando las últimas palabras de Borges. Él leyó
nuestro silencio y recitó completo su soneto “Son los ríos”:
Somos el tiempo. Somos la famosa
parábola de Heráclito el Oscuro.
Somos el agua, no el diamante duro,
la
que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego
que se mira en el río. Su reflejo
cambia en el agua del cambiante espejo,
en el
cristal que cambia como el fuego.
Somos el vano río prefijado,
rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado.
Todo
nos dijo adiós, todo se aleja.
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
y sin embargo hay algo que se queja.
María K. devolvió mi mirada
interrogante. Ella añadió, quizás un poco enredada:
─El Zen
es una mística, y la poesía también lo es en cierto modo…
Opté
por comer con lentitud el último canapé de aguacate y jengibre. Borges dijo:
─Un
sacerdote me explicó que el Zen se sitúa más allá, de los procesos racionales
de la mente occidental: tesis, antítesis, análisis, síntesis, espacio, tiempo… Estos
no son elementos aislados e independientes, ni tampoco son distintos ni
opuestos para el Zen. El Zen busca la espontaneidad de lo natural. No se trata
de un conjunto de conocimientos, es una experiencia psicosomática y espiritual;
lo más relevante es la experiencia vivida sin la cual no tiene existencia el
Zen.
María K.
trajo una botella preciosa de cerámica con el sake, nos explicó que esa palabra significa bebida alcohólica y que no hace alusión al arroz. Y nos contó que
el sake también se bebe como parte de
rituales de purificación sintoístas, un poco como la utilización del vino en la
eucaristía católica.
Era muy tarde; noté algo de falta de firmeza en mis
piernas.
Cuando marchaba hacia mi cercana cabaña recordé el mar.
Ignacio
Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Profe, sigue usted haciendo fácil lo difícil. Como siempre: gracias.
ResponderEliminarSé que en Alemania y otros países de Europa son corrientes los conventos de franciscanos y de jesuitas en donde se imparten cursos de zen: (Zen en los conventos franciscanos) y hay muchos maestros Zen de estas órdenes religiosas y también los hay benedictinos.
Zen en el convento franciscano de Dietfurt (Alemania).
Muy bueno, gracias academia.
ResponderEliminarMi "ticher" como siempre MAGISTRAL!!!!
ResponderEliminarMe has hecho pensar y esto me gusta!!
Gracias MAESTRO, te sigo.
Siento no tener capacidad para leer a Borges pero conocerlo a través de estos artículos es muy agradable y sugestivo. Lo agradezco mucho.
ResponderEliminarRespeto todo gusto y opinión, y me parece muy loable el esfuerzo del autor de estos artículos ─los he leído todos y los seguiré leyendo─ para mostrarnos las excelencias de Borges pero a mí no me gusta.
ResponderEliminarSus relatos son complejos, embrollados, dan vueltas y revueltas y al final no revelan nada. Su prosa me parece demasiado embarullada y llena de embelecos. Muchas veces utiliza una exagerada ornamentación literaria que apaga, y borra, la historia que cuenta. Además, no me es nada agradable leer un libro y tener la impresión de haber perdido el tiempo miserablemente.
Por eso digo que no me gusta Borges, y punto.